Las empresas subcontratadas

– Me lo han dejado claro – dijo el señor Radigales, jefe del equipo de informáticos que trabajaba en la multinacional -. Hace quince años que trabajan ustedes para la multinacional y nuestro cliente quiere que suprimamos la jornada intensiva de verano. Dado que las horas extras nos salen muy caras, en lugar de pagárselas, he pensado que les vamos a compensar con un aumento de sueldo de setenta euros al mes.

Un murmullo recorrió la sala.

Los diez informáticos sentados alrededor de la mesa se miraron los unos a los otros. Todos eran conscientes de que su empresa, Iberpática, sacaba importantes beneficios de la multinacional, gracias a los misérrimos sueldos que les pagaban a ellos.

En nuevo encargado de la empresa que servía comidas a la multinacional tenía el camino bien trazado. Le habían dejado muy claro que había que rebajar los precios de las comidas. Su predecesor se había encargado de buscar los mejores precios para las materias primas y había conseguido un sustancial ahorro en el precio por cubierto.

Ahora él tenía que hacer la labor más ingrata, ya que la multinacional seguía exigiendo mayores rebajas: tenía que reducir el personal.
Estudió los expedientes y pronto tuvo claro cuales eran las personas cuyo despido sería más barato. Evidentemente no tuvo en cuenta las circunstancias personales ó familiares de las personas a quienes quería despedir.

Desgraciadamente los dos primeros despidos de los tres que se había propuesto, salieron muy por encima, en lo que a indemnización se refiere, de lo previsto y el tercer despido quedaba fuera de presupuesto.
Por eso el nuevo encargado, decidió echar a aquella persona, sin tener que indemnizarla. Se trataba de una persona, una camarera, que trabajaba media jornada y por eso la había elegido.

Si lo hacía bien, tendría el ascenso garantizado.
Se propuso entonces hacerle la vida imposible para que fuera ella quien se marchara, renunciando a la indemnización.
Entonces empezó el infierno de aquella camarera. Durante semanas el jefe la controlaba. Empezó tratándola con desprecio. No le permitía estar ni un minuto inactiva. Le encargaba trabajos, cinco minutos antes de que finalizara su jornada, para que no tuviera más remedio que estar más tiempo del establecido. Alguna vez, cuando la camarera iba a marcharse, la llamaba y le comunicaba que al día siguiente tenía que ir a trabajar con otro cliente, casi siempre en un lugar muy alejado de donde vivía, lo que la obligaba a levantarse horas antes, para llegar a su destino.
Luego, al llegar a su destino, se encontraba con que nadie había avisado de su llegada y no tenían trabajo para ella.

Incluso se le prohibió salir de la cocina para asegurar de que no hablara con nadie sobre el acoso del que estaba siendo objeto.
En la multinacional muchos sabían lo que estaba pasando en el servicio de comidas…
Pero, a pesar de que el código de conducta de la multinacional lo dejaba muy claro, todos miraban hacia otro lado.

Cuando Radigales recibió la carta de sus subordinados, su rostro se iluminó con una sonrisa. Sabía que gracias a la desaparición de la jornada intensiva de verano, su empresa iba a facturar un diez por ciento más a la multinacional.

Y eso eran muchos miles de euros, de los que tenía que pagar únicamente setenta a los trabajadores.
Sonreía complacido por ser tan brillante estratega.
Iberpática se lo recompensaría con un buen ascenso ó haciéndole socio.


Al abrir la carta y leerla desapareció la sonrisa de su cara.

«… y hemos decidido que se nos descuenten setenta euros del sueldo para que podamos hacer jornada intensiva seis meses, en lugar de los tres del verano.»