Harry el ejecutor

En la multinacional lo llaman Harry el Ejecutor.

Su nombre es Claudio.
En realidad se trata de un personaje insignificante, mezquino y carente de personalidad.

Entró en la empresa, recién acabada la carrera de económicas. No había sido una lumbrera con los estudios y fue para él un verdadero alivio obtener el título.
Su primer departamento fue contabilidad. Durante los años en que estuvo en el departamento demostró ser una persona desordenada y poco metódica por lo cual su trabajo mostraba con frecuencia errores que obligaban a alargar la jornada de sus irritados compañeros, para encontrar los gazapos.

Afortunadamente para sus colegas, el jefe no tardó en enviarlo al departamento de organización.
Su trabajo allí mejoró bastante y no por la forma en que lo llevaba a cabo. Más bien debido a la calidad de las personas con quienes trabajaba quienes le ayudaban y corregían los frecuentes errores que cometía.
Era una persona reservada. Tenía pocos amigos en el trabajo y apenas alguno fuera de él.

Se casó con una mujer, la única que encontró capaz de dirigir su vida. Porqué él no tomó jamás decisión alguna. Le era más cómodo dejarse llevar. Tuvieron dos hijos, que para Claudio no eran más que un estorbo. Debido a ellos solía llegar tarde a casa, alargando su jornada. Intentaba organizar trabajos especiales en sábado para reducir el tiempo de estar en casa.

– Faltaría más – pensaba -. Es la empresa la que me hace el favor, evitándome tener que soportar los lloros de los críos.

En una empresa como la multinacional, en que se valora principalmente las apariencias y no el buen ó mal trabajo realizado, su prestigio fue en aumento.
¿Cómo no iban a valorar sus largas jornadas y el montón de sábados que dedicaba a la empresa?.
Además, su trabajo era conocido, principalmente porqué afectaba a los otros departamentos de la empresa y ello le obligaba a relacionarse con la mayoría de los jefes de los otros departamentos.

Sus compañeros, preocupados por hacer bien el trabajo, nunca dijeron a nadie los muchos errores que tenían que corregir en todo lo que hacía su compañero.
Su jefe, Don Paulino, vanidoso como era, lo tenía en mucha estima ya que era una persona que jamás cuestionaba sus órdenes y los halagos de los que le hacía objeto Claudio, le hacían sentir en el cielo.

Como buen jefe, Don Paulino decidió aconsejar a Claudio. Le hizo ver que era distinto a los demás. Mucho mejor que ellos. Que él era la única persona que se salía de la mediocridad y además, de largo. Le enseñó también que a sus compañeros debía tratarlos con desprecio, ya que era la única manera de que trabajaran de firme.

Poco a poco el carácter de Claudio fue cambiando, a medida que las enseñanzas de su maestro, Don Paulino, iban dando fruto.
Sus compañeros acusaban ese cambio y poco a poco, empezaron a retirarle su apoyo, dejando sin corregir los errores que Claudio cometía.

Pero Claudio había aprendido bien la lección de su jefe y descubrió que la solución consistía en romper la unidad de sus compañeros. Simplemente sembrando cizaña entre ellos, conseguía tener siempre a alguien de su lado.
Ahondó en el arte de la manipulación. Nunca había pensado que la palabra pudiera tener tanto poder. Consiguió así traspasar sus frecuentes errores a los compañeros.
Pronto obtuvo resultados.

Don Paulino llevaba años estableciendo su poder en la empresa, en base de ir colocando a su personal de confianza en otros departamentos. De esta manera estaba siempre informado de todo lo que ocurría en la multinacional. Los ascendía y luego los traspasaba a otros departamentos. Así tenía a sus chicos de su parte y dispuestos a largar información.

Necesitaba a alguien en el departamento de RRHH y pensó en Claudio. Lo ascendió y se lo encasquetó a Ramona, que le debía un favor.
Los siguientes años de Claudio en RRHH fueron una balsa de aceite. Como jefe de sección se limitaba a controlar los trabajos de sus subordinados, a quienes trataba como había tratado antes a sus compañeros. Su cometido era traspasar a Don Paulino todo tipo de información acerca de lo que ocurría en su departamento: nuevos empleados, cambios departamentales, negociaciones de convenios con fábricas…

Ramona no confiaba en él y apenas había relación entre ellos.
Ella estaba esperando la oportunidad para deshacerse de Claudio.
Y un buen día apareció la ocasión.
Un jefe estaba a punto de jubilarse. Y era necesario poner en su lugar a alguien sin escrúpulos. Alguien capaz de vender su alma al diablo, ya que quien ocupara su lugar tenía que dedicarse a eliminar a su personal para externalizar todos los trabajos. Necesitaba a un ejecutor y Claudio tenía ese perfil.

Inmediatamente lo comunicó al interesado, haciéndole saber que se trataba de un ascenso.
Claudio, tras hablarlo con Don Paulino, aceptó.

Y empezó a desarrollar su trabajo. Su director le dio las directrices y Claudio las siguió a rajatabla.

Estaba en su salsa. Disfrutaba comunicando a sus empleados que no tenían más remedio que acogerse a una jubilación anticipada ó a un traslado forzoso a la fábrica más lejana. Ninguno de ellos puso el menor reparo en aceptar la prejubilación a pesar de estar muy mal pagada.

Poco a poco, empezó a entrar personal de otras empresas para hacer los diferentes trabajos que iban quedando libres. Era una delicia, ya que este nuevo personal aceptaba todo lo que se les encomendaba.
Muchos de ellos eran inmigrantes y estaban muy mal pagados. Pero ese no era problema suyo, porqué no pertenecían a la empresa.
Que se pelearan con su empresa, que al fin y al cabo era la que les pagaba.

Es curioso, pero Claudio es una de las pocas excepciones al principio de Peter, según el cual una persona es ascendida hasta que llega a un cargo en el que es un perfecto incompetente.
Con Claudio ha ocurrido justo al revés.
Ahora, como Harry el Ejecutor, realiza su trabajo a la perfección.

En su día, cuando llegó a sus manos el Código de Conducta de la empresa, lo leyó por encima y llegó a la conclusión de que lo cumplía a rajatabla.
Se siente orgulloso de trabajar en su empresa y es feliz con lo que hace.

Ahora Ramona lo mira con otros ojos y le ayuda en todo, con tal de agilizar su trabajo.
Dicen que tiene una agenda en la que va tachando los nombres de los empleados que quedan aún por despedir.
Quedan pocos.
Y hay quien dice también que Ramona sale muy alegre de sus reuniones con Claudio.

Quizás porqué sabe que, cuando despida al último de los trabajadores de su empresa, el trabajo de Claudio habrá concluido y entonces será despedido por ella, con la misma alegría con la que él despedía a sus empleados.

Porqué Ramona, si odia algo en este mundo, es precisamente la competencia.