Conversaciones en el hoyo 19: esa gente armada

—Parece ser que el Wisconsin scramble ha funcionado—dijo Pascual—. Eso de jugar la peor bola no ha sido tan malo.
—Ya os lo dije: tenemos muy buen nivel—le contestó Juan—. Hacer el par del campo es muy buen resultado.
—¿Os habéis enterado de las manifestaciones que hay en Francia?—preguntó Inés, que estaba muy enterada de las noticias.
—Algo he leído—contestó Santiago—. La verdad es que cada vez se me hace más difícil leer la prensa. Todo son malas noticias. Parece como si hubiera una competición para ver quién se lleva el premio a la mayor estupidez hecha por un ser humano.
—Supongo que lo de Francia tiene su lógica—expuso Juan—. Todos los gobiernos han contratado siempre a delincuentes para ejercer de policías. Y no me refiero a la policía municipal que en su mayoría son buena gente.
—Ironías de la vida: un delincuente que se dedica a hacer cumplir la ley—añadió Pascual—. ¿Cómo pueden dar armas y un uniforme a delincuentes?. Se supone que un policía debería tener unos valores morales exquisitos.


—Eso no le interesa al estado. Lo que verdaderamente le interesa es acallar cualquier protesta, cualquier opinión contraria a la oficial, a base de crear miedo y la policía es el instrumento perfecto para conseguirlo—contestó Juan—. Me contaba un amigo que trabaja en la policía que una conocida suya no pasó las pruebas de admisión para ingresar en el cuerpo, por ser demasiado buena persona. Según parece, el perfil perfecto es el de un psicópata.
—Lo entiendo. Yo pasé tres días detenido en el gobierno civil de Pamplona y no se me olvidarán aquellos días—dijo Santiago.
—¿De veras?—preguntó Inés—. ¿Qué pasó?.
—Era un primero de mayo, un año después de morir el dictador—explicó Santiago—. Se suponía que ya teníamos democracia y fui a sacar fotos de la manifestación habitual de cada año. Cuando llegué no había más que policías y lecheras. Saqué un par de fotos y al momento apareció un policía vestido de paisano que me arrestó. Estuve los tres días siguientes yendo de la celda hasta la sala de interrogatorios constantemente. Tres policías me interrogaban: el bueno, el malo y el sarcástico. El malo me sacudía y el bueno hacía como que paraba a su compañero para que dejara de pegarme. Y el sarcástico soltaba alguna frase “ingeniosa” para hacerme ver que no me creía. Al tercer día me llevaron a la sala, en la que estaba únicamente el policía malo. Me sacudió a fondo. Ese mismo día me soltaron y al cabo de un par de semanas recibí un correo del gobernador civil en el que me imponía una multa de dos mil quinientas pesetas -que en su época eran mucho dinero- por sacar fotos “durante una manifestación” que por cierto, aún no había empezado. Ese fue mi primer contacto con la democracia.

—¡Joder!. ¡Menos mal que no te pilló Billy el niño!—exclamó Juan—. Si te llega a pillar semejante bestia, ahora no estarías aquí para contarlo. Es evidente que no ha cambiado nada desde la época del dictador hasta hoy. Aún sigue desapareciendo gente que, tras entrar en la comisaría, se esfuman en el aire y nadie consigue dar con su paradero.
—“Esta es la democracia que nos hemos dado todos”—concluyó Inés—. Me alegro de que en Francia sean capaces de enfrentarse a la policía. En nuestro país esas cosas no ocurren y eso que tenemos muchas más razones para protestar. Somos un pueblo adormilado.
—Quizás se deba a que los franceses hicieron una revolución y le cortaron el cuello a un rey—observó Pascual—. Eso marca y da fuerza a un país.
—Bueno. Eso no exactamente así—repuso Santiago—. Las protestas provienen de los barrios más marginales de Francia. Muchos de los que protestan son inmigrantes ó hijos y nietos de inmigrantes, a quienes el estado ha ignorado siempre. Quizás el estado debería asumir su culpa y empezar a corregir sus errores.
—Si extrapolamos la situación a nuestro país, veríamos que hay una gran diferencia entre la extrema derecha de Francia y la nuestra—explicó Juan—: el aquel país el porcentaje de la extrema derecha es bajo y aquí es altísimo.
—Quizás por el hecho de que Franco, el genocida, eliminó a todos los que no pensaban como él—dijo Pascual—. Y lo que queda es la gente que estaba a favor del régimen. Desde la transición éstos se ocultaron y pasaron desapercibidos. Hoy han vuelto a aparecer y sin complejos. De ahí que la derecha se haya convertido en extremista. Se trata de los hijos y nietos de los franquistas que ya no tienen reparo en expresar sus ideas, si se puede llamar ideas a las tonterías que dicen y hacen.
—Lo que está claro es que aquí no se ha depurado la dictadura—dijo Inés—. Que hoy en día no se puedan investigar los crímenes del franquismo es la causa de que el país esté como está.

