Conversaciones en el hoyo 19: la Innombrable

— ¡Mirad!—dijo Santiago, inclinando la cabeza hacia la derecha para señalar a un hombre sentado en una mesa, al fondo del bar—. Este es ó era el director de la Innombrable en España.
—No sé por qué lo dejan entrar en este golf—contestó Inés—. Lo está desprestigiando con su sola presencia.
—Hombre. En nuestro país manda el dinero—dijo Pascual—. Si pagas el green fee puedes jugar. Aunque yo diría que ese tipo es socio del club, previo pago de una entrada astronómica. Aquí no está reservado el derecho de admisión.
—Pues deberían impedirle la entrada—protestó Juan—, Un tío que compra cacao a empresas que explotan niños no tiene derecho a estar aquí.
—Si sólo fuera eso—añadió Pascual—. En muchos países siguen embotellando y vendiendo agua en zonas en las que la población tiene restricciones debido a la sequía.
—Añado otra cosa: esas misteriosas desapariciones de sindicalistas de la empresa en Sudamérica—explicó Santiago—. Luego encuentran sus cadáveres por la zona.


—O el aceite de palma que estuvo usando en sus productos, lo que provocó la desaparición de selvas en países asiáticos—añadió Inés—. Y también ese ocultismo que hacen no indicando que están utilizando transgénicos en sus productos, o esa diferencia que hay entre la composición que aparece en sus etiquetas y la realidad del producto.
—Y también el comportamiento sectario con sus empleados, obligándoles a asistir a actividades en los fines de semana, reuniones fuera del horario laboral y cursos en los que intentan convencerlos de las bondades de la empresa—terció Santiago—. Bondades ficticias, por cierto, ya que gastan un pastón en conseguir que muchas asociaciones hablen bien de la Innombrable.


—Ya puestos, mencionar también los problemas creados en Africa con sus leches maternizadas que causaron muchas muertes de bebés—explicó Pascual—, debido a que el agua no era salubre y a la publicidad que le dieron a su leche en polvo, diciendo que era mejor a la leche de la madre. Debido a la incultura de esos países, la publicidad funcionó y ocurrió lo que ocurrió.
—Creo recordar que en Noruega organizaron un boicot a la marca, debido a eso—añadió Inés.
—Si. Es cierto, pero la empresa reaccionó rápido—contestó Juan—. Cogió sus leches maternizadas y les puso otra marca. Vamos, que siguió vendiendo lo mismo cambiando las etiquetas. Lo que viene a demostrar el gran poder de esa empresa y el escaso poder de un boicot parcial.


—¿Boicot parcial?—preguntó Pascual.
—Yo lo veo así—aclaró Juan—. Un boicot contra una empresa no se debería reducir a dejar de comprar sus productos. Para que ese boicot funcione debería funcionar a todos los niveles. Si los usuarios dejaran de comprar la prensa que publica sus anuncios o de ver aquellos programas de televisión patrocinados por esa empresa, en poco tiempo la Innombrable dejaría de existir.
—Creo que tienes razón—contestó Inés—. Aunque yo añadiría impedir que sus directivos pudieran ir a lugares de prestigio. Simplemente no dejarles entrar en esos lugares, tales como este golf.


—Eso me recuerda una historia que me contaron acerca del presidente de esa multinacional—explicó Santiago—. Al parecer la secretaria hizo una reserva en el restaurante que tenía Ferran Adrià en la cala Montjoy.
—El Bulli, se llamaba el restaurante—aclaró Inés.
—Exacto. En aquellos tiempos una reserva tenía que hacerse con dos años de anticipación y no sé como, pero la secretaria la consiguió para un mes—continuó Santiago—. Al parecer el presidente aterrizó en su avión privado en Barcelona, donde le esperaba un helicóptero que lo llevó al Bulli.
—Hubiera estado bien que Ferran Adrià lo esperara en la entrada y le dijera que lo sentía pero que no podía desprestigiar el local con su presencia—dijo riendo Juan.
—O tal vez le permitiera entrar y los clientes, al verlo, abandonaran el restaurante—añadió Pascual.
—Eso si sería un boicot.

