La niña inmigrante

Algunas veces la vida te da alguna sorpresa.
Como tantas veces, subí al terrado a fumar. Llevaba muchas horas trabajando y necesitaba hacer una pausa. Al salir al terrado me sorprendió descubrir que ya era de noche. Miré el reloj, las diez y media de la noche. Por un momento maldije a la empresa, que me obligaba a asistir a un sinfín de reuniones durante la jornada laboral, para luego tener que quedarme más horas, porqué el trabajo tenía que salir adelante.

Allí estaba ella, sentada en la cornisa. Me acerqué y ella giró la cabeza, mirándome con indiferencia. Aquellos ojos estaban rodeados de moratones y manchas de sangre ya coagulada. Sus labios estaban hinchados y los dientes tenían el color rojo de la sangre.
– ¿Quién te ha hecho esto? – le pregunté.
– ¿Acaso importa? – me contestó, sin mirarme. Me subí a la cornisa y me senté cerca de ella.
– Desde luego que me importa. Hay que ser un malnacido para hacerte eso – le contesté.
– Bueno – suspiró – quizás hay varias razones para recibir una paliza. Mi piel de color negro, soy inmigrante, no quiero prostituirme…
– ¡Pero si no tienes ni trece años!. ¿Quién es tan degenerado que quiere obligarte a ejercer la prostitución a tu edad?.
– La gente que me trajo a este país. Dicen que aún no he pagado el viaje y que les debo mucho dinero.
– ¿Cuánto les debes? – pregunté indignado.
– Unos cuarenta mil euros.
– Eso te da para hacer el viaje en avión y en primera clase.
– No es tan fácil. En mi país hay una guerra y los aeropuertos están cerrados.
– ¿Tienes familia?.
– No. Murieron todos en un bombardeo.
– No puede ser – le dije – que una chica que está empezando a vivir tenga que pasar por eso. A tu edad sólo deberías tener ilusiones, ganas de vivir, sueños que algún día cumplirás.
– Bueno – murmuró -. Hay uno que no tardaré en realizar – me miró sonriente – voy a volar sin tener alas.
– ¿Cómo?.
– Desde aquí hasta la calle.
– ¡Eso ni se te ocurra! – pensé en mi vida de soltero, en el piso que estaba pagando, con una habitación que no utilizaba y tomé una rápida decisión -. Te vienes conmigo. Yo te cuidaré.

Me costó convencerla para que fuera conmigo a un hospital. En urgencias, la atendieron rápido, dado su aspecto.
Mientras la esperaba, me llamó la enfermera jefe a su despacho.
– No se si es consciente de dónde se ha metido – me dijo en cuanto me senté en la silla.
– ¿Que quiere decir?.
– No tengo más remedio que dar parte a la policía. Esta chica ha sido golpeada a conciencia por alguien y si usted aparece en la película, la policía sospechará de usted. Le recomiendo que, ahora que puede, desaparezca y olvide este asunto.
– Y ¿qué será de esta niña?. ¿Qué harán con ella?.
– Supongo que se harán cargo de ella los servicios sociales.
– Y volverá a escaparse como me ha dicho que ha hecho varias veces. Mejor me la llevo a casa.
– No es tan fácil. ¿Usted cree que le van a permitir llevarse a una menor a casa, siendo sospechoso de haberla golpeado?. ¿Es usted casado?.
– No.
– Pues dudo que le dejen adoptar a esa niña. ¿Es católico?.
– Soy ateo.
– Pues otro punto en contra.
– ¿Me está diciendo que no ser creyente obra en mi contra a la hora de adoptar?.
– Exacto.
– Pues vaya. Resulta que hay que ser del club de pederastas para adoptar a alguien.
– Esa es una generalización absurda.
– Supongo que es el mismo tipo de generalización que la que dice que el partido del gobierno está formado por un grupo de delincuentes. Y eso que cada día pillan a uno nuevo. ¿Asociación para delinquir?. No. Son casos aislados.

Pensé en una solución.
– ¿Que le parece si usted no da parte a la policía?.
– Me saltaría las normas. Y no podría soportar el pensar que quizás usted podría abusar de ella.
– Se la traeré cada semana y usted habla con ella.
– Lo siento – dijo terminante.

Entonces hice lo que mi corazón no quería que hiciera: me levanté y me fui. No me fui del despacho de la jefa de enfermeras. Me fui del hospital, furioso contra esos malditos protocolos que no te permiten actuar en conciencia.

Nunca tengas un amigo que trabaje de forense. Antonio, que ese es su nombre, me llamó dos días después. Me contó que había tenido que hacer la autopsia a una pobre niña negra que se había tirado a las vías del metro después de salir corriendo de las urgencias de un hospital, en un momento de despiste de las enfermeras. Una noticia que no suele aparecer en la prensa pero que me había llegado por mi amigo.

Ahora estoy sentado en la cornisa del edificio en el que trabajo, fumando un cigarrillo, recordando la sensación que sentí cuando, en el trayecto hacia el hospital aquella niña me tomó la mano.
Y tratando de decidir si acompañarla en su último viaje…

Lena es engañada

– ¿Cuándo nos casaremos? – preguntó Lena.

