—Hoy vais a tener que invitarme al aperitivo—dijo Santiago riendo—. Estoy pagando los estudios de una de las hijas del Borbón, como no, en Inglaterra, en un colegio privado y carísimo. De ahí que no tenga demasiado dinero.
—Pero si está en el ejército, en la marina—apuntó Inés.
—No me refiero a la fea. Me refiero a la otra, su hermana pequeña es la que va a esa escuela, pagada por nosotros.
—Desde luego tienen arrestos al mandar a una chica al ejército—añadió Juan.
—Supongo que así aprende a matar de forma legal—propuso Pascual.
—O quizás la quieran utilizar como arma de combate—dijo Santiago riendo—. Sueltas a esa chica tan fea y tal vez el enemigo salga huyendo… Es curioso pensar que normalmente las chicas tienen una edad -normalmente durante la pubertad-en la que son atractivas y esa chica nunca lo ha sido.
—Supongo que esa carencia de la naturaleza queda compensada con el dinero que el abuelito ha robado en nuestro país y por el hecho de que será la reina de todos los aduladores del país—repuso Juan—. Por cierto, el abuelito ladrón ha creado una fundación para traspasar el dinero robado a sus hijas. Lo ha hecho en Abu Dabi para no pagar impuestos.
—Es curioso que la prensa siga convirtiendo en noticia el último vestido de la reina, ó su esmalte de uñas—añadió Pascual—. Y lo mejor del asunto es que si en esa noticia se indica en que tienda ha comprado su vestido, se hinchan a venderlo.
—Lo que demuestra el grado de estupidez de la gente—indicó Santiago—. Nos falta cultura. Y somos terriblemente influenciables.
—Desde luego. No hay más que ver como la gente acepta sin reservas la existencia de “asesinos legales” -el ejército y la policía-frente a los “asesinos ilegales”—añadió Juan—. Que acepten religiones basadas en pura mitología. Que acepten llamar democracia a la mierda de sistema que tenemos. Que acepte ser enviada a luchar en la guerra, solamente la gente más pobre del país, eso si, mandados por un montón de inútiles que creen en patrañas como el “patriotismo” y a quienes se les permite pegar un tiro a los soldados que retroceden durante el combate.
—¡Hombre!. Cualquiera que haya hecho el servicio militar tiene muy claro el grado de incompetencia de los militares y el gran abuso que hacían de su graduación—explicó Pascual—. No eran pocos los que hacían obras en sus casas con la mano de obra gratuita de los reclutas, que llenaban los depósitos de sus coches particulares con gasolina del ejército, enviaban al chófer de servicio a recoger a los niños y acompañar a la esposa para hacer compras.
—Hay un sistema para acabar con la guerra—anunció Inés—. Simplemente enviando a los empresarios, políticos que la han declarado y a los militares del culo gordo al frente. Y cómo no a la princesita fea.
—¿Militares del culo gordo?—preguntó Pascual.
—Generales y jefes—respondió Inés, provocando la carcajada general (nunca mejor dicho).
—Bueno. Con suerte nos matan a la princesita y se acaba la monarquía—dijo riendo Juan.
—Espero que cuando la entierren hagan agujeros en su ataúd—añadió Santiago.
—¿Para qué?.
—Para que los gusanos puedan salir a vomitar.