Conversaciones en el hoyo 19: estúpidos egos

«Hay días tontos y tontos todos los días»

— Creo que la de hoy ha sido una jornada “épica”—comentó Santiago riendo después de beber un trago de cerveza.
— Uf. Quizás la palabra “épica” no deberías usarla—contestó Inés—. Últimamente se emplea con demasiada frecuencia. Cada año hay un montón de acontecimientos calificados siempre como “épicos”.
— Supongo que la cosa consiste en captar la atención del oyente para hacerle interesarse por una noticia intrascendente—añadió Juan—. Sobre todo lo hacen en la televisión que ya sabéis, tiene una audiencia escasamente culta que carece de capacidad de análisis ó incapaz de cuestionar las noticias que les llegan. No hay más que ver la programación que dan. Todo basura. Es el lugar en el que se reúnen todos los charlatanes del país bajo la denominación de “analistas” ó “expertos”.
— Y luego aparecen los cortesanos—dijo Pascual—. Esa gentuza que se dedica a agrandar el ego de los que tienen algún poder. Esos que crean protocolos para que se visualice el poder: desfiles, revistas militares, grandes cenas…
— Y no digamos los títulos con los que se hacen tratar. Los militares con sus “usías” y sus “vuecencias”. Los jueces con su Excelentísimo señor ó señoría, los alcaldes con su también “excelentísimo señor ó señora”, los diputados y el gobierno también son excelentísimos, los obispos y sus “reverendísimo señor”—apuntó Santiago.
— Te ha faltado “su majestad el rey”—dijo riendo Inés.


— El problema son los miles ó millones de cortesanos que aceptan y promueven esos tratamientos—dijo Juan—. En mi opinión cualquier mandatario que acepte un tratamiento así no debería ocupar su cargo. ¿No dice la Constitución que somos todos iguales?. Pero los cortesanos necesitan halagar y admirar a su jefe.
— Incluyendo también a los periodistas cortesanos— dijo Inés—. En cualquier periódico siempre aparece como noticia el peinado ó el nuevo vestido de la periodista esa que se casó con el rey.
— Incluso todos esos seguidores de líderes de partidos políticos no son más que cortesanos que se dedican a aumentar la vanidad de su jefe— añadió Santiago.
— ¿Sabéis?. Lo que me preocupa es saber que, durante el mandato de Hitler, la gente, el pueblo, no tuvo el menor reparo en ayudar a exterminar a aquellos seres humanos considerados de razas inferiores—explicó Pascual—. Incluso con mayor crueldad de lo exigido. Y no hablo de cuatro idiotas. Fueron miles y miles los que participaron. Mi pregunta es: ¿cómo es posible que la gente pueda hacer una cosa así sin cuestionarla, sin reflexionar antes de llevarla a cabo?. Lo que me lleva a pensar en lo que serían capaces de hacer esos miles de cortesanos, si alguien se lo pidiera.
— Supongo que así llegamos al mismo tema: la incultura—añadió Juan—. Por eso se da tan poca importancia a la cultura, ya que cuestionar las ideas es algo que se enseña en la escuela y a los políticos no les interesa que aprendamos qué es la ética, el cuestionamiento y la reflexión, ya que quieren tener a un montón de ovejas comiendo de su mano: cortesanos al fin y al cabo.