Estaban desnudos, sobre la cama. Lena sabía que Javier no le iba a contestar. Llevaba meses esperando una respuesta afirmativa, pero él siempre había contestado con evasivas.

Lena llegó a nuestro país recién entrado el nuevo milenio.
A través de una mafia de su país consiguió dejar Rusia, país en el que tenía pocas posibilidades de salir adelante.

Sin embargo, cuando se encontró en España, descubrió que las cosas no iban a ser tan fáciles como pensaba.
Carecía de estudios y el hecho de no tener papeles le permitía acceder únicamente a trabajos mal pagados y con unas condiciones vergonzosas.

Sabía que la mafia rusa que la había traído, no iba a darle facilidades para devolver el dinero del viaje y fue entonces cuando se dio cuenta de que solamente podía hacer un trabajo para poder salir adelante y devolver el dinero: prostituirse.
Al fin y al cabo era ese el trabajo que Masha, su compañera de piso, ejercía y no le iba nada mal.

A sus ventitrés años, Lena era una mujer verdaderamente guapa y su cuerpo, bien proporcionado, atraía las miradas de los hombres con quienes se cruzaba por la calle.
Los principios fueron duros, muy duros para alguien cuya sexualidad significaba algo que reservaba para cuando apareciera el hombre con el que había soñado.
Sin embargo el tiempo y la práctica fueron eliminando aquellas barreras que ella había ido levantando en su adolescencia, respecto a sus relaciones sexuales.

El anuncio que publicó en Internet, incluyendo fotos de su hermosa anatomía, empezó a traer llamadas a su móvil.
A la vez que se le iba endureciendo la mirada, el dinero empezó a entrar a paletadas. En menos de un mes pudo devolver a la mafia rusa el importe que les debía.
Pronto encontró a un compatriota que tenía coche y que se ofreció para acompañarla en las frecuentes salidas a los hoteles y domicilios de sus clientes. Lena aceptó encantada aquel ofrecimiento, ya que así se sentía más segura y podía visitar a mas clientes.

Aquellos primeros años fueron agotadores. Su semana laboral duraba siete días. Prácticamente la totalidad de lo que ganaba lo enviaba a sus padres en Moscú.

Entonces llegó la crisis. Al principio apenas se dio cuenta, ya que seguía teniendo mucho trabajo. Sin embargo, a lo largo de los meses, las llamadas se redujeron a la mitad, luego a una cuarta parte…
El mercado se endureció de repente. Pudo ver como en sus anuncios las otras prostitutas empezaban a rebajar precios y a ofrecer lo impensable para atraer a los clientes.

La única salida que encontró Lena fue intentar obtener la nacionalización por medio del matrimonio y buscar trabajo.
El único cliente en quien confiaba era Javier, una persona comprensiva y cariñosa.

En una de sus visitas le explicó sus intenciones y le pidió ayuda. Él le dijo que se casaría con ella.
Los siguientes meses fueron un calvario para ella. Siguiéron viéndose con mayor frecuencia. Ella propiaciaba los encuentros e incluso dejó de cobrarle las relaciones. Y, sin embargo, Javier iba dando largas. Lena se deprimió. No se atrevía a salir de casa, por carecer de papeles. Solamente trabajaba cuando aparecía un esporádico cliente y el resto del tiempo bebía hasta emborracharse.

Pidió a sus padres los papeles que necesitaba para casarse y cuando los recibió, quince días más tarde, se lo comunicó a Javier, para intentar darle el empujón que pensaba le faltaba.

Su respuesta, por fin fue clara.

– No pienso casarme contigo. He estado haciendo indagaciones y tal como están las cosas no pienso complicarme la vida. No puedes hacerte una idea de como controlan los matrimonios por conveniencia. Y si nos pillan, la multa es sustanciosa, con cárcel incluso. Y a ti, lo primero que harán es deportarte a tu país.

– Entonces, todas tus promesas… – le miró a los ojos -. No pensabas cumplirlas. Durante meses me has utilizado para tener sexo gratis conmigo…
Notó como enrojecía su cara y luchó para impedir que las lágrimas fluyeran.
Javier saltó de la cama y empezó a vestirse.
– Supongo no querrás volver a verme – dijo Javier.
– ¿A ti que te parece? – Lena se puso un albornoz.

Cuando cerró la puerta del piso detrás de Javier, se puso a llorar, desconsolada.
Al regresar Masha, encontró a su compañera hecha un ovillo en la cama, inundada en lágrimas.
Al día siguiente la llevó al bar de un amigo, un tal Santiago.

Fue entonces cuando, por primera vez, Lena conoció a un hombre en quien podía confiar. Con su ayuda, no tardó en conseguir dejar aquella vida que odiaba.

