Leandro y la editorial

 

– ¿Y bien, señor Agustín?. ¿Cuál es su veredicto?.

Sentados delante de sendas cervezas, en la terraza del bar de Santiago, Leandro González, director general de una pequeña editorial de libros y Agustín Torre, de la empresa consultora Grim S.L.

– ¿Sobreviviremos a la crisis? – preguntó Leandro González.
– Sin lugar a dudas – le respondió el señor Agustín – . Su empresa goza de una salud excelente.
– No sabe cuanto me alegro, Agustín. Me permitirá que le tutee, ¿verdad? – Agustín hizo un gesto afirmativo – . Pues no sabes las ganas que tenía de oír tu veredicto. No me apetecía nada tener que gastar dinero en cambiar mi empresa. ¿Sabes?. Me siento orgulloso de ella. Tiene muchas cosas mías.

– Aún así hay cosas a mejorar…
– Siempre hay cosas a mejorar. Dime. ¿Qué se podría hacer?.

– Bueno. Siempre he pensado que la crisis puede ser una oportunidad para mejorar. Y tu empresa es de las pocas que pueden aprovecharse de la situación. Por un lado debo decirte que deberías aumentar la tirada de libros. Con tres máquinas y veinte recursos humanos te da para sacar al mercado dos mil ejemplares. Si aumentaras el número de máquinas al doble, podrías imprimir no ya dos mil ejemplares… Podrías llegar a diez mil. Las máquinas han evolucionado y permiten triplicar la tirada. Así podrías reducir tu personal. He comprobado que el setenta por ciento de tus recursos tienen edades superiores a los cincuenta años.

– Entiendo. Sigue, sigue…
– La selección de autores y de contenidos de los libros es impecable. Se venden como rosquillas, te los quitan de las manos – continuó Agustín -. Pienso que deberías contratar a un comercial para que los coloque en más librerías y así vender el aumento de la tirada que te propongo.

– Interesante…
– También he observado que el margen que obtienes podría ser mayor. Estoy seguro de que podrías vender sin problemas tus libros al doble de su precio, sin que se redujeran las ventas. Quizás invirtiendo un poco en publicidad y otro poco en un buen estudio de mercado. Y no sería ninguna mala idea que abandonaras también esa idea que tienes de sacar libros electrónicos. Sería tu ruina. Piensa que un libro electrónico es un candidato para la piratería. Un único libro tuyo puesto en Internet y, a los dos días lo tendrían cien mil usuarios, sin haber pagado un euro. A no ser que pongas DRM, es decir alguna protección que evite la copia…

Leandro había tomado unas notas mientras Agustín hablaba. Apuró su vaso de cerveza y le hizo una seña a Santiago para que le trajera otra.
Se quedó pensativo, mirando sus notas. Cuando Santiago le trajo el vaso, bebió un trago y empezó a hablar:

– ¿Sabes, Agustín?. Esas tres máquinas que tengo en la imprenta, así como las encuadernadoras, son unas piezas de museo. Tienen unos setenta años. Son lentas, requieren papel bueno, que me hacen especialmente, por cierto. Las conservo y no las he cambiado, por una sencilla razón: la calidad.

Tomó un libro del montón que tenía sobre la mesa. Lo abrió y cerró unas cuantas veces. Luego lo puso boca abajo y lo sacudió un poco. Unas cuantas hojas cayeron al suelo.

– Evidentemente este libro no es de mi editorial – tomó otro libro e hizo lo mismo. No cayó ninguna hoja. Luego abrió ambos libros y los dejó abiertos delante de Agustín – .Este segundo libro si que es nuestro. ¿Notas diferencias en la impresión?. Si lo ojeas verás que todas las páginas son uniformes. En el otro libro advertirás variaciones; unas hojas más claras, otras oscuras e incluso algún que otro manchón de tinta.