Conversaciones en el hoyo 19: fiesta mayor

— Me he acordado de la conversación del otro día sobre la policía—dijo Pascual—. Resulta que vi a un niño en el suelo, llorando y con una brecha en la cabeza que sangraba. Me acerqué a él y cuando iba a decirle algo para consolarlo y saber qué le pasaba, apareció un policía que me apartó de ahí. Luego vino una ambulancia que se llevó al niño y el corrillo de gente que estaba allí mirando desapareció y quedamos el policía y yo. Le pregunté al policía por qué me había apartado y éste me contestó que aquel era un asunto policial, ya que alguien había llamado al 112 y había dado parte. Eso me extrañó, ya que eso ocurría en un parque público en el que se conocen casi todos, lo lógico es que sean los que están allí los que intervengan cuando un niño se cae y se hace daño. Y sin embargo llaman a la policía.
—Supongo que la sociedad ha cambiado—repuso Juan—. Quizás nos hemos convertido en más egoístas. Es mucho más cómodo llamar a la policía que tener que intervenir: sacan el móvil, llaman al 112 y les traspasan el problema. Y antes eran los padres quienes lo solucionaban. Todo quedaba en casa. Por cierto, Santiago, ¿qué es lo que te ha hecho llegar tan tarde?.


—La puta fiesta mayor del pueblo—contestó Santiago—. A los que nos ha tocado en gracia vivir en el centro del pueblo, nos han cortado todas las calles de salida y ahora nos toca hacer un rodeo que nos lleva a un camino de tierra que es la única manera de salir. No sabéis las ganas que tengo de que se terminen las dichosas fiestas. El pueblo se llena de jóvenes que vienen de otros pueblos cuya única vocación es beber, quizás para así poder ligar con alguna chavala.
—Me recuerda al joven de la India que salía en “the big bang Theory”, que sólo podía hablar con mujeres cuando bebía alcohol—observó Inés—. ¡Pues vaya faena que es la fiesta mayor!.
—Si sólo fuera eso…—añadió Santiago—. Mi piso tiene dos balcones, uno en la parte delantera y otro en la trasera. Y los conciertos son a dos frentes: unos conciertos se oyen en un balcón y otros en el otro balcón. No sabéis lo maravilloso que es acostarse e intentar dormir con el bumba bumba de las guitarras bajas y baterías de las orquestas. Y eso hasta las tantas de la madrugada. Y un buen día, a las siete de la mañana aparecen los tíos de los trabucos, que recorren todo el pueblo disparando sus trabucos por si has acabado durmiéndote a pesar de la música heavy que ha estado sonando en tus dos balcones toda la noche. Vamos. Que me encanta la fiesta mayor de mi pueblo. También me explica el porqué tantos de mis vecinos se van del pueblo durante las fiestas.


—¿Y no hay algún lugar en el que se pueda celebrar la fiesta mayor sin fastidiar a los vecinos?—preguntó Pascual.
—Supongo que si, pero no hay intención de cambiar de lugar—repuso Santiago—. Los baretos principales están en el centro del pueblo y supongo que se negarían a cambiar de ubicación aunque fuera solamente una semana al año.
—Hombre. Si tenemos en cuenta que la fiesta mayor es dónde los partidos políticos se juegan sus votos…—explicó Juan—. La gente es lo único que valora en unas elecciones: cómo han sido las fiestas del pueblo. A nadie le importa si el ayuntamiento hace labores sociales. Lo que le interesa a la gente son las fiestas.
—Pena de país…

Conversaciones en el hoyo 19: esa gente armada

—Parece ser que el Wisconsin scramble ha funcionado—dijo Pascual—. Eso de jugar la peor bola no ha sido tan malo.
—Ya os lo dije: tenemos muy buen nivel—le contestó Juan—. Hacer el par del campo es muy buen resultado.
—¿Os habéis enterado de las manifestaciones que hay en Francia?—preguntó Inés, que estaba muy enterada de las noticias.
—Algo he leído—contestó Santiago—. La verdad es que cada vez se me hace más difícil leer la prensa. Todo son malas noticias. Parece como si hubiera una competición para ver quién se lleva el premio a la mayor estupidez hecha por un ser humano.
—Supongo que lo de Francia tiene su lógica—expuso Juan—. Todos los gobiernos han contratado siempre a delincuentes para ejercer de policías. Y no me refiero a la policía municipal que en su mayoría son buena gente.
—Ironías de la vida: un delincuente que se dedica a hacer cumplir la ley—añadió Pascual—. ¿Cómo pueden dar armas y un uniforme a delincuentes?. Se supone que un policía debería tener unos valores morales exquisitos.