Conversaciones en el hoyo 19: café

—¿Qué te ha pasado hoy, Santiago?—preguntó Inés. Santiago no había jugado nada bien. No había hecho un swing decente en toda la mañana, y su juego corto había sido un verdadero desastre.
—No lo tengo muy claro—contestó—. Esta mañana se me han cruzado los cables, quizás por la birria de café que he tomado para desayunar.
—Claro. Acostumbrado a la cafetera que tenías en el bar, cualquier cafetera casera te sabe a poco—apuntó Juan.
—Es posible—contestó—. En el bar tenía una señora cafetera con su bomba de nueve bares.
—¿Nueve?. Es curioso que hoy en día nos han inculcado que las cafeteras, cuantos más bares tengan, son mejores—comentó Pascual—. Y son las más caras, por cierto.
—En realidad se trata de una chapuza. El café ha de hacerse con 9 bares—explicó Santiago—. Las cafeteras industriales llevan una bomba rotativa, que permite mantener la presión constante. Las cafeteras domésticas tiene bombas baratas que son incapaces de mantener la misma presión. Para compensarlo suben los bares de presión y así se consigue que la cafetera tenga más ó menos la presión requerida. Eso si, con subidas y bajadas de presión mientras sale el café. No es lo mismo una bomba rotatoria que una bomba vibratoria que es la barata.
—Si que es complicado…


—Lo es mucho más. Cada café tiene una molienda distinta—continuó Santiago—. Si no aciertas el grado de molienda te sale un mal café. Por eso hay empresas que vienen al bar a ajustarte la cafetera y el molinillo para asegurar que te salga un buen café con su producto. Te pueden modificar el grado de molienda, la presión a hacer en el filtro una vez lo has llenado de café, antes de ponerlo en la cafetera, la presión de la máquina, la temperatura del agua y el tiempo de la erogación.
—¿Erogación?.
—Bueno. Así lo llaman los técnicos a los aproximadamente 23 segundos en que la cafetera está haciendo el café—aclaró Santiago—. Por cierto, el factor tiempo es otra variable que influye en el sabor del café. Ya veis que hacer un buen café es difícil. Y cuando cambias de café has de volver ajustar toda la máquina.
—Casi sale más a cuenta tirar de cafetera de cápsulas—dijo Inés—. El café que sale es bastante bueno.
—Bueno. Hay inconvenientes—dijo Juan—. Las grandes empresas utilizan el mismo método que los fabricantes de impresoras. Te venden la cafetera muy barata y luego te hacen comprar las cápsulas carísimas. Teniendo en cuenta que compran el café en la bolsa de cafés es un negocio redondo.


—¿Bolsa de cafés?, ¿hay una bolsa de cafés?—preguntó Pascual.
—Si que existe una bolsa de cafés—aclaró Juan—. Donde la empresas consiguen comprar a precios bajos, eso si: sin tener en cuenta el precio de lo que cuesta cultivarlo. Por eso, en algunos países el agricultor ha tenido que dejar de plantar café y se la pasado a la coca, que es mas rentable. Y luego está el tema del reciclaje de las cápsulas que es complicado. También está el hecho de que cada fabricante tiene sus propias cápsulas que son incompatibles con las otras marcas. Y por último está la credibilidad de la empresa. Si compras café a una de esas empresas cuyas mentiras se han descubierto, ¿qué credibilidad tienen cuando te dicen que te están vendiendo café de Brasil ó de Colombia?. Quizás ni es café de Brasil ni de Colombia y se trata de una mezcla de cafés cualquiera sabe de dónde ó cuanto tiempo lleva en el almacén. Además el buen café se muele al prepararlo.
—Deberían hacer una aplicación con todas esas empresas que carecen de ética—apuntó Santiago.
—Se intentó hace años, pero les llovieron las demandas de las empresas que aparecieron en esa aplicación—explicó Juan—. Y enfrentarse a empresas con equipos de tropecientos abogados es un lujo que nadie se puede permitir.

