—Parece ser que el Wisconsin scramble ha funcionado—dijo Pascual—. Eso de jugar la peor bola no ha sido tan malo.
—Ya os lo dije: tenemos muy buen nivel—le contestó Juan—. Hacer el par del campo es muy buen resultado.
—¿Os habéis enterado de las manifestaciones que hay en Francia?—preguntó Inés, que estaba muy enterada de las noticias.
—Algo he leído—contestó Santiago—. La verdad es que cada vez se me hace más difícil leer la prensa. Todo son malas noticias. Parece como si hubiera una competición para ver quién se lleva el premio a la mayor estupidez hecha por un ser humano.
—Supongo que lo de Francia tiene su lógica—expuso Juan—. Todos los gobiernos han contratado siempre a delincuentes para ejercer de policías. Y no me refiero a la policía municipal que en su mayoría son buena gente.
—Ironías de la vida: un delincuente que se dedica a hacer cumplir la ley—añadió Pascual—. ¿Cómo pueden dar armas y un uniforme a delincuentes?. Se supone que un policía debería tener unos valores morales exquisitos.
—Eso no le interesa al estado. Lo que verdaderamente le interesa es acallar cualquier protesta, cualquier opinión contraria a la oficial, a base de crear miedo y la policía es el instrumento perfecto para conseguirlo—contestó Juan—. Me contaba un amigo que trabaja en la policía que una conocida suya no pasó las pruebas de admisión para ingresar en el cuerpo, por ser demasiado buena persona. Según parece, el perfil perfecto es el de un psicópata.
—Lo entiendo. Yo pasé tres días detenido en el gobierno civil de Pamplona y no se me olvidarán aquellos días—dijo Santiago.
—¿De veras?—preguntó Inés—. ¿Qué pasó?.
—Era un primero de mayo, un año después de morir el dictador—explicó Santiago—. Se suponía que ya teníamos democracia y fui a sacar fotos de la manifestación habitual de cada año. Cuando llegué no había más que policías y lecheras. Saqué un par de fotos y al momento apareció un policía vestido de paisano que me arrestó. Estuve los tres días siguientes yendo de la celda hasta la sala de interrogatorios constantemente. Tres policías me interrogaban: el bueno, el malo y el sarcástico. El malo me sacudía y el bueno hacía como que paraba a su compañero para que dejara de pegarme. Y el sarcástico soltaba alguna frase “ingeniosa” para hacerme ver que no me creía. Al tercer día me llevaron a la sala, en la que estaba únicamente el policía malo. Me sacudió a fondo. Ese mismo día me soltaron y al cabo de un par de semanas recibí un correo del gobernador civil en el que me imponía una multa de dos mil quinientas pesetas -que en su época eran mucho dinero- por sacar fotos “durante una manifestación” que por cierto, aún no había empezado. Ese fue mi primer contacto con la democracia.
—¡Joder!. ¡Menos mal que no te pilló Billy el niño!—exclamó Juan—. Si te llega a pillar semejante bestia, ahora no estarías aquí para contarlo. Es evidente que no ha cambiado nada desde la época del dictador hasta hoy. Aún sigue desapareciendo gente que, tras entrar en la comisaría, se esfuman en el aire y nadie consigue dar con su paradero.
—“Esta es la democracia que nos hemos dado todos”—concluyó Inés—. Me alegro de que en Francia sean capaces de enfrentarse a la policía. En nuestro país esas cosas no ocurren y eso que tenemos muchas más razones para protestar. Somos un pueblo adormilado.
—Quizás se deba a que los franceses hicieron una revolución y le cortaron el cuello a un rey—observó Pascual—. Eso marca y da fuerza a un país.
—Bueno. Eso no exactamente así—repuso Santiago—. Las protestas provienen de los barrios más marginales de Francia. Muchos de los que protestan son inmigrantes ó hijos y nietos de inmigrantes, a quienes el estado ha ignorado siempre. Quizás el estado debería asumir su culpa y empezar a corregir sus errores.
—Si extrapolamos la situación a nuestro país, veríamos que hay una gran diferencia entre la extrema derecha de Francia y la nuestra—explicó Juan—: el aquel país el porcentaje de la extrema derecha es bajo y aquí es altísimo.
—Quizás por el hecho de que Franco, el genocida, eliminó a todos los que no pensaban como él—dijo Pascual—. Y lo que queda es la gente que estaba a favor del régimen. Desde la transición éstos se ocultaron y pasaron desapercibidos. Hoy han vuelto a aparecer y sin complejos. De ahí que la derecha se haya convertido en extremista. Se trata de los hijos y nietos de los franquistas que ya no tienen reparo en expresar sus ideas, si se puede llamar ideas a las tonterías que dicen y hacen.
—Lo que está claro es que aquí no se ha depurado la dictadura—dijo Inés—. Que hoy en día no se puedan investigar los crímenes del franquismo es la causa de que el país esté como está.