Conversaciones en el Hoyo 19: criptomonedas

—¿Cómo le va a tu hermano?—preguntó Pascual a Juan—. ¿Sigue en tu casa?.
—No. Ya se ha ido, por cierto llevándose mi botella de whisky de Malta—contestó Juan—. No es que me importe demasiado, pero es significativo y refleja su forma de ser.
—¿A qué te refieres?—inquirió Santiago.


—Eso da para un estudio psicológico—explicó Juan—. Nuestra familia tenía mucho dinero, tanto por parte de nuestro padre como de nuestra madre. Crecimos en un mundo “pijo”, creyendo que teníamos la vida resuelta. Sin embargo la mala gestión por parte de la familia del dinero que habían ganado nuestros abuelos, la arruinó completamente. Es entonces cuando te das cuenta de que ya no tienes la vida resuelta y te has de espabilar. Alguien me dijo, años atrás, que lo que tenía que hacer era aceptar la nueva realidad y luchar para salir adelante—dio un trago a su cerveza y prosiguió—. En el caso de mi hermano, éste nunca aceptó esa nueva realidad e intentó seguir su vida de “pijo”. Siguió codeándose con la alta sociedad y mantuvo relación con sus amistades de las escuelas a las que había ido, escuelas de “pijos”, obviamente. Como profesionalmente no prosperó, tuvo que crearse una imagen que le permitiera mantener sus relaciones. Y eso es lo que ha dado como resultado su carácter actual: alguien capaz de tener un whisky caro para mantener su apariencia de “señorío”. Alguien que tiene que adaptar su actitud al carácter de sus relaciones. En resumen, alguien que no acepta su realidad y no la aceptará nunca; alguien que sigue pensando que está por encima de los demás. En fin. Una verdadera pena. Y ahora se dedica al blockchain.


—¿Mande?, ¿blockchain?—preguntó Santiago.
— Habréis oído hablar de las criptomonedas, ¿no?—contestó Pascual.


—Claro, el bitcoin—contestó Santiago.
—Y muchas otras monedas digitales—aclaró Juan—. Se trata de un sistema en el que se elimina la gestión de las transacciones por parte del los bancos. Son los usuarios quienes tienen el control de su propio dinero. Hasta ahora, cuando pagas un dinero a alguien, das la orden al banco, éste comprueba que tengas fondos, registra tu orden en sus libros y comunica al banco de ese alguien a quien le envías el dinero, que ha de añadir a sus libros la cantidad que le mandas. Y te cobra una comisión por hacerlo, e incluso, en función de la cantidad, avisa a hacienda de la transacción. ¿Hasta aquí bien?.
—Si.
— Ahora supongamos que creamos una base de datos encriptada y la repartimos a millones de usuarios de Internet. Cada uno de esos usuarios tiene una parte de esa base de datos. Cuando compras una moneda digital, lo haces de forma anónima. Tu cartera con esa moneda no es más que un número de veinticuatro dígitos, sin nada que relacione ese número contigo. Así, cuando le envías a alguien alguna criptomoneda, son los otros usuarios los que validan y registran tu transacción. Luego el procedimiento de minería es el que formaliza tu envío. Sin intervención de los bancos y a espaldas de hacienda, ya que tu cartera es un número que no está asociado a tu identidad.

— Empiezo a entender el nerviosismo de los bancos y los gobiernos de distintos países—dijo Inés—. Si se generaliza, los bancos desaparecerían y hacienda vería mermadísimos sus impuestos.
— Habrá más víctimas—añadió Pascual—. Y favorecidos: toda la gente que carece de un empleo estable, tiene problemas para abrir una cuenta bancaria y no digamos, para obtener una tarjeta de crédito ó débito. Para enviar dinero han de recurrir a esas agencias como Western Union, que viven de las altas comisiones que cobran por cada envío. Esas empresas desaparecerían, al igual que la necesidad de tarjetas de crédito ya que, podrías llevar en tu móvil la cartera con tus criptomonedas y desde ahí hacer todo tipo de transacciones y pagos.
— Y hay más cosas que la tecnología blockchain puede hacer. Japón la está utilizando para llevar un registro de la propiedad inmobiliaria de todo el país —explicó Juan—. También existen empresas que utilizan esa tecnología para hacer contratos de todo tipo, que quedarían validados y anotados en la cadena de bloques. Con eso acabarían con los notarios, por cierto.

— ¿Nada negativo, entonces?—preguntó Santiago.
— Claro que hay una parte negativa. Por un lado la minería, que es la que valida todas las transacciones en la cadena. Requiere ordenadores potentísimos y un gasto de energía desmesurado —contestó Juan—. Por otra parte, está la especulación. La gente compra y vende criptomonedas para especular. Diseñan programas que cuando detectan el alza de una moneda, venden y cuando baja, compran. Y luego están las administraciones, que ven peligrar su negocio de extorsión al ciudadano a base de impuestos. Si todos los poseedores de criptomonedas son anónimos, ¿cómo van a atrapar a los que las tengan?. En la India prohibieron las criptodivisas y la gente siguió controlando sus monedas en Pakistan. Aquí, en España, han anunciado multas desde seiscientos euros hasta diez millones a quien no declare tener criptomonedas y la comunidad europea está a punto de crear una moneda digital.
— Supongo que cada país depende de la capacidad de sus políticos para enfrentarse a esos avances —dijo Santiago.
— Pues aquí en España, estamos apañados—dijo Inés riendo.