Conversaciones en el hoyo 19: demo ¿qué?

—No sé si sabéis que se ha muerto la reina de Inglaterra—dijo Inés.
—¡No me digas!.¿Alguien no se ha enterado?—contestó Juan riendo—. Dos putas semanas no hablando de otra cosa. Hacía tiempo que no se hacía un espectáculo como ese.
—Lo que me ha sorprendido es la cantidad de gente que ha asistido a las ceremonias—añadió Pascual—. Parece mentira la cantidad de borregos que hay en ese país. Para mi, un país con monarquía es un país que no es demócrata.
—Hombre. Mira Suecia—objetó Santiago—. Allí son demócratas.
—No estoy de acuerdo—contestó Pascual—. Para que haya democracia se debe partir de la base de que todos han de ser iguales. Que nadie es más que otro. Y cuando una familia tiene privilegios de los que carece el resto de la población, ya no están cumpliendo con esa condición imprescindible de la democracia.


—Estoy de acuerdo contigo, Pascual—Juan bebió un trago de su cerveza—. Alguna vez ya os lo he comentado: no hay país en el mundo en el que exista la democracia. Algún que otro país ha creado un sucedáneo que se asemeja bastante, pero todos tienen errores importantes. En realidad deberían llamar a los distintos sucedáneos, “timocracia” ya que no es otra cosa que un engaño que hacen las clases dominantes a su inculto pueblo. En eso se basan, en la incultura de la gente, ya que no les conviene tener gente instruida. De ahí que estén dejando la cultura en las escuelas de pago, para gente de clase alta y se están cargando la escuela pública.
—Es curioso como se lo han ido montando, a través de los siglos—añadió Inés—. Han creado unas leyes que han escrito de la forma más críptica posible, para que sólo los abogados puedan entenderlas; ni que decir tiene el sistema tributario, hecho para que lo entiendan sólo los profesionales y calculado para que la gente rica pueda reducir sus impuestos.


—Bueno—aclaró Santiago—. Llevamos toda la historia de la humanidad en las mismas condiciones. La supremacía de un grupo sobre el resto. Nunca ha cambiado nada.
—Tal vez lo que ha cambiado han sido las excusas que utilizaban para engañar a la gente—añadió Juan—. Las palabras dios ó patria ya no tienen el significado que antes tenían. Si le dices a alguien que un rey es alguien elegido por dios, ese alguien se descojonará, lo mismo que si le hablas de patria. A no ser que seas ciudadano de Estados Unidos, donde el concepto patria te lo inculcan desde niño y acabas creyéndolo. Es el mismo sistema que utilizó la iglesia católica en los anteriores siglos: gran comida de coco cuando eres un niño y así acaban creyendo en sus cuentos de hadas.
—Pero ¿tiene arreglo este mundo?—preguntó Santiago.
—Yo creo que no. Mientras la gente carezca de cultura, seguirán creyendo que viven en países demócratas—repuso Juan—. Seguirán asistiendo a funerales de reyezuelos y leerán en la prensa el último modelito de alta costura que se ha puesto la puta reina de algún país y seguirán creyendo que viven en un estado que respeta los derechos humanos.

El síndrome Podemos

Cuando entró en la sala todos los ministros se levantaron en señal de respeto. Después de sentarse en su sillón reservado, en la presidencia de la mesa, hizo un ademán con la mano para que se sentaran todos.

Los periodistas que estaban alrededor de la mesa comenzaron a sacar fotos y ministros y presidente aguardaron a que terminaran su trabajo. En un momento dado, la vicepresidenta hizo un gesto con la cabeza y los periodistas empezaron a abandonar la sala.

Cuando ya no quedaba ya ningún periodista, las puertas fueron cerradas.

– Bueno – dijo el presidente -. ¿Qué tenemos para hoy?.

– Por un lado tenemos las elecciones catalanas y el artículo 155 – contestó la vicepresidenta -. Nuestros jueces están machacando a los políticos separatistas.

