La mampara

Ya he dicho en un escrito anterior que la lucha en el trabajo por conservar, por mantener la dignidad, es una guerra que no termina nunca.
Considero que he salido moralmente victorioso en la guerra, pero ésta, no ha terminado.
Sigue habiendo batallas. Batallas en las que se miden fuerzas y se intenta actuar de forma sutil.
Entre mi jefe y yo, tras años de lucha, el uno por imponer y el otro por conservar, se ha ido creando un cierto «respeto».
Lo cual no deja de ser curioso, ya que mi lucha ha consistido en enseñarle precisamente eso: el respeto. Sin embargo es un respeto que no se basa en el reconocimiento del valor de la otra persona. Se trata de miedo a lo que haga la otra persona.

De muchos en la empresa, es sabido que en la mampara que tengo detrás de mi mesa de trabajo, he ido poniendo escritos alusivos al acoso del que he sido objeto estos años.
Se trata de sentencias sobre mobbing que he ido pillando por aquí y por allá, clasificación de fases, características, perfil del acosador, del acosado…
Me consta que se han desplazado a verlos un montón de personas de otros departamentos.
Incluso mi jefe, me han contado, ha aprovechado alguna de mis ausencias para acercarse a leer esos escritos. Me gustaría pensar que lo hacía con el único afán de conocerse a si mismo e incluso para descubrir que hay otras maneras de relacionarse con los demás que no son la manipulación y el acoso, pero creo que han caído en saco roto.
Tener un subordinado rodeado de escritos sobre el acoso, es algo que un jefe no puede consentir ya que da lugar a preguntas, sospechas y suspicacias.
Sobre todo si tenemos en cuenta que el jefe del jefe es nuevo y ambos están en fase de tanteo.
Si algún día su superior aparece por el departamento y descubre mis escritos, probablemente hará preguntas y explicar la razón de ello, puede hacérsele embarazoso.

Esta mañana llego a mi mesa y, tras dar los buenos días a Merche, mi compañera de al lado, pongo en marcha el ordenador y me quedo bebiendo mi cortado matinal, esperando a que finalice el arranque del sistema operativo.
Enric, el jefe, me está esperando.
Se ha situado cerca, de manera que no lo vea pero donde puede oirme entrar.
Cuando me detecta, acaba precipitadamente la conversación que tiene y viene a mi mesa.
Sorprendente dado que, en los últimos 10 meses, apenas me ha dirigido la palabra.

Ni los buenos días.
Tono “casual” y “afable”, actuando como quien acaba de llegar a un lugar en el que no ha estado antes y se sorprende con lo que ve por primera vez:
– Oh. ¡Que colorido tienen tus fotos, Mercedes! – .La mampara de detrás de ella está empapelada de fotos en color de sus actividades: grupo de country, paseos en moto, fiestas…
Sigue una escueta conversación con Merche en la que él pregunta sobre un par de fotos y ella le responde.
– Sin embargo – continúa -, la mampara de Luis no tiene tanto color. Todo son letras.
Pone cara de mirar con atención y hace ver que repara en un escrito. El único en el que no hay referencias al acoso. Dice su texto “No soy un completo inútil. Por lo menos sirvo de mal ejemplo”.
Lo lee en voz alta, como quien lo hace por vez primera y empieza a reírse a carcajadas. Muchas mas, por cierto, de las que merece el escrito.
Mientras yo, callado, pienso que no me conviene hablar. Sé que está intentando hacerme entrar en su diálogo y es mejor quedarse callado. Si le suelto algun comentario sarcástico, puede hacer ver que lo toma como ataque y aprovecharlo para conseguir lo que quiere: hacerse el ofendido y por ello ordenarme quitar los escritos.
– Luis. Tienes que poner mas fotos. Solamente tienes una… No, tienes dos. No tengo idea de lo que van tus escritos, pero queda mejor poner fotos. ¿No te parece?.
Sigo callado, pensando: no te voy a dar facilidades.
– ¡Enric! – aparece Pepe -, ¿qué pasa con el café?.
– Voy – contesta. Se da media vuelta y se va, con un cierto mosqueo.
– Uf – pienso -. Salvado por la campana.

Tengo la sospecha de que ha sido un primer intento.
Sé que le queman mis escritos, le provocan desasosiego, le asustan.
Estoy convencido de que ha escuchado las carcajadas de alguno de los visitantes que han venido a ver mis escritos y sabe que lo ven a él reflejado en cuanto leen un par de líneas.
Posiblemente vez piensa:
¿Cómo conseguir sacar esos papeles de la mampara, sin que trascienda, sin que se airee?.
Tal vez quedándose hasta tarde, esperando a que todos se vayan del departamento y sacarlos personalmente.
Sin embargo sabe por experiencia, que soy hombre previsor. Tengo copias de todos los escritos y en diez minutos volverían a estar ahí, como si nada hubiera pasado.
Su única forma sería hacerme retirar los escritos, dándome la orden de hacerlo.
Y, ¿cómo justificaría la orden?.
¿Tal vez diciéndome que los encuentra ofensivos?. Eso sería como aceptar que es cierto lo que dicen.
Su única forma es provocarme, hacerme entrar en discusión y hacerme decir algo que él pueda considerar una ofensa. Y, en base a esa ofensa, obligarme a retirar los escritos.
Eso es lo que espero.
La intuición me dice que no quiere irse de vacaciones dejando sin resolver este problema.
Estos días, volverá a la carga. Y yo estaré mas esquivo que de costumbre.
¿Lo conseguirá?.
Creo, sinceramente que si. El tiene el poder.

