Conversaciones en el hoyo 19: amoríos

—Salís juntos, ¿verdad?.
—No—mintió Inés—¿Cómo se te ocurre pensar eso?.
—Hombre. No he nacido ayer—dijo Pascual—. A estas alturas de la vida se suele observar cosas que suelen pasar desapercibidas cuando se es joven: miradas, gestos…
—¿Como qué?—Inés estaba empezando a ruborizarse mientras maldecía interiormente su incapacidad para impedir ese rubor que la delataba.
—A esto puedo contestar yo—contestó Santiago—. Desde hace semanas se puede ver entre tú y Juan una cierta complicidad. Precisamente, cuando he salido de casa para venir aquí, me he cruzado con una pareja que iba charlando. No hacía falta ser un experto para darse cuenta de que entre aquellos dos había una cierta tensión, que se manifestaba en el tono de voz, el distanciamiento con el que andaban, sus risas nerviosas… Era evidente que estaban en aquella típica fase de conocerse, de agradar a la otra persona. Y eso lo he visto en apenas cinco segundos, al cruzarme con ellos.


—De la misma manera que cuando pongo en marcha la televisión y aparece un político—continuó Pascual—, no hace falta ser un experto para darse cuenta de que miente. Sus ojos lo dejan muy claro. Y eso de las distancias que ha apuntado Santiago tiene mucho de verdad. Todos solemos mantener una distancia predeterminada con los demás cuando nos relacionamos y tú, Inés, cuando estás con Juan, no sueles mantener la distancia habitual.
—Algo que me sorprende—dijo Santiago—, es ver como los norteamericanos, en las películas mantienen distancias mínimas con su interlocutor—se rio—. Cuando veo como dos personan se hablan a escasos centímetros, siempre pienso que tiene que haber un gran intercambio de saliva en esa conversación. Si fueran como el director de la escuela en la que pasé mi bachillerato, acabarían con las caras totalmente mojadas. Aquel tipo no era capaz de articular palabra sin su dosis de saliva.
—Quizás te refieres a la distancia entre el protagonista y la que al final se convierte en su pareja—apuntó Inés—tras una casta escena de cama y después de que el protagonista la salve de los terribles malos.
—Pues no. Fijaros bien y veréis que incluso cuando el protagonista discute con el terrible delincuente que ha raptado a su chica, las distancias son mínimas—indicó Santiago—. Alguna veces llego a pensar que acabarán besándose.


—Está bien, chicos—dijo Inés humildemente—. Tenéis razón. Entre Juan y yo hay una relación.
—Me alegro mucho, Inés—dijo Pascual—. ¿Tendremos boda próximamente?. ¿Viviréis juntos?.
—Ni lo sueñes. Ni vida ni nada de vivir juntos—Inés tenía las ideas claras—. Cuando llevas años gozando de libertad e independencia ni por asomo se me ocurriría compartir mi casa con nadie. Es mi espacio y no voy a renunciar a él. Y Juan piensa lo mismo que yo. También es muy celoso de su intimidad.


Justo en ese momento apareció Juan, con casi tres horas de retraso.
—Siento llegar tarde, pero la autopista estaba cortada por una manifestación de protesta por la sentencia—dijo, sentándose al lado de Inés.
—Nos han pillado—le dijo ella, riendo—. Saben que tenemos una relación.
—Me alegro—contestó—. Siempre es bueno compartir las cosas con nuestros amigos. Yo no sé vosotros, pero tengo intención de devorar el aperitivo y luego salir a jugar. Supongo que ya habéis jugado los dieciocho hoyos y no estaréis en condiciones de volver a salir…
—Eso lo dirás tú—dijo Santiago—. Hoy no me ha caído ninguna bola en alguno de los lagos del campo y si no lo hago, me marcharé frustrado. Te acompaño.
—Y yo—dijo Inés.
—Yo también—dijo Pascual.

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