—Menos mal que no hemos entrado en el tema de los cafés solubles…

—Desde luego—contestó Santiago—. A saber que es lo que llevan. Quizás incluso ratas…

Conversaciones interactivas por confinamiento: obsolescencia

—Hola muchachos—saludó Inés desde su monitor—. Volvemos a estar en casa confinados sin posibilidad de jugar al golf. ¿Cómo os va?.
—Yo estoy dando largos paseos para no perder la forma—contestó Santiago.
—Y yo—dijeron Pascual y Juan al unísono.
—Me he comprado un reloj de esos que te cuentan los quilómetros, te miden el pulso, reciben mensajes, etc, etc.—explicó Santiago.
—Uf—contestó Juan—. Esos relojes son la demostración extrema de la obsolescencia programada.


—¿Cómo?, ¿qué dices?—preguntó Santiago.
—Da gracias al cielo si tu reloj te dura diez años—le contestó Juan, riendo—. Dentro de cinco años ya no encontrarás actualizaciones del sistema operativo, porqué los fabricantes habrán sacado nuevos modelos con muchas prestaciones más y ya no se acordarán de sus modelos antiguos. Además la batería se habrá ido deteriorando y cuando lleves el reloj a cambiarla descubrirás que te sale mas cara que los nuevos modelos de relojes. Así es como funciona el sistema.
—Quizás tengas razón, aunque exageras un poco—dijo Inés.
—Es posible que exagere—contestó Juan, mientras se arremangaba el brazo izquierdo y ponía delante de la cámara su reloj—. Tiene este cacharro cuarenta años en mi muñeca y funciona como el primer día. No lleva pilas, no hay que darle cuerda. Dentro lleva una maquinaria que es el resultado de cuarenta ó cincuenta años de investigación. No me indica lo que ando, ni mi situación en un mapa, ni recibo mensajes, ni correo. Pero cumple a la perfección su función de reloj. Cuando yo muera, el futuro propietario del reloj podrá seguir usándolo otro montón de años.


—Ah. Tiempos aquellos en que los electrodomésticos llevaban un fusible que saltaba cuando había una sobrecarga—dijo Pascual—. Ahora es imposible encontrar uno que lo lleve.
—Claro. Es preferible dejar que reviente por todos lados para hacerte cambiar el electrodoméstico entero—explicó Juan—. No sabéis la cantidad De Fuentes de alimentación de ordenadores que he tenido que cambiar, por no llevar fusibles.
—Es el mercado, amigo—rio Santiago—. Cuatro viejos obsoletos hablando de obsolescencia programada. Por cierto, Inés. ¿Cómo va tu presidencia en la comunidad de tu casa.


—De pena—contestó—. Voy descubriendo cosas. Resulta que cuando hay un siniestro, la compañía envía a un perito para que haga una valoración de los daños. Perito pagado por la aseguradora, por cierto. Éste hace su informe y lo entrega a la compañía, pero nunca al asegurado, escudándose en la ley de protección de datos. De esta manera el asegurado está en inferioridad y no puede reclamar por desconocer el informe del peritaje. Vamos. Un timo a todas luces, que les sirve a las compañías de seguros para evitar un montón de indemnizaciones.
—Maravilloso—se rio Juan—. Ahora puedo entender el porqué de que haya tantos políticos en los consejos de administración de las aseguradoras. ¿No se puede reclamar el informe pericial?.
—Si. A través del defensor del cliente—explicó Inés—. La ley obliga a que las aseguradoras tengan un defensor del cliente. Evidentemente, como dicho defensor está a sueldo de la compañía de seguros, sus fallos suelen ser normalmente, a favor de la aseguradora.
—Todo atado y bien atado…