Leandro miró la hoja.
– Capítulo “recursos humanos”. Yo trabajo con seres humanos. Mi empresa mantiene familias. Tengo la suerte de contar con unas personas que aman lo que hacen. Gracias a ellos, mis máquinas han sobrevivido una guerra. Gracias a ellos las máquinas están exactamente igual al día que mi padre las compró. Mis empleados se sienten valorados porqué son conscientes de la importancia de lo que hacen. No luchan entre ellos para obtener un ascenso, porqué les gusta lo que hacen. ¿Que son mayores de cincuenta años muchos de ellos?. Es cierto, pero eso les da el valor añadido de la experiencia. Habrás visto como está la imprenta: impecable. Otra cosa: hace muchos años que no tenemos que tirar pruebas defectuosas. Algunas veces han tenido que alargar la jornada y han intentado que yo no lo supiera para que no les pagara horas extras. Muchos de esos hombres son hijos de antiguos empleados. Y, todos ellos son también propietarios de la editorial y cobran sus beneficios. Conozco a las familias de todos ellos. He asistido a bodas, bautizos y entierros. Son mi familia y antes eran la familia de mi padre. ¿Cómo voy a prescindir de ellos, por querer ganar más dinero?.

Bebió un trago y continuó.

– Asunto ampliar la venta a otras librerías. Mi padre empezó el negocio y, poco a poco, fue haciéndose con una clientela de libreros a su imagen y semejanza. Se trata de personas que, como mis empleados ó yo mismo, aman su trabajo, aman la literatura. Y sus clientes son iguales a ellos. Éstos me escriben constantemente para darme sus impresiones sobre sus lecturas. ¿Quieres que mis libros se vendan en grandes almacenes, en gasolineras ó en grandes superficies?. No y mil veces no, Agustín. ¿Aumentar la tirada?. Si implica merma en la calidad, no rotundo. Eso anula también la publicidad y los estudios de mercado. ¿Subir precios?. ¿Para qué?. Obtenemos lo suficiente para que todos podamos vivir bien. Incluso y que esto no trascienda, desde hace tres años donamos un tres por ciento de nuestros beneficios a una ONG. Por último…

– Por último… -animó Agustín.
– Por último, los libros electrónicos. Estoy a favor de ellos. Cierto que nuestros libros serán pirateados, ya que no pienso protegerlos. Pero es una forma de hacer que todos tengan acceso a la literatura. Los estudiantes, los enfermos, los parados… Ten en cuenta que en la editorial tenemos una idea muy clara. Se trata de un principio que hemos aplicado siempre: editar libros de más de una lectura. Me refiero a esos libros que nos gusta releer varias veces a lo largo de nuestra vida. Son aquellos que con cada lectura nos hacen ver aspectos nuevos ó quizás volver a sentir lo mismo que en la lectura anterior. De ahí que seamos cuidadosos a la hora de editar nuestros libros. Queremos que el libro que editamos sea capaz de aguantar muchas relecturas a lo largo de los años. Yo mismo he leído muchos libros electrónicos, pero cuando encuentras aquel ejemplar que te emociona, que te conmueve, acabas comprándolo, porque sabes que lo volverás a leer a lo largo de los años. Por eso no me preocupa el libro electrónico. En realidad es una manera de darlo a conocer. Y si gusta, se venderá. Eso lo tengo claro.

– Tienes las ideas muy claras, Leandro. Entre nosotros, ojalá hubiera muchas empresas como la tuya. Capaces de valorar a las personas y no el beneficio.

– Pues viene por este bar una persona, director de una multinacional, organizador de un ERE, que está dejando en la calle a un montón de personas, a pesar de tener beneficios. No tienes idea del pastón que está gastando en publicidad interna, para intentar convencer a los trabajadores de que son el mayor activo de la empresa y bla, bla, bla. Te voy a dejar. Tengo que ir al bautizo del hijo de Ezequiel, el encargado del almacén. Envíame la factura por tu trabajo, Agustín.

– Creo que no lo voy a hacer. Si no tienes objeción, envíame cinco de los que consideras los mejores libros que hayas editado.

Luna y la crisis

Una vez a la semana, Luna iba a comer con Ester. Los miércoles salían de la multinacional y se dirigían al bar de Santiago.

Luna no quería perder contacto con Ester ya que su conversación la ayudaba a enfrentarse con las miserables actuaciones de Ramona, la jefa de personal y su jefa de departamento.