– ¿Nuestros jueces? – inquirió el presidente. La vicepresidenta lo miró asombrada y se dispuso a contestar, pero el presidente la calló con una mano -. No era más que una pregunta retórica. ¿Desde cuando el poder ejecutivo y el judicial van de la mano?. ¿Y la separación de poderes?.

– Presidente – contestó el ministro de justicia -. Si no fuera así, hace años que tendríamos el partido clausurado y a medio partido en la cárcel, usted incluido. Posiblemente también tendríamos que cumplir con la ley de la memoria histórica y…

– Pero nos estamos cargando la democracia, si alguna vez la hemos tenido – interrumpió el presidente -. Deberían ser los propios jueces quienes nombraran a sus altos cargos y no nosotros. Y he pensado que el problema de Cataluña sólo puede resolverse de una forma: pactando un referéndum para que sean ellos quienes decidan sobre su futuro. Si mañana mi hijo decide irse de casa yo no soy quien para evitar que lo haga.

– Presidente – terció el ministro de hacienda, intentando cambiar de tema -. Tenemos un problema con la gente que la prensa ha descubierto con cuentas en paraísos fiscales. He tenido que decir que hacienda los está investigando.

– Ah. Y ¿cómo va la investigación?.

– No hay investigación. Al fin y al cabo se trata de la gente que nos ha aupado hasta aquí. Investigamos a los actores, músicos, deportistas de élite y a los vagos que salen en las revistas del corazón, para que parezca que hay una  lucha contra los evasores de impuestos, a la espera de que el tema se enfríe.

– No me parece bien. Todos han de pagar sus impuestos – el presidente lo miró fijamente y añadió -. Investígalos a todos.

– Hay otro tema – dijo la ministra del ejército -. Hoy han muerto cuatro soldados nuestros en Irán. He corrido la voz de que fue una emboscada, aunque en realidad han muerto en un accidente de avión, si se la puede llamar así al cacharro en el que volaban.

– Eso si que es una desgracia – dijo el presidente compungido -. Consígueme el teléfono de los familiares de estos soldados para que les pueda llamar para darles el pésame – todos los ministros se miraban asombrados y miraban a la vicepresidenta que, muy discretamente, había sacado su móvil y desde su regazo escribía un mensaje mientras el presidente seguía hablando -. Has de repatriar los cuerpos y abrir una investigación sobre lo que ha ocurrido. Y basta de engaños a la prensa. Digamos la verdad. Al fin y al cabo – mientras hablaba, se había abierto una puerta detrás del presidente y entraba, casi de puntillas un hombre con una bata blanca -, decía que al fin y al cabo nuestra sociedad merece un poco de franqueza por nuestra parte. Y por cierto, quiero referirme a nuestra relación con las empresas de Ibex. Voy a apoyar la propuesta de evitar las puertas giratorias ¡ah! – en ese preciso momento, el hombre de la bata la había clavado una jeringuilla en un lado del cuello y el presidente caía desmayado sobre la mesa.

Se abrió la puerta y dos hombre entraron empujando una camilla. Tras poner la camilla al lado del presidente, lo levantaron y pusieron su cuerpo en ella. Luego salieron de la sala arrastrando la camilla, cerrando la puerta al salir.

– Cada vez le ocurre con mas frecuencia – dijo el ministro de economía.

– ¿Cómo?. ¿No es la primera vez que pasa? – preguntó el ministro de urbanismo.

– Como se nota que eres nuevo. Eso le pasa de vez en cuando. Entre nosotros lo llamamos el “síndrome de Podemos”. De golpe y porrazo se convierte en un demócrata – contestó el ministro de economía.

– Y, ¿qué le van a hacer? – inquirió el ministro de urbanismo, preocupado.

– Nada. Ahora lo sientan en una silla, le ponen un casco y le endiñan una corriente de no sé cuantos vatios y lo dejan dormir una media hora. Luego lo despiertan y ya vuelve a ser el de siempre.

– ¿Sin secuelas?.

– Sin secuelas. Bueno, salvo los guiños del ojo izquierdo cuando miente y esa forma tan peculiar que tiene de pronunciar la s como si fuera una sch. Precisamente es cuando deja de presentar estos síntomas, cuando sabemos que se acerca la crisis.

– Me pregunto cuál de los dos será el verdadero presidente  – pensó el ministro de urbanismo -. ¿El de antes o el de después del electro-shock”?.