Es curioso pero la vida nos devuelve las malas acciones, multiplicadas.
Javier trabajó durante muchos años en una gran empresa.
Vivió todo ese tiempo pendiente del ascenso que creía merecer. El jefe estaba muy contento con su trabajo y se lo decía con frecuencia.
Javier se dejaba las cejas trabajando horas y más horas, incluso los fines de semana, sin cobrar una sola hora extra.

Y el ascenso no llegaba. Su jefe le decía que aún no era el momento, que por circunstancias tenía que esperar, que el director tenía el ascenso sobre la mesa, pendiente de firmar…
Al igual que él había hecho con Lena durante meses, su jefe lo toreó durante muchos años.
Su esposa, harta de esperar el ascenso y cansada de estar siempre sola, lo abandonó.

Cuando Javier se dio cuenta de que había estado viviendo en base a unas expectativas que le había inculcado su jefe, fue cuando le comunicaron que ya no eran necesarios sus servicios en la empresa.

Ahora vive del paro.

La cena del equinocio

– Estoy destrozado, Santiago – explicó Paco -. Acabo de estar en la casa de una amiga…

– ¿Qué le pasa a tu amiga?.
– Está intentando ayudar a un hombre que ha perdido el deseo de vivir. Ella lo ama y él es incapaz de aceptar tanto como ella le está dando. Incluso el hombre le ha pedido que desaparezca de su vida, porqué no quiere hacerle daño. Ella está destrozada.

– ¿Cómo estás tu, Paco?.
– ¿Cómo voy a estar?. La quiero y me destroza pensar que ella está sufriendo. No se merece eso. Ella es un ángel. Desgraciadamente tiene la mala suerte de haber elegido el club de las causas perdidas.
– Yo elegí el mismo club y ya ves… Pero hay una terapia…
– ¿Cual es, Santiago?. Necesito saberlo.
– Tengo previsto organizar una cena, aquí en el bar, el día de Nochevieja.
– ¿Tu?. ¡Pero si no eres creyente!.

– Y ¿qué tiene que ver ser ó no creyente?. Una cosa está muy clara, Paco. La única manera de salir adelante con los problemas propios es enfrentarse a los ajenos. He decidido invitar a cenar a gente que no tendrá con quien cenar esa noche. Me encantaría que vinieras con tu esposa y con tus hijos.

La cena fue un verdadero éxito.
Paco fue al bar un par de horas antes, con su esposa y con sus hijos.
Justo al acabar de preparar las mesas empezó a llegar la gente.
Venían de distintos lugares del barrio. En pocos minutos llegaron prácticamente la mayoría de ellos. Paco se asombró de la gran diversidad de razas que había en el bar. La mayoría eran inmigrantes y de diversos países.

Al dar comienzo la cena se fueron sentando, agrupándose por su procedencia. Paco observó que había mesas ocupadas por ecuatorianos, por cubanos, por marroquíes, por argentinos, guineanos, mozambiqueños…
Santiago, se iba sentando en todas las mesas para charlar con todos ellos. Les agradecía su presencia en su local y les preguntaba acerca de sus vidas.

Paco y su esposa empezaron a hacer como Santiago. Poco a poco supieron lo dura que estaba siendo la crisis para los comensales. El peligro que se cernía sobre ellos de perder el permiso de inmigración y ser devueltos a sus países, por no tener trabajo.

La música y quizás el cava, iban haciendo su trabajo. La cena se fue haciendo más distendida y empezaron a mezclarse los distintos comensales de las diferentes mesas.
Tras los postres, Santiago empezó a hacer levantar a los comensales y apartó las mesas que ocupaban el centro del bar. Luego subió el volumen de la música y sacó a bailar a la esposa de Paco. Bailaron solos, siendo el centro de todas las miradas. Luego empezaron a salir otras parejas a la improvisada pista de baile.

Paco se admiró al ver las curiosas mezclas de parejas que estaban bailando. Ya no existía aquella diversidad inicial. Todos bailaban con todos. No importaban razas, creencias, religiones, culturas…

El último baile fue el colofón.
Entró en el bar una mujer rubia, menuda, delgada, de pelo corto, con unos ojos grandes y azules. Tras dar dos besos a Santiago, se acercó a Paco y le susurró algo al oído. Esperaron a que terminara la música.
Luego salieron ambos a la pista. Al oírse los primeros compases de un tango, empezaron a bailar. Idonia, que es como se llamaba la chica, era quien llevaba a Paco.

Todos miraban asombrados aquel baile. Paco pasó apuros al principio, intentando recordar los pasos de aquel tango. Sin embargo, Idonia le dijo en voz baja:
– Déjate llevar. Tu cuerpo conoce el tango.
Cuando Paco dejó de intentar recordar los pasos, se soltó completamente.
Al terminar, la ovación fue espectacular.

Luego Idonia se acercó a Paco y, tras darle un par de besos, señaló hacia la barra.
Allí estaba la amiga de Paco, con su cara sonriente.
Notó como los ojos se llenaban de lágrimas mientras iba hacia ella para abrazarla.

Dedicado a todos los integrantes del club de las causas perdidas.
Quizás los de este club somos los que más vivimos.
Aunque seamos los que más sufrimos.