Últimamente no estaba de demasiado buen humor, porqué Ramona estaba eufórica. Pronto descubrió la causa: la crisis le estaba sirviendo como excusa para reducir el personal en la empresa.
– Las circunstancias nos han dado la oportunidad de limpiar «lastre» – decía -. Si nos atenemos a las leyes, he hecho un cálculo y podemos sacarnos de encima a unos ciento cincuenta durante este año, sin tener que presentar un ERE. ¿El comité de empresa?. Esos siempre han comido de mi mano. Sólo sirven para organizar viajes y algunas salidas al teatro. ¿Qué peso pueden tener en un lugar en el que hay un sesenta por ciento de jefes?. Ninguno. Está claro. Tenemos demasiada gente mayor y la mayoría están quemados. Hay que largarlos.
– Tampoco me extraña demasiado – pensaba Luna -. Cualquiera de ellos ha sido víctima y testigo de varias reducciones de plantilla en los últimos años. Hace años que viven con el miedo a ser despedidos. Desde luego, es preferible contratar a un chavalillo joven que no conozca la empresa y que esté dispuesto a «comerse el mundo».

Ramona se estaba saliendo con la suya y este mes se habían «marchado» quince personas. Para conseguirlo, envió un correo a todos los jefes diciéndoles que se lo montaran como quisieran pero que tenían que «prejubilar» a los mayores de cincuenta y cinco años que aceptaran las condiciones de la empresa.
Unos jefes optaron por sugerir a sus subalternos esa posibilidad. Sin embargo otros prefirieron obligarles a que se fueran. Quizás por quedar bien ante Ramona ó tal vez para eliminar aquellas voces, algunas veces disidentes a su autoridad.

Luna iba callada, a solas con sus pensamientos, con Ester a su lado.
Al llegar se sentaron en la terraza del bar de Santiago y éste les puso dos cervezas y les entregó la carta.
Una vez encargada la comida Luna se levantó y fue a una mesa vacía de su lado a coger el periódico. Luego regresó.

– No te noto muy animada, Ester – dijo.
– La verdad es que no lo estoy – contestó ésta -. Ayer se marchó Tomás Mendizábal. Le tenía mucho cariño. Al fin y al cabo fue él quien me enseñó todo lo que sé de mi trabajo. Era un hombre encantador. Siempre me ayudaba e incluso daba la cara por mi, cuando cometía un error. Todo el departamento lo apreciaba. Siempre estaba sonriente y siempre tenía alguna frase hermosa para los demás.
– Lo recuerdo. Era un ser maravilloso.
– Pues lo echó el jefe. El muy animal no tuvo otra ocurrencia que plantarse delante de su mesa y decirle delante de todos que era un inútil, que no cumplía con las previsiones y que fuera a personal a negociar su prejubilación.
– Me enteré por un compañero. Me dijo que lo vio llorando, tras firmar el finiquito – dijo Luna.

– Pobre hombre. ¡Que pena!. Y que pena para el departamento. Sin Tomás ya no es lo mismo. Ahora me estoy dando cuenta de lo necesario que era. Ahora estoy descubriendo que necesitaba a alguien como él para tirar adelante – una lágrima asomó en un ojo -. Él me infundía ilusión por lo que hacía, por muy estúpido que fuera. Ahora no tengo a nadie como él. No sé como podré continuar sin aquella fortaleza que él me contagiaba.
– Ánimo, Ester. Ya verás como sigues adelante. Tu eres fuerte – Luna dejó el periódico sobre la mesa y le tomó la mano -. Ya sé que no estoy en tu departamento pero me tienes a tu lado para cuando estés mal.

Ester lloraba y Luna no sabía cómo consolarla. Miró hacia la mesa y entonces su corazón dio un vuelco.
Vio un nombre en el periódico: Tomás Mendizábal. Lo cogió y se puso a leer la noticia en la que aparecía el nombre.
Estaba en la página de sucesos. Había caído desde un séptimo piso y todo apuntaba a suicidio.

Cuando Santiago llegó con los primeros platos, las dos chicas estaban llorando.

