Conversaciones en el hoyo 19: publicidad

— No puedo creer que hayamos jugado tan bien—dijo Santiago, contento.
— La verdad es que estábamos inspirados—contestó Juan—. Aunque no nos confiemos. Un día juegas bien y al siguiente no aciertas una. El golf es así. Hoy Pascual ha tocado un árbol con la pelota y el árbol la ha devuelto a la calle. Si hubiera tocado el árbol un milímetro más a la derecha, la bola hubiera ido al lago. Es pura suerte.
— Estoy de acuerdo contigo—añadió Pascual—.Hay días en los cuales cualquier fallo, por mínimo que sea, nos provoca verdaderas desgracias.


— Hoy he tenido problemas para leer la prensa—explicó Inés—. Cuando me he conectado a un periódico, me ha salido un mensaje diciéndome que tenía que desactivar la extensión de mi navegador que impide que me entren anuncios.
— Es bastante normal—contestó Juan—. La prensa vive de los anuncios. Lo cual quiere decir que no puede publicar nada que vaya en contra de sus anunciantes. Vamos. Que están sometidos a chantaje por parte de las empresas que ponen sus anuncios.
— Si sólo fuera eso…—dijo Pascual—. Estoy harto de recibir actualizaciones de mis programas que sólo son maneras subrepticias de endiñarme algún anuncio. Esa gente se las inventa todas.


— Pensad que el mundo se mueve gracias a la publicidad—añadió Santiago—. Todas las competiciones deportivas y musicales funcionan gracias a la publicidad, Internet se financia de lo mismo. Hay montones de personas que viven de los vídeos que suben a youtube, gracias a los anuncios que google publica en ellos. En nuestro país hay una ley que impide que la televisión pública emita anuncios de otras empresas y sin embargo han encontrado un resquicio en esa ley que les permite hacer y emitir anuncios sobre sus propios programas.
— Que son, en su mayoría, basura—apuntó Juan—. Yo entiendo que los anuncios sirven para decirnos que tal empresa ha sacado un determinado producto. El problema gordo es que esos anuncios están hechos por un montón de psicólogos. De alguna manera intentan crearnos necesidades que realmente no tenemos. Y eso es una manipulación que va en contra de nuestra libertad: imágenes atractivas, música pegajosa, mensajes emotivos… Quizás nosotros, dado que evitamos los anuncios, tengamos la suerte de no estar influenciados por ellos. Pero el montón de personas que se los tragan, están siendo condicionados por esos anunciantes que carecen de ética y que consideran a sus clientes como borregos a quienes hay que “educar”.


— Es triste que ocurra eso—añadió Pascual—. Cualquier gobierno que se precie, debería evitar esa publicidad psicológica con la que nos bombardean. Una cosa es comunicar la venta de un producto y otra cosa es intentar crearte la necesidad de ese producto. Claro que hace muchos años que los gobiernos no protegen a sus ciudadanos. La prueba está en la sanidad pública que cada vez está peor, en la educación que cada vez está más degradada…
— O en los datos que las empresas obtienen de nosotros sin permiso, con el consentimiento del gobierno—concluyó Inés—. Prefieren comprarles nuestros datos a esas empresas para hacer lo mismo que los publicitarios: analizar e intentar influenciarnos de cara a las elecciones.

— La semana pasada me compré un lector de libros digitales de la marca Kobo—explicó Juan—. Mi sorpresa fue que al arrancar el cacharro me pedía conexión a Internet. Había una opción de «no tengo Internet». Pulsé ese mensaje y me apareció un texto diciéndome que conectara el lector a un pc. Luego tenías que bajarte una aplicación para darme de alta como usuario. ¿Cómo iba a bajarme esa aplicación si no tenía Internet?. Acabé retrocediendo y aceptando que tenía Internet. Me di de alta en su web con una dirección de correo no oficial y entonces pude continuar configurando mi lector. Lo curioso es que en un momento dado tenía que «activar» el dispositivo. ¿Significa eso que el fabricante puede activar y desactivar un dispositivo que he comprado?. Evidentemente la web de Kobo no es más que una tienda de libros. Lo que me molesta es que te obliguen a darte de alta como usuario si quieres utilizar el dispositivo que has comprado.

— Eso va en contra de nuestra libertad. Obligarnos a registrar la compra de un producto para poder activarlo y así recibir la publicidad que ellos quieren—opinó Santiago—. ¿De qué país es esa empresa?.

— Inicialmente canadiense, pero fue comprada por Rakuten, una empresa japonesa— explicó Juan.