— Tiene su parte positiva. ¿Cómo van a saber quién tiene criptomonedas y no las declara?. Es imposible. De todas formas —prosiguió Juan—, no os hagáis ilusiones. Cuando nació Internet, todos decían que sería una maravilla, que nos traería más libertad y ya veis: es un nido de publicidad, recopilación de datos de los usuarios y de noticias falsas. Puede pasar lo mismo con blockchain, y de hecho pasará. Es lo malo del ser humano, que tendemos a corromper lo que tocamos.

Conversaciones interactivas por confinamiento: obsolescencia

—Hola muchachos—saludó Inés desde su monitor—. Volvemos a estar en casa confinados sin posibilidad de jugar al golf. ¿Cómo os va?.
—Yo estoy dando largos paseos para no perder la forma—contestó Santiago.
—Y yo—dijeron Pascual y Juan al unísono.
—Me he comprado un reloj de esos que te cuentan los quilómetros, te miden el pulso, reciben mensajes, etc, etc.—explicó Santiago.
—Uf—contestó Juan—. Esos relojes son la demostración extrema de la obsolescencia programada.


—¿Cómo?, ¿qué dices?—preguntó Santiago.
—Da gracias al cielo si tu reloj te dura diez años—le contestó Juan, riendo—. Dentro de cinco años ya no encontrarás actualizaciones del sistema operativo, porqué los fabricantes habrán sacado nuevos modelos con muchas prestaciones más y ya no se acordarán de sus modelos antiguos. Además la batería se habrá ido deteriorando y cuando lleves el reloj a cambiarla descubrirás que te sale mas cara que los nuevos modelos de relojes. Así es como funciona el sistema.
—Quizás tengas razón, aunque exageras un poco—dijo Inés.
—Es posible que exagere—contestó Juan, mientras se arremangaba el brazo izquierdo y ponía delante de la cámara su reloj—. Tiene este cacharro cuarenta años en mi muñeca y funciona como el primer día. No lleva pilas, no hay que darle cuerda. Dentro lleva una maquinaria que es el resultado de cuarenta ó cincuenta años de investigación. No me indica lo que ando, ni mi situación en un mapa, ni recibo mensajes, ni correo. Pero cumple a la perfección su función de reloj. Cuando yo muera, el futuro propietario del reloj podrá seguir usándolo otro montón de años.


—Ah. Tiempos aquellos en que los electrodomésticos llevaban un fusible que saltaba cuando había una sobrecarga—dijo Pascual—. Ahora es imposible encontrar uno que lo lleve.
—Claro. Es preferible dejar que reviente por todos lados para hacerte cambiar el electrodoméstico entero—explicó Juan—. No sabéis la cantidad De Fuentes de alimentación de ordenadores que he tenido que cambiar, por no llevar fusibles.
—Es el mercado, amigo—rio Santiago—. Cuatro viejos obsoletos hablando de obsolescencia programada. Por cierto, Inés. ¿Cómo va tu presidencia en la comunidad de tu casa.


—De pena—contestó—. Voy descubriendo cosas. Resulta que cuando hay un siniestro, la compañía envía a un perito para que haga una valoración de los daños. Perito pagado por la aseguradora, por cierto. Éste hace su informe y lo entrega a la compañía, pero nunca al asegurado, escudándose en la ley de protección de datos. De esta manera el asegurado está en inferioridad y no puede reclamar por desconocer el informe del peritaje. Vamos. Un timo a todas luces, que les sirve a las compañías de seguros para evitar un montón de indemnizaciones.
—Maravilloso—se rio Juan—. Ahora puedo entender el porqué de que haya tantos políticos en los consejos de administración de las aseguradoras. ¿No se puede reclamar el informe pericial?.
—Si. A través del defensor del cliente—explicó Inés—. La ley obliga a que las aseguradoras tengan un defensor del cliente. Evidentemente, como dicho defensor está a sueldo de la compañía de seguros, sus fallos suelen ser normalmente, a favor de la aseguradora.
—Todo atado y bien atado…

Conversaciones en el hoyo 19: trampas con la tecnología

— El día del “draw”. Así podría llamarse esta jornada —dijo Juan, contento.
— Realmente te han salido de fábula. No has perdido una sola calle—le contestó Inés.
— Lástima que no haya podido rematar el juego en el green—añadió Juan.
— Lo de siempre—apuntó Santiago—. Nunca tenemos la fortuna de jugar bien todas las fases del juego. Si el swing te va bien, te falla el putt, ó el aproach, ó el chip.
— Bueno. Yo me llevaré a casa el mejor swing que he hecho hoy, con su maravilloso draw —dijo Juan—. Lo tengo grabado en mi mente.


