Estaban todos en la habitación en la que se encontraba ingresado Santiago, tras haber sufrido un ictus. Afortunadamente ya no quedaban efectos del mismo y Santiago se sentía optimista al respecto.
— Bueno, Santiago. ¿Cómo te encuentras?—preguntó Inés.
— Bien. He tenido mucha suerte, ya que por regla general las personas que sufren un ictus suelen tener partes del cuerpo inmovilizadas y en mi caso todo me funciona bien. En su día tuve mareos. Todo me daba vueltas y no podía andar sin caer al suelo. Apenas era inteligibles mis palabras y se me había dormido la mano derecha. Por suerte estos síntomas han revertido y ya no me queda ninguno.
— Pero no podrás jugar al golf—dijo Pascual.
— ¿Cómo?. ¿Que no podré jugar al golf?—contestó riendo— Eso te lo crees tú. Dentro de un mes volveré a estar jugando con vosotros. La única diferencia será que alguno de vosotros me tendrá que llevar, ya que no me atrevo a conducir el coche. Por cierto esto me ha servido para conocer la realidad de la sanidad pública de nuestro país. A nivel de asistencia primaria ha habido un verdadero desastre ya que no hay fondos para que funcione correctamente. Nuestros médicos han abandonado, yéndose a otros países en los que pueden cobrar lo que merecen. Y lo que queda aquí son médicos, en su mayoría inmigrantes. Yo estuve yendo a asistencia primaria durante meses debido a tener la tensión muy alta. Los medicamentos que me recetaron no sirvieron para estabilizar la tensión y me derivaron a un hospital para solucionarlo. A día de hoy, dos días después del ictus aún no me han llamado. Desde atención primaria solicitaron un holter. La lista de espera era de meses. La verdad es que esa parte de seguridad social es un desastre.
— Y eso que lo hemos pagado durante casi cuarenta años— añadió Pascual.
— Me parece que es el resultado de las decisiones de los políticos que con los años han ido recortando gastos— dijo Inés —. Cuando yo trabajaba como doctora en la seguridad social teníamos medios para ayudar a los pacientes. Pero poco antes de jubilarme apenas teníamos fondos. Esa fue una de las causas para retirarme, aparte de las presiones que tuve debido a mi sueldo, que era decente, tras los casi cuarenta años que llevaba ejerciendo.
— Que pena de país nos está quedando— dijo Juan.
— Bueno. Hay algo que funciona todavía — explicó Santiago —. Los hospitales parece que tienen fondos, ya que me hicieron muchas pruebas, entre ellas me pusieron un holter y no tuve que esperar nada.
— ¿Qué demonios es un holter? — preguntó Pascual.
— Un aparatito que no es más que una grabadora sofisticada de la que salen varios electrodos— aclaró Inés—. Te lo colocan y has de hacer vida normal. Mientras van quedando registrando datos del funcionamiento del corazón, posibles arritmias, ritmos irregulares, etc.
— Y la conclusión a la que hemos llegado es que la seguridad social sólo funciona bien cuando tenemos un problema que requiere atención hospitalaria— resumió Pascual—. Los centros de atención primaria sólo resuelven casos poco importantes como una gripe, una intoxicación alimentaria. Casos leves.
— La otra conclusión que se me ocurre— añadió Juan— es que durante cuarenta años hemos tirado el dinero que pagábamos para tener una buena sanidad.
— La otra conclusión que he descubierto es la gran vulnerabilidad que tenemos la gente mayor—explicó Santiago—. Mientras puedes valerte por ti mismo, no hay problema. Sin embargo nuestro cuerpo se va deteriorando y cuando ese deterioro ó una posible enfermedad te lleva al punto en el que te impide ser independiente… Entonces estás jodido. Y eso lo he visto al sufrir el ictus. Descubres que sin ayuda no puedes desplazarte a ningún sitio y acabas teniendo la obligación de irte a un asilo, para no molestar a tu familia.