Lo que no sabe es que lo estoy esperando. Tengo fotos de las mamparas, tengo los escritos y además tengo intención de que, si me hace sacarlos de la mampara, éstos van a aparecer en un lugar del cual no podrá obligarme a retirarlos: mi Blog.
Si es un poco inteligente, debería plantearse qué es mejor: que esos escritos sean vistos por la gente de la empresa o por los millones de internautas potenciales que podrán acceder a ellos.

Don Paulino

Nos cruzamos por un pasillo.
Estaba a punto de jubilarse y la noche anterior hubo una cena en su homenaje, a la que yo no había asistido.
– Hola Luis. ¿Cómo estás? – me dijo cogiéndome del brazo.
– Bien, gracias.
– ¿De verdad estás bien? – insistió.
– ¿Quieres que te conteste con lo que quieres escuchar o prefieres que te conteste con sinceridad?.
Se quedó callado, como reflexionando. Luego repuso:
– La verdad. Dime la verdad.
– La verdad, por duro que sea para ti es esta: por un lado estoy contento de perder de vista a una persona que, durante veinticinco años ha impedido que alguien como yo pudiera prosperar en su trabajo. Hace todos estos años pedí el traslado a algún lugar en el que tuviera posibilidades de mejorar. Y no me refiero a ganar mas dinero en un nuevo lugar de trabajo. Simplemente quería estar en un sitio en el que se me valorara como persona y se valorara lo que hacía. Por otro lado me alegra que te vayas porqué es posible que tu sucesor, que no es tonto, vea lo que hay y actúe en consecuencia.
 
– Luis. Tu eres y has sido siempre una persona conflictiva. Nunca quisiste venir a trabajar los sábados…
– Si. Y también puedes añadir mi mala actitud, problemas de relación con los demás… Eso lo he oído infinidad de veces en todos esos años. Eran los típicos argumentos esgrimidos por mi jefe cuando quería justificar sus desprecios hacia mi. Y, ¿cómo querías que fuera a trabajar los sábados si no valorabais lo que hacía. Siempre me hizo gracia estar toda la semana soportando la desconsideración de Enric, mi jefe inmediato, para que luego viniera el viernes a pedirme que fuera a trabajar al día siguiente. Y además gratis.
– Se pagaban las horas extras.
– Perdón. Se malpagaban, otra muestra de desprecio hacia el trabajo. Y lo mejor: pones de jefe inmediato a una persona que manipula, menosprecia y se esmera en hacer la vida imposible de todos los que dependen de él. Durante años he tenido que soportar la congelación de mis aumentos anuales, las épocas que Enric dedicó a mirar mi trabajo con lupa para encontrar motivos de bronca, a predisponer a mis compañeros en mi contra, así como los meses y meses de no dirigirme la palabra, de ignorarme. ¿Sigo?. Tu te vas, pero él se queda.
 
– Enric no es así. Siempre se ha preocupado por vosotros. Siempre me ha contado vuestros problemas, vuestras inquietudes.
– ¿Cómo quieres que le cuente algo de mi a una persona que me ignora y que me hace llegar las órdenes a través de terceras personas?. Estás equivocado y lo has estado siempre acerca de la gente a quienes has dado poder. Son todos como tu. Gente incapaz de ver mas allá de su vanidad. Gente que solamente tienen oídos para lo que quieren escuchar. Luego te podrás extrañar de las muchas ausencias en tu cena de homenaje. La verdad es que en la época de tu mandato el aspecto humano no ha existido. De ahí que lo que ha quedado ahora no es otra cosa que un gran grupo de gente que carece de motivación, que han aprendido a sacarse de encima el trabajo que les cae y que prefieren dedicarse a charlar que a trabajar.
– Y ¿Por qué no me dijiste nada?. Podías haberlo denunciado.
 
– Y vaya si lo hice. En su día denuncié el trato de mi jefe a su inmediata superiora. Le importó un rábano. Y me dijo algo así como “hay lo que hay”. Con los años he ido descubriendo que Marisa no es otra cosa que una persona carente de personalidad y su único interés es la posición social que ha obtenido. Hoy por hoy, quien dirige el departamento no es ella. Es Enric quien lo hace. Ella es incapaz de tomar decisiones.
– Luis. No te puedo creer.
– Bueno. Ya lo esperaba. Pero tal vez puedas pensar en las razones que tengo para decirte lo que te acabo de contar. Ya no eres nadie en esta empresa. Yo ya no espero nada de nadie. Si alguna vez tuve el sueño de poder trabajar estando a gusto con lo que hacía y bien considerado, este sueño ya se ha esfumado. No espero nada del trabajo. Posiblemente porqué nadie me ha dado nada. No tengo razón alguna para engañarte. Quizás ahora mismo lo que siento por ti es lástima. Pensar que has desperdiciado tu vida laboral en proyectos informáticos y en luchas de poder sin ser capaz de ver que lo único que prevalece es la relación humana, no me dejaría dormir por las noches. Pero bueno. Es lo que escogiste en su día. Cuídate Paulino.
Me soltó el brazo y seguí mi camino.
Al llegar al final del pasillo me volví y lo vi andar con paso lento, por primera vez en todos estos años en los que todo el mundo le había visto correr como si alguien le persiguiera.

– No va a servir para nada lo que te he contado – pensé -, tienes demasiada inercia. Demasiados años de ser como has sido.