Conversaciones interactivas por confinamiento: obsolescencia

—Hola muchachos—saludó Inés desde su monitor—. Volvemos a estar en casa confinados sin posibilidad de jugar al golf. ¿Cómo os va?.
—Yo estoy dando largos paseos para no perder la forma—contestó Santiago.
—Y yo—dijeron Pascual y Juan al unísono.
—Me he comprado un reloj de esos que te cuentan los quilómetros, te miden el pulso, reciben mensajes, etc, etc.—explicó Santiago.
—Uf—contestó Juan—. Esos relojes son la demostración extrema de la obsolescencia programada.


—¿Cómo?, ¿qué dices?—preguntó Santiago.
—Da gracias al cielo si tu reloj te dura diez años—le contestó Juan, riendo—. Dentro de cinco años ya no encontrarás actualizaciones del sistema operativo, porqué los fabricantes habrán sacado nuevos modelos con muchas prestaciones más y ya no se acordarán de sus modelos antiguos. Además la batería se habrá ido deteriorando y cuando lleves el reloj a cambiarla descubrirás que te sale mas cara que los nuevos modelos de relojes. Así es como funciona el sistema.
—Quizás tengas razón, aunque exageras un poco—dijo Inés.
—Es posible que exagere—contestó Juan, mientras se arremangaba el brazo izquierdo y ponía delante de la cámara su reloj—. Tiene este cacharro cuarenta años en mi muñeca y funciona como el primer día. No lleva pilas, no hay que darle cuerda. Dentro lleva una maquinaria que es el resultado de cuarenta ó cincuenta años de investigación. No me indica lo que ando, ni mi situación en un mapa, ni recibo mensajes, ni correo. Pero cumple a la perfección su función de reloj. Cuando yo muera, el futuro propietario del reloj podrá seguir usándolo otro montón de años.


—Ah. Tiempos aquellos en que los electrodomésticos llevaban un fusible que saltaba cuando había una sobrecarga—dijo Pascual—. Ahora es imposible encontrar uno que lo lleve.
—Claro. Es preferible dejar que reviente por todos lados para hacerte cambiar el electrodoméstico entero—explicó Juan—. No sabéis la cantidad De Fuentes de alimentación de ordenadores que he tenido que cambiar, por no llevar fusibles.
—Es el mercado, amigo—rio Santiago—. Cuatro viejos obsoletos hablando de obsolescencia programada. Por cierto, Inés. ¿Cómo va tu presidencia en la comunidad de tu casa.


—De pena—contestó—. Voy descubriendo cosas. Resulta que cuando hay un siniestro, la compañía envía a un perito para que haga una valoración de los daños. Perito pagado por la aseguradora, por cierto. Éste hace su informe y lo entrega a la compañía, pero nunca al asegurado, escudándose en la ley de protección de datos. De esta manera el asegurado está en inferioridad y no puede reclamar por desconocer el informe del peritaje. Vamos. Un timo a todas luces, que les sirve a las compañías de seguros para evitar un montón de indemnizaciones.
—Maravilloso—se rio Juan—. Ahora puedo entender el porqué de que haya tantos políticos en los consejos de administración de las aseguradoras. ¿No se puede reclamar el informe pericial?.
—Si. A través del defensor del cliente—explicó Inés—. La ley obliga a que las aseguradoras tengan un defensor del cliente. Evidentemente, como dicho defensor está a sueldo de la compañía de seguros, sus fallos suelen ser normalmente, a favor de la aseguradora.
—Todo atado y bien atado…

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