Conversaciones en el hoyo 19: garrulos y gárrulos

—Empieza a notarse la sequía—dijo Santiago mientras cogía el vaso de cerveza de la mesa—. El campo estaba bastante amarillento.
—He visto imágenes de casas e iglesias en los pantanos, que deberían estar sumergidas y ahora han vuelto a aparecer por la escasez de agua—añadió Pascual.
—Pues esperemos que llueva pronto y vuelvan a estar bajo el agua, no sea que los curas inmatriculen esos edificios—apuntó Juan entre risas—. Seguro que habían olvidado esas iglesias sumergidas…
—Parece mentira que en el siglo veintiuno todavía haya gente que crea en mitologías—reflexionó Inés en voz alta. Luego, cuando vio que sus amigos habían la habían escuchado, sonrió—. Oh. Lo siento. Estaba pensando en voz alta. Espero no haya herido a nadie.
—En absoluto.
—No.


—Ni hablar—negó Pascual—. Mira que hay mitologías en el mundo y la iglesia católica ha elegido la más estúpida. Yo me hubiera quedado con la mitología griega, mucho más divertida. Me encanta Zeus quizás por su eterna obsesión por el sexo femenino. Incluso es muy válida para mí toda la mitología wagneriana. Tiene mucho encanto. Desgraciadamente no se puede montar un negocio basándote en una historia en la que los dioses mueren, como ocurre en “el ocaso de los dioses”. Oh, perdón por el spoiler.
—Tranquilo—aclaró Juan—. Todos hemos disfrutado de esas óperas. Quizás me pareció curiosa la escena de la Walquiria en la que Siegmund extrae la espada clavada en el tronco de un fresno que nadie había podido sacar—rio, mientras bebía un trago de cerveza—. Me recuerda a otra leyenda antigua. Lo que está claro es que la causa de que tantas iglesias hayan montado sus negocios en base a mitología es que vivimos en un mundo de garrulos. Gente con tan poca cultura que cree todas esas cosas que les explican los gárrulos.
—¿Garrulos y gárrulos?—preguntó Santiago.
—Hombre, la palabra garrulo, todos la conocemos—explicó Juan—. Pero gárrulo se refiere a un pájaro que no para de hablar. Y se utiliza al referirse a las personas charlatanas, cotorras. Sólo hace falta poner la televisión ó la radio para encontrar a ese tipo de gente: políticos, analistas, locutores, periodistas…
—Hace unos días vi una película que me dio que pensar—dijo Pascual—. Se llama “idiocracia” y narra lo que será el mundo futuro poblado por analfabetos. Parece que esa es la tendencia.
—Está claro que ese es el futuro—apuntó Santiago—. En nuestro país interesa que no haya cultura. Así pueden tener a un montón de servidores dóciles. Me hizo gracia leer que ya no es necesario el examen de ortografía para pasar las pruebas de admisión a policía.
—Hombre, claro—repuso Juan—. Para sacudir a la gente no hace falta tener el bachillerato superior.

—Recuerdo el final de cada capítulo de la serie “ciudad K” en la que, a las afueras de la ciudad, un coche paraba para preguntar a un policía sobre temas filosóficos y el agente le aclaraba todas esas dudas—explicó Juan.
—¿”Ciudad K”?. ¿Qué es eso?—preguntó Pascual.
—Es una antigua serie cómica española de un tal José Antonio Pérez—contestó Juan—. “Ciudad K” es una ciudad en la que sus habitantes tienen un coeficiente intelectual altísimo. Las conversaciones en la peluquería son hilarantes, así como las de un psicólogo con sus pacientes, e incluso en un bar de alterne en el que los clientes pagan a las mujeres por un rato de conversación filosófica. También aparece un cura en una iglesia vacía de feligreses a la que ocasionalmente, se presenta una mujer que le cuestiona todas sus lecturas de la biblia. Esta serie es uno de los pocos casos en los que no aparecen los garrulos típicos del país.
—Habrá que buscar esta serie—anunció Pascual.


—Lo que está claro, resumiendo—añadió Juan—es que la historia de la humanidad hubiera sido muy distinta si todas las energías gastadas en guerras, conquistas y fanatismos religiosos no hubieran existido y hubiera sido la cultura la que marcara la buena dirección.
—Desde luego. Me imagino Internet lleno de libros escritos por millones de escritores, arte por todos los lados, música de verdad, producida por gente con estudios extensos—añadió Santiago.
—Y respeto por la naturaleza, considerándola como un lugar en el que estamos de paso y que tenemos que dejar, al irnos, exactamente como la encontramos—propuso Inés.
—Uf. Que fácil es soñar—agregó Juan—. El problema es que en siete mil años seguimos siendo igual de garrulos. Nada ha cambiado.