Conversaciones en el hoyo 19: vagos

— ¡Menudo campo!. Sólo había hierba en los greens—dijo Inés.
— Es normal. La sequía se está notando—explicó Pascual—. Si quieres que no se estropee un campo de golf lo mejor es gastar la poca agua que tienes en conservar los greens. Recuerdo que, hace años alguien me dijo que hacer un green nuevo cuesta entre treinta y cinco a setenta mil euros. Es la parte mas sensible del campo. Por eso, dos veces al año tienen que pincharlos: para que pueda entrar agua y aire en las capas inferiores.
— Menos mal que nuestros políticos están luchando para evitar la sequía—dijo riendo Juan.
—Sospecho que es un sarcasmo—contestó Santiago—. Los políticos sólo piensan en ellos mismos. Lo que harán es obligarnos a reducir el consumo de agua mediante alguna ley y luego subirán su precio, para que puedan seguir ganando dinero. Y como es normal seguirán permitiendo a las empresas que se dedican a embotellar y vender agua, sigan extrayéndola sin límite, aunque los pueblos de los alrededores tengan restricciones.
—Una visión muy realista de nuestro mundo actual—añadió Pascual, riendo.


—Yo tengo una teoría—explicó Santiago—. Sobre la proliferación de los partidos de derechas. Los políticos actuales sólo saben hablar. Nunca actúan. Son capaces de convertir el parlamento en una taberna en la que discutir trivialidades, insultar a los oponentes y montar escenas estúpidas para llamar la atención. Y la gente está harta de toda esa mierda. Por eso votan a aquellos que actúan, que son capaces de salir a la calle para protestar, que proponen leyes que, aunque sean estúpidas, la gente sabe que las van a cumplir, que denuncian en los tribunales todo aquello que nos les gusta. Son populistas y llevan a cabo sus ideas. Eso es lo que tendrían que imitar los llamados partidos tradicionales de esos movimientos fascistas que están ganando elecciones en todo el mundo, si quieren gobernar. La gente quiere acción, no palabras. Siempre me ha sorprendido ver a los políticos aplaudiendo a su público, cuando salen al escenario. Deben aplaudirlos por pensar que se lo merecen, al creer tantas mentiras como les dicen ellos.
—Desde luego vivimos en un país en el que todo el mundo habla—opinó Juan—. Ya sea para comentar lo que ha dicho fulanito sobre menganito, para criticar cualquier hecho irrelevante, para aconsejar sobre lo que hay que hacer en determinada situación… Todo el mundo habla y habla y no para de hablar. Recuerdo que, cuando mis padres se separaron, en mi familia se organizaron reuniones semanales para decidir lo que se iba a hacer al respecto. Estuvieron años discutiendo alternativas…
—Y nunca decidieron nada, ¿verdad?—contestó Inés.
—Nunca—dijo Juan con tristeza—. En este país se habla mucho pero nadie actúa.