El cuento

Estaban tumbados en la cama, esperando el cuento y el beso de buenas noches de su padre.

Ricardito, de seis años, estaba pensativo, tapado hasta la barbilla por las sábanas.
Raquel, de cuatro años, abrazada a su osito de peluche notaba en el silencio de su hermano, que algo estaba pasando.

– ¿Que te pasa – le preguntó.
– Nada. Estaba pensando en lo que le explicaba Papá a Mamá. Esa persona que Papá ha echado del trabajo.
– Pero Papá ha dicho que era eterna.
– “Externa” es lo que ha dicho.
– ¿Y eso qué es?.
– No lo sé, pero debe ser algo malo – dijo Ricardito -. Si no, Papá no la hubiera echado. Decía que no iba a trabajar. Que estaba enferma. Debía ser por ser “externa”.

Llegó Papá, quien se sentó en la cama de Raquel con el libro de cuentos, abierto en la página en la que se quedaron el día anterior.

– Papá. ¿Que es eterna?.
– “Externa” – corrigió Ricardito.
– Ah. ¿Te refieres a lo del trabajo? – Papá miró las caras de sus hijos que asintieron con la cabeza -. Son personas que trabajan en mi empresa pero que no son empleados. Son de otra empresa, que nos los presta para que hagan un trabajo.
– ¿Para que vosotros descanséis? – preguntó Raquel.
– No. Para que podamos hacer otros trabajos.

– Y ¿os los mandan enfermos?.
– No. Se puso enferma en el trabajo. Ya llevaba diez años en la empresa.
– ¿Era una chica?.
– Si. Venga. Vamos a leer el cuento.
– ¿De qué estaba enferma? – insistió Raquel.
– Tenía ansiedad.
– ¿Qué es ansiedad?.
– Pues se encontraba mal. Tenía estrés.
– ¿Estrés?.
– Estrés es lo que le ocurre a una persona cuando se le hace hacer más cosas de las que puede hacer.
– ¿Tenía mucho trabajo?.
– Si.
– Y ¿no le quitaste un poco?.
– No. Yo no tengo tiempo de hacer su trabajo.
– Pero ¿hablaste con ella?.

– Si – mintió Papá. En realidad no había hablado con ella, a pesar de que varias veces le había comentado que estaba desbordada.
– ¿Y se puso enferma?. ¿Cuánto tiempo?.
– Estuvo varios meses sin ir a trabajar.
– ¿La llamaste?.
– Venga. Que se hace tarde. Vamos a leer el cuento – dijo Papá intentando eludir el tema.
– ¿La llamaste? – insistió Raquel.
– Si. Venga. El cuento – No la había llamado en todo el tiempo que estuvo de baja. Empezó a leer –. La princesa estuvo arreglándose…
– ¿Qué dijo cuando la echastes?. ¿Se puso a llorar?.
– No la eché yo. Llamamos al jefe de su empresa y le dijimos que queríamos a otra persona en su lugar.

Papá vio como una lagrimilla se deslizaba por la cara de su hija.

Entonces se sintió culpable. Aquellas preguntas de su hija le hicieron reconocer que le había traído sin cuidado lo que le pudiera pasar a aquella mujer y que no había tenido siquiera la valentía de decirle personalmente que había pedido su sustitución.
Al haber estado volcado en seguir su ambición por conseguir mayor poder, había descuidado aquello que siempre le había caracterizado: su bondad.

Se dio cuenta de que aquel había sido su primer cadáver. Sintió amargura al pensar que, por primera vez en la vida, su ego, su ambición, le habían hecho actuar de forma diferente a sus principios y había perjudicado a alguien.
Se había comportado como aquellos a quienes siempre había criticado por su falta de humanidad y con los que ahora se estaba codeando. Gente cuyo único objetivo es conseguir mayores cotas de poder sin importar los medios. Gente vacía, sin escrúpulos, sin moral y sin conciencia.
Gentuza.

Raquel abrazó a su padre en silencio, mientras éste lloraba. Cuando Ricardito se sumó al abrazo, Papá notó el calor de sus dos hijos.
Aprendió entonces lo que tenía que valorar en la vida.