Ramona y la firma del convenio

Sonó el teléfono.

Juan alargó el brazo y lo descolgó.
– Si.
– Hola Juan. Dentro de media hora tenemos la firma.
– ¿La firma de qué?.
– La firma del Convenio.
– ¿Te refieres al Convenio ese, en el que no me han dejado participar y que aún no he visto?.

– Venga Juan. No te lo tomes así. Además te lo he dicho mal. No se trata de firmar el Convenio. Se trata de la firma de las actas de las reuniones del Convenio.
– Vamos. Que he de firmar las actas de las reuniones a las que no he asistido…

– Ya sabes que Ramona, la jefe de RRHH fue muy concreta a la hora de elegir a los negociadores del comité de empresa.
– De eso me quejo, Agustín. No es de recibo que la empresa negocie con los representantes que elige a dedo.
– No teníamos elección. Llevan meses despidiendo y prejubilando. Todos tenemos miedo a la posible llamada de Ramona para comunicarnos el fin de nuestra relación laboral. ¿Nos vemos en la sala de reuniones?.
– Vale. Allí estaré.

Ramona estaba satisfecha. Las reuniones para la revisión del Convenio habían salido a pedir de boca.

La campaña de miedo que había extendido a toda la empresa había dado sus frutos. En los últimos meses todos los empleados se habían convertido en simples corderitos mansos, incapaces de levantar su voz por duro que fuera lo que se les impusiera. Y ese era el caldo de cultivo que quería Ramona para negociar el Convenio.

Cuando apareció en la sala de reuniones escondió su sonrisa triunfal.
Doce personas la estaban aguardando.
Abrió la carpeta que llevaba y sacó unas hojas. Las puso sobre la mesa.
– Estas son las actas de las reuniones.

Uno a uno, fueron pasando los representantes de los trabajadores a firmar. Los cinco del sindicato y los siete de la otra candidatura, triunfadora en las últimas elecciones.
– Ahora viene lo bueno – pensó Ramona. Abrió de nuevo su carpeta y tiró sobre la mesa las hojas del Convenio, diciendo :
– Ya sólo falta firmar el Convenio. Como de costumbre, tenéis que visar todas las hojas y firmar en la última.

El silencio invadió la sala. Ramona observó las miradas de los miembros del comité de empresa. Tal y como esperaba, los cinco del sindicato fueron los primeros en hablar.
– Nosotros no aceptamos el Convenio y no lo vamos a firmar.
– Me lo imaginaba – contestó Ramona -. Ya podéis salir de la sala.

Una vez se hubieron marchado los cinco sindicalistas Ramona dijo:
– Ahora se pondrán a redactar un escrito que repartirán a todos los trabajadores en el que dirán que no están de acuerdo con el Convenio y así quedarán como los buenos de la película delante de sus compañeros y también del sindicato.

Tomó de la mesa el Convenio y se lo dio al que estaba a su izquierda.
– Venga. No perdamos tiempo, que tengo mucho que hacer. Firma.

Los siete representantes de los trabajadores firmaron el Convenio. De ellos, solamente dos, los que lo habían negociado – y, por cierto, cedido a todas las pretensiones de Ramona – lo habían leído.

Los cinco restantes no tuvieron el valor para decir que no podían firmar un documento que no conocían.

Cuando Ramona llegó a su despacho era la más feliz de las mujeres. Había conseguido eliminar un sinfín de privilegios que los trabajadores tenían desde hacía muchos años.
– ¡Bien por la política del miedo!. ¡Bien por la crisis!.

Juan no pudo pegar ojo en toda la noche. Sabía que había traicionado la confianza que le habían otorgado sus compañeros de la empresa.