— ¿Cómo ha ido el arreglo del lavabo?— preguntó Inés a Santiago.
Santiago, tras el ictus que había sufrido, había sido convencido por sus “hijas” para que cambiara su bañera por una ducha. Podrás ducharte sin problemas, sin tener que levantar la pierna cada vez que entres en la bañera para ducharte.
— Pues ya está listo. Pero me ha llevado mucho tiempo—contestó Santiago, riendo—. Si no he vuelto a tener un ictus, ha sido un milagro.
— ¿Qué quieres decir?. ¿Qué ha pasado?—preguntó Juan, sorprendido.
— Una semana después de salir del hospital empecé a trabajar el tema del lavabo—explicó Santiago—. Un vecino me acompañó a una multinacional que se dedica a ello. La vendedora de L&M, que es como se llama esa empresa, me hizo números y me dijo que iba a enviar a una persona a casa, previo pago de 35 euros, para que viera el baño, tomara medidas y con esos datos me harían un presupuesto. Una vez con el presupuesto, fui al ayuntamiento a informar sobre la obra que iba a realizar. Y como el presupuesto excedía los cinco mil euros, me dieron un montón de papeles que tenía que cumplimentar, además de comunicarme que tenía que pagar al ayuntamiento por hacer la obra.
—¿Pagar por hacer obras en casa?—Pascual estaba sorprendido.
—Desde luego. Los políticos, pobrecillos ellos, han de vivir y eso cuesta dinero que han de sacar de alguna parte—respondió Santiago, riendo—, por ejemplo del incauto que quiere cambiar su bañera por una ducha.
—¿No les basta con lo que cobran por los sobornos?— preguntó Juan.
— Al parecer, no—contestó Inés.
—Continúo con la explicación—Santiago bebió un sorbo largo de su vaso de agua (la cerveza la tenía prohibida por el médico)y explicó—: Menos los antecedentes penales, el ayuntamiento pedía de todo, incluso el consentimiento de los vecinos para hacer la obra. Muchos de esos papeles los tenía que cumplimentar la empresa y por eso les llamé. Me dijeron que iban a desglosar el presupuesto en dos, ninguno de los cuales superaría los cinco mil euros, para no tener que pagar al ayuntamiento. Cuando me enviaron los presupuestos volví al ayuntamiento con uno de los dos presupuestos y me dieron los papeles que la empresa tenía que cumplimentar. Los envié a la empresa y ellos me dijeron que tenían subcontratada la obra y que no podían cumplimentar esos datos por razones de privacidad.
— ¡Anda la osa!— exclamó Pascual—. y ¿qué hiciste?.
— Pedí la devolución del dinero. Ya había pagado todo el presupuesto. Tardaron una semana pero lo conseguí. Luego me dediqué a buscar otras empresas que hicieran ese trabajo. Al final di con una que me gustó. Me hicieron los dos presupuestos y yo les envié los papeles que tenían que cumplimentar. Cuando los recibí regresé al ayuntamiento y, ¡oh sorpresa! me dijeron que yo no tenía que aportar esos papeles. Que según la normativa tenían que aportarlos las empresas, de forma telemática. Afortunadamente me dieron un teléfono de ayuda y me volví a poner en contacto con la empresa y se lo comuniqué, dándoles el teléfono que me había facilitado el ayuntamiento. Y ¡otra sorpresa!. Se acabaron los problemas y ya pude hacer la obra.
— y ¿todo bien?—preguntó Juan.
— Hombre. Si descontamos la gran polvareda que organizaron en casa… Incluso entró polvo dentro de los armarios cerrados. El chico que se encargaba de fregar no cambiaba nunca el agua de la fregona y yo tenía que decirle que lo hiciera. Por suerte terminaron en cuatro días.
— Tema solucionado, supongo— dijo Inés.
— No creas. Esperé unos días a que se secara todo y un día empecé a usar el cuarto de baño. ¡No salía agua caliente en el lavabo!. Llamé a la empresa y me enviaron a una persona. Resulta que había entrado tierra de la obra en el manguito del agua caliente y en el filtro del grifo. Una vez limpiados ya tuve por fin el cuarto de baño operativo. Más adelante descubrí que el marco de la puerta no encajaba. Les volví a llamar y vinieron. ¿Arreglaron el marco?. No. Se limitaron a poner silicona en los huecos que no encajaban con el marco. Como vi que aquella gente no daba para más, les dejé hacer la chapuza. Es evidente que carecen de un buen carpintero para arreglar semejante desaguisado.¡Gracias Paco! —le dijo al camarero que le había traído un vaso de agua.
— ¿Lo volverías a hacer?— preguntó Juan.
— ¡Nunca!.