— Lo que demuestra que los abusos de poder de los norteamericanos se está extendiendo por todo el mundo—añadió Santiago—. Y nadie en la comunidad europea ha movido un dedo para evitar esos abusos. Si seguimos así nos ocurrirá con los coches, los televisores, los ordenadores…

— Ya está ocurriendo—repuso Inés—. Ya hay coches que se pueden desactivar desde fábrica, coches norteamericanos, por cierto; hay marcas de televisión que te obligan a registrarte para activar el cacharro y no tienes más que instalar Windows 11 para que te obliguen a registrarte, si quieres usar el ordenador.

Conversaciones en el hoyo 19: periodismo

El periodismo justifica su propia existencia con los grandes principios Darwinianos de la supervivencia de lo más vulgar. Oscar Wilde.

Después del jaleo provocado por un hombre en el hoyo diecisiete, en el que se había desmayado y hubo que llamar a una ambulancia, nuestros amigos, al acabar de jugar se sentaron en el bar para hacer el aperitivo. Una mujer se les añadió. Dijo ser periodista.
— El hombre que se ha llevado la ambulancia era muy buena persona y nos saludaba siempre—explicó Pascual, riendo.
— Ah. ¿Lo conocíais?.— preguntó la periodista en un tono bastante pedante.
— No. Pero si vas a escribir un artículo sobre lo que ha pasado, siempre puedes poner mis palabras — repuso Pascual—. A los periodistas os encanta convertir en noticia cualquier chorrada.
— No pensaba escribir acerca del incidente—dijo la periodista—. Y no me gusta que critiquéis mi profesión.
— Quizás prefieres convertir en noticia la receta de un cocinero famoso, ó las opiniones de cualquier actor, persona famosa, deportista ó político acerca de cualquier tema del que no tiene ni idea y del que es incapaz de revelar su ignorancia—apuntó Juan, riendo.
— No nos dedicamos a eso—explicó la periodista.


— Pues es lo que descubro cuando leo la prensa—añadió Santiago—. Dos noticias importantes y el resto son recetas, consejos de médicos, economistas, psicólogos, mecánicos…; bodas de gente que no conozco, declaraciones de más gente que no conozco, tonterías dichas por políticos acerca de otras tonterías de otros políticos. Lo que cuentan ciertos presentadores de televisión, las obviedades que dice el rey, los zapatos que se pone su esposa ó el peinado que lleva… En fin. Todo basura. Y además se nota la tendencia política de cualquier periódico, que calla las noticias contrarias a su ideología ó pervierte aquellas noticias buenas que también son contrarias a su ideología.
El camarero trajo las bebidas y los platos con el aperitivo.
— ¿Se sabe quién era esa persona que se ha llevado la ambulancia?—preguntó Inés, indiferente.
— Parece ser un cantante famoso, que ha tenido una bajada de tensión—contestó el camarero—. Creo que lo han llevado al hospital San Eusebio—añadió.
La periodista se puso de pie.
— Siento dejaros pero he de irme—dijo, recogiendo su bolso—. ¡Hasta otra!.
Salió casi corriendo.
Inés dio un billete al camarero, que aún seguía allí.
— Gracias Javier—le dijo.
El camarero regresó a la barra tras una sonrisa.

— ¿Que me estoy perdiendo?—preguntó Santiago, intrigado.
— Nada—contestó Inés riendo a carcajadas.
— Conociendo a Inés como la conozco, algo ha hecho— dijo Juan—. Sospecho que el desmayado no era un cantante y sospecho también que no lo han llevado a ese hospital. Le ha dicho al camarero lo que quería que que contestara a su pregunta sobre aquel hombre.
Inés no paraba de reír. Cuando consiguió calmarse, contestó:
— Has acertado, Juan. Tenía ganas de quitarme de encima a esa pesada, aunque tengo que decir que me han encantado vuestras críticas sobre el periodismo. Se había puesto como una grana cuando os escuchaba.
— ¿Quieres decir que has enviado a esa tía al hospital de San Eusebio, a cincuenta quilómetros de aquí, para seguir una noticia inexistente?—preguntó Pascual, quién miró a Inés y cuando vio que empezaba de nuevo a reír, afirmando con la cabeza, se unió a las risas.
— He de reconocer que admiro a Inés—dijo Santiago riendo—. Tiene unas ideas maravillosas. Realmente la prensa ya no es lo que era. Y esa mujer nos lo ha confirmado al salir corriendo.