—Eso no le interesa al estado. Lo que verdaderamente le interesa es acallar cualquier protesta, cualquier opinión contraria a la oficial, a base de crear miedo y la policía es el instrumento perfecto para conseguirlo—contestó Juan—. Me contaba un amigo que trabaja en la policía que una conocida suya no pasó las pruebas de admisión para ingresar en el cuerpo, por ser demasiado buena persona. Según parece, el perfil perfecto es el de un psicópata.
—Lo entiendo. Yo pasé tres días detenido en el gobierno civil de Pamplona y no se me olvidarán aquellos días—dijo Santiago.
—¿De veras?—preguntó Inés—. ¿Qué pasó?.
—Era un primero de mayo, un año después de morir el dictador—explicó Santiago—. Se suponía que ya teníamos democracia y fui a sacar fotos de la manifestación habitual de cada año. Cuando llegué no había más que policías y lecheras. Saqué un par de fotos y al momento apareció un policía vestido de paisano que me arrestó. Estuve los tres días siguientes yendo de la celda hasta la sala de interrogatorios constantemente. Tres policías me interrogaban: el bueno, el malo y el sarcástico. El malo me sacudía y el bueno hacía como que paraba a su compañero para que dejara de pegarme. Y el sarcástico soltaba alguna frase “ingeniosa” para hacerme ver que no me creía. Al tercer día me llevaron a la sala, en la que estaba únicamente el policía malo. Me sacudió a fondo. Ese mismo día me soltaron y al cabo de un par de semanas recibí un correo del gobernador civil en el que me imponía una multa de dos mil quinientas pesetas -que en su época eran mucho dinero- por sacar fotos “durante una manifestación” que por cierto, aún no había empezado. Ese fue mi primer contacto con la democracia.

—¡Joder!. ¡Menos mal que no te pilló Billy el niño!—exclamó Juan—. Si te llega a pillar semejante bestia, ahora no estarías aquí para contarlo. Es evidente que no ha cambiado nada desde la época del dictador hasta hoy. Aún sigue desapareciendo gente que, tras entrar en la comisaría, se esfuman en el aire y nadie consigue dar con su paradero.
—“Esta es la democracia que nos hemos dado todos”—concluyó Inés—. Me alegro de que en Francia sean capaces de enfrentarse a la policía. En nuestro país esas cosas no ocurren y eso que tenemos muchas más razones para protestar. Somos un pueblo adormilado.
—Quizás se deba a que los franceses hicieron una revolución y le cortaron el cuello a un rey—observó Pascual—. Eso marca y da fuerza a un país.
—Bueno. Eso no exactamente así—repuso Santiago—. Las protestas provienen de los barrios más marginales de Francia. Muchos de los que protestan son inmigrantes ó hijos y nietos de inmigrantes, a quienes el estado ha ignorado siempre. Quizás el estado debería asumir su culpa y empezar a corregir sus errores.
—Si extrapolamos la situación a nuestro país, veríamos que hay una gran diferencia entre la extrema derecha de Francia y la nuestra—explicó Juan—: el aquel país el porcentaje de la extrema derecha es bajo y aquí es altísimo.
—Quizás por el hecho de que Franco, el genocida, eliminó a todos los que no pensaban como él—dijo Pascual—. Y lo que queda es la gente que estaba a favor del régimen. Desde la transición éstos se ocultaron y pasaron desapercibidos. Hoy han vuelto a aparecer y sin complejos. De ahí que la derecha se haya convertido en extremista. Se trata de los hijos y nietos de los franquistas que ya no tienen reparo en expresar sus ideas, si se puede llamar ideas a las tonterías que dicen y hacen.
—Lo que está claro es que aquí no se ha depurado la dictadura—dijo Inés—. Que hoy en día no se puedan investigar los crímenes del franquismo es la causa de que el país esté como está.