— Yo tengo grabado en mi mente el último juego que he comprado—dijo Pascual—. No consigo avanzar. Algo se me escapa y no sé que es.
— ¿Has mirado el manual?—preguntó Inés.
— ¿Manual?. ¿Qué manual?. Hoy en día no hay manuales para los juegos por ordenador. Hace veinte años, comprabas un juego y en la caja te venía un manual que era como un libro. Te lo contaba todo. Hoy, desde que Steam es la única tienda de juegos, ya no te lo hacen—dijo Pascual—. Como mucho hay un mini tutorial que te enseña lo más básico. Te cobran lo mismo que antes, pero ahora ya no hay manual. Si tienes la suerte de encontrar algo que te explique cómo funciona el juego, es porqué alguien de la comunidad lo ha redactado. Y si no tienes esa suerte, has de buscar algún vídeo en el que alguien te explica los rudimentos del juego, utilizando la jerga más enrevesada posible, para demostrarnos lo mucho que domina el juego. El problema es que los usuarios decimos sí a todo. Años atrás, sin manual, los desarrolladores de juegos, no hubieran conseguido vender nada. Hoy, se lo permitimos. E incluso nos hacen tragar su “DRM”.


— ¿DRM?—preguntó Santiago.
— Si. Es una rutina que añaden al juego, que impide que lo puedas ejecutar si no es a través del programa de Steam. Date de baja de Steam y todos los juegos que en su día les compraste dejarán de funcionar. Amazon hace lo mismo con los libros digitales que vende. Todos ellos llevan drm y eso te impide llevar el libro a un dispositivo que no esté controlado por ellos. Algo tan fácil como el hecho de prestar o vender un libro, según y como, es imposible de hacer hoy en día—Pascual suspiró y bebió un trago de cerveza—. Hace una semana, Microsoft cerró una librería que tenía para vender libros digitales. Todos los libros que habían vendido dejaron de funcionarles a los usuarios debido al cierre de esa librería, ya que el drm comprobaba a través de ella si el libro era legal ó no.
— Tela—dijo Inés.


— Lo peor es que nos dejamos hacer y les seguimos el juego, comprándoles a pesar de todo —continuó Pascual—. Hoy compras un libro en la tienda de Google y no lo podrás leer en un dispositivo kindle, el que vende Amazon, ya que cada tienda tiene su drm diferente. Y si compras a Amazon has de indicarles en que ordenadores, tablets o móviles vas a tener el libro. Pero, ¿quiénes son ellos para que tengamos que decirles los dispositivos que tenemos en casa?. Eso está en contra de la privacidad. Compramos un libro digital, pero en realidad lo alquilamos. A precio de compra, por cierto. Cuando a ellos les parezca, te lo pueden quitar de tu dispositivo ó fijar desde dónde lo puedes leer. Y si a eso le añadimos que por el hecho de comprar cualquier dispositivo, ya nos están cobrando un porcentaje para la sociedad de autores, en compensación por el posible uso fraudulento del mismo – ya que se nos considera a todos unos piratas -, tenemos el perfil completo: compramos un libro, que nunca será nuestro por culpa del maldito drm. Lo ponemos en el kindle, Kobo, ordenador, tablet, móvil ó similar en el que ya nos han cobrado una compensación para la SGAE. Si este criterio mismo de considerar a todos culpables se aplicara al pp que tiene 900 personas “investigadas”, hace tiempo que ese partido hubiera dejado de existir.


— ¡Ala!, ¿es eso cierto, lo del drm?—preguntó Santiago.
— Totalmente. Mientras te muevas en el ámbito de Amazon, si utilizas un kindle, no tendrás problemas para leer sus libros. Pero, a la que cambies de tienda ó la marca de tu dispositivo, tu lector será incapaz de permitir que leas algo que no es suyo. Es una tomadura de pelo, pero nos dejamos hacer. Somos así de gilipollas. Mucha tecnología pero demasiada trampa encubierta. Estamos comprando libros que nunca serán nuestros. E insisto: los pagamos a precio de compra, no de alquiler. ¿Qué será lo siguiente?. ¿Que nos vendan altavoces caseros conectados a nuestra red para poder escuchar lo que decimos en casa?. ¿Asistentes en el móvil para enterarse de lo que hacemos, lo que decimos, por dónde vamos y lo que compramos?. ¿Coches conectados que no te permitirán ir a ciertos lugares o que te obligarán a usar autopistas de peaje?. ¿Televisores conectados que nos machacarán a anuncios?.
— ¡Viva la tecnología!. Moraleja: seguir comprando libros de papel — dijo Inés —. Y seguir acumulando polvo en las estanterías.

Draw: efecto que se aplica al swing, mediante el cual la bola realiza una trayectoria curva de derecha a izquierda.