El cuento

Estaban tumbados en la cama, esperando el cuento y el beso de buenas noches de su padre.

Ricardito, de seis años, estaba pensativo, tapado hasta la barbilla por las sábanas.
Raquel, de cuatro años, abrazada a su osito de peluche notaba en el silencio de su hermano, que algo estaba pasando.

– ¿Que te pasa – le preguntó.
– Nada. Estaba pensando en lo que le explicaba Papá a Mamá. Esa persona que Papá ha echado del trabajo.
– Pero Papá ha dicho que era eterna.
– “Externa” es lo que ha dicho.
– ¿Y eso qué es?.
– No lo sé, pero debe ser algo malo – dijo Ricardito -. Si no, Papá no la hubiera echado. Decía que no iba a trabajar. Que estaba enferma. Debía ser por ser “externa”.

Llegó Papá, quien se sentó en la cama de Raquel con el libro de cuentos, abierto en la página en la que se quedaron el día anterior.

– Papá. ¿Que es eterna?.
– “Externa” – corrigió Ricardito.
– Ah. ¿Te refieres a lo del trabajo? – Papá miró las caras de sus hijos que asintieron con la cabeza -. Son personas que trabajan en mi empresa pero que no son empleados. Son de otra empresa, que nos los presta para que hagan un trabajo.
– ¿Para que vosotros descanséis? – preguntó Raquel.
– No. Para que podamos hacer otros trabajos.

– Y ¿os los mandan enfermos?.
– No. Se puso enferma en el trabajo. Ya llevaba diez años en la empresa.
– ¿Era una chica?.
– Si. Venga. Vamos a leer el cuento.
– ¿De qué estaba enferma? – insistió Raquel.
– Tenía ansiedad.
– ¿Qué es ansiedad?.
– Pues se encontraba mal. Tenía estrés.
– ¿Estrés?.
– Estrés es lo que le ocurre a una persona cuando se le hace hacer más cosas de las que puede hacer.
– ¿Tenía mucho trabajo?.
– Si.
– Y ¿no le quitaste un poco?.
– No. Yo no tengo tiempo de hacer su trabajo.
– Pero ¿hablaste con ella?.

– Si – mintió Papá. En realidad no había hablado con ella, a pesar de que varias veces le había comentado que estaba desbordada.
– ¿Y se puso enferma?. ¿Cuánto tiempo?.
– Estuvo varios meses sin ir a trabajar.
– ¿La llamaste?.
– Venga. Que se hace tarde. Vamos a leer el cuento – dijo Papá intentando eludir el tema.
– ¿La llamaste? – insistió Raquel.
– Si. Venga. El cuento – No la había llamado en todo el tiempo que estuvo de baja. Empezó a leer –. La princesa estuvo arreglándose…
– ¿Qué dijo cuando la echastes?. ¿Se puso a llorar?.
– No la eché yo. Llamamos al jefe de su empresa y le dijimos que queríamos a otra persona en su lugar.

Papá vio como una lagrimilla se deslizaba por la cara de su hija.

Entonces se sintió culpable. Aquellas preguntas de su hija le hicieron reconocer que le había traído sin cuidado lo que le pudiera pasar a aquella mujer y que no había tenido siquiera la valentía de decirle personalmente que había pedido su sustitución.
Al haber estado volcado en seguir su ambición por conseguir mayor poder, había descuidado aquello que siempre le había caracterizado: su bondad.

Se dio cuenta de que aquel había sido su primer cadáver. Sintió amargura al pensar que, por primera vez en la vida, su ego, su ambición, le habían hecho actuar de forma diferente a sus principios y había perjudicado a alguien.
Se había comportado como aquellos a quienes siempre había criticado por su falta de humanidad y con los que ahora se estaba codeando. Gente cuyo único objetivo es conseguir mayores cotas de poder sin importar los medios. Gente vacía, sin escrúpulos, sin moral y sin conciencia.
Gentuza.

Raquel abrazó a su padre en silencio, mientras éste lloraba. Cuando Ricardito se sumó al abrazo, Papá notó el calor de sus dos hijos.
Aprendió entonces lo que tenía que valorar en la vida.