Conversaciones en el hoyo 19: Tosca

—He visto la película que recomendaste, Pascual—dijo Inés.
—Yo no he acabado el libro y eso que es de los libros que cuesta dejar de leer—Santiago estaba eufórico, tras su jornada golfística—. Incluso he estado escuchando Turandot. Tiene momentos, por cierto, bastante duros, aunque hay otros que te ponen la piel de gallina.
—Supongo que eso forma parte de la música—analizó Inés, gran amante de la música clásica—. Diría que esos momentos duros, como tú los llamas, sirven para que cuando llegue aquel momento de gran lirismo, éste resalte mucho mas. Recuerdo que, de jovencita buscaba esos fragmentos hermosos y me saltaba todo lo demás. Y con el tiempo fui descubriendo que para llegar a apreciar una obra, había que escucharla entera, ya que las partes heavies te preparaban para las armónicas. Eso me lo enseñó Richard Strauss, cuya música es muy variopinta, con mezcla de lirismo y de disonancias.


—¿Habéis pasado por el control de la guardia civil cuando veníais?—preguntó Juan.
—Si
—Claro
—Si.
—Pues a mí me ha recordado aquellos tiempos del terrorismo—soltó Juan, indignado—. Volvemos a las andadas. Catalunya manifiesta su forma de pensar y el estado se dedica a recordarnos que no somos otra cosa que súbditos y la única política que son capaces de hacer es la del miedo. Menudos tarados tienen esos policías como jefes. Parecen miembros de la familia real.
—No te extrañe. En este país, que funciona a base de amiguismo, los que llegan a cargos importantes, no lo son por su valía, si no por sus relaciones e ideología—repuso Santiago—. De ahí que hagan lo que hacen esos inútiles que no ven mas allá de sus narices.
—Me recuerda aquellos maravillosos años de mi juventud. Debía tener entonces unos trece años—comentó Santiago—. Cuando iba a la biblioteca a estudiar, pasaba por la plaza Cataluña que muchas veces estaba literalmente tomada por la policía. No se veían peatones. Lo único que había eran las lecheras y cientos de policías preparándose para machacar a los asistentes a alguna manifestación. Tiempos franquistas que ahora vuelven… En aquellos tiempos se decía que un policía no era mas que un delincuente con trabajo.


—Pues a mí, este tema me recuerda Tosca—dijo Inés—. Lo reúne todo: policía corrupta, jefe psicópata, tortura y crimen.
—Te refieres a la ópera de Puccini?—preguntó Pascual.
—Si. Una verdadera maravilla. Sucede en la época en la que Napoleon conquista el norte de Italia e instaura la república. Austria, aprovechando la ausencia de Napoleon, que está de campaña en Egipto, vuelve a restaurar la monarquía y persigue a los republicanos. Y la historia de la ópera se centra en la huída de Angelotti, excónsul de la república de la cárcel para ir a parar a una iglesia, en la que está trabajando un pintor que lo ayuda a esconderse de la policía. La novia del pintor, pensando que éste tiene algún affaire con otra mujer, sigue a Mario, el pintor, hasta su casa de campo en la que el pintor pretendía esconder a Angelotti. Son detenidos el pintor y su novia. El jefe de policía, Scarpia intenta seducir a Tosca, la novia, haciendo torturar a su pareja. Y no sigo contando el argumento por no hacer spoilers…
—Es curioso—comentó Pascual—. Conozco muy bien la ópera, pero como tengo por costumbre escuchar la música sin entrar en la historia, no sabía que Tosca tuviera el argumento que has contado.


—¿Nunca has visto la ópera?.
—Nunca. Me gustan las óperas como quien escucha un concierto o una sinfonía, considerando la voz humana como un instrumento musical. Por eso nunca voy a la ópera. No quiero que el argumento condicione mi percepción de la música. Manías, supongo.
—No te lo voy a cuestionar—dijo Inés—. Lo curioso de esta ópera es que los hechos ocurren después de la batalla de Marengo, franceses contra austríacos, que ganaron los franceses. Sin embargo las noticias que llegan a Roma, inicialmente, hablan de la victoria de los austríacos. En ese contexto se mueve la ópera. Si las noticias que llegaron hubieran sido veraces, Scarpia, el jefe de la policía no hubiera podido ejercer como tal.


—Es interesante lo que cuentas, Inés. Creo que voy a ver esa ópera—dijo Santiago—. Por cierto hoy he leído que en nuestro país está aumentado la lectura de libros, la afición por la música, por el arte…
—No te extrañe con la mierda de programas de televisión que emiten—dijo Juan, añadiendo—: Groucho Marx decía “encuentro la televisión enriquecedora. Cada vez que alguien enciende la televisión me voy a otra habitación a leer un libro.
—Habrá que ponerle remedio. Un país culto será la mayor pesadilla del estado y los partidos políticos. Ellos viven gracias a la incultura de la sociedad—sugirió Pascual—. No sé si habéis visto una serie de televisión que se llamaba Ciudad K. Narra la vida en una ciudad formada por gente muy culta e inteligente. Allí no existía la política y el pobre cura no tenía un triste feligrés, salvo una mujer que se dedicaba a cuestionarle todos los escritos de la biblia. Las conversaciones de las mujeres en la peluquería eran verdaderamente hilariantes.
—¿Es aquella serie en la que los hombres que acudían al puticlub pagaban a las “chicas” en función del tema de conversación?.
—Exacto. Kant, Nietzsche, Descartes, Sócrates, Hegel… cada uno tenía un precio, en base a la teoría a desarrollar por la “chica” contratada. Entonces se enfrascaban ambos en una conversación surrealista—rio Santiago, recordando la serie.
—Bueno, chicos. Yo me voy. A comprar libros, por cierto—Inés se levantó riendo—.No sea que prohiban los libros—puso cara de estar angustiada y dijo con voz de desesperada—, tengo que comprar muchos libros.
Todos rieron, mientras se ponían de pie y se despedían.

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