— Entonces descartamos ese campo—concluyó Inés.
—Claro. Si no nos dejan jugar ahí…—contestó Santiago—. Mala cosa eso del handicap. Si no tenemos un handicap bajo no nos dejan jugar.
—Y como no competimos, no podemos bajarlo—dijo Juan—. A nadie se le ha ocurrido pensar que hay gente que juega, simplemente para pasarlo bien y hacer un poco de deporte, sin necesidad de competir con otras personas. Odio ver a la gente anotando la puntuación de cada hoyo.
—Si. Esa gente que tiene que demostrar que mea más lejos que los demás—añadió Pascual.
—Recuerdo que cuando era joven, mi deporte era la esgrima—explicó Juan—. Y era sorprendente la diferencia entre un entrenamiento y una competición. En el entrenamiento podías ver esgrima de verdad. En la competición sólo veías a dos tipos intentando pincharse como desesperados.
—Es curioso ver que en esta sociedad lo único que se promueve es la competividad—dijo Pascual—. Desde ganar unas elecciones a vender muchos ejemplares de un libro, a ganar una competición deportiva, un concurso de música, muchas visitas ó seguidores en una red…
—Supongo que está relacionado con la cultura—apuntó Inés—. No sé si habéis leído que nuestro país es de los que tienen el peor índice en la enseñanza de las escuelas.
—Lo entiendo. Seguro que nuestros políticos están orgullosos, ya que es la incultura lo que les permite mantenerse en sus cargos—explicó Santiago—. Si en este país hubiera cultura ya hace tiempo que tendríamos a gente competente en cargos políticos y nos ahorraríamos las broncas que esos inútiles suelen tener a diario.
—Y muchas cosas más. Por ejemplo ese fanatismo que existe hacia esa gente que destacó en alguna cosa—añadió Juan—. Me sorprende ver que aún se hable, veintitantos años después de su muerte, de Steve Jobs. O de Elvis Presley, muerto hace más de cincuenta años. Y no digamos de esos futbolistas que juegan bien.
—Desde luego, a la gente les gusta aferrarse al pasado. Quizás por eso tenemos un rey, mister Obvio, por cierto, ya que sus discursos no son otra cosa que obviedades—dijo Pascual—. Que en este siglo sigamos con una monarquía medieval dice mucho de este país. Nuestro país tiene una constitución contradictoria ya que en un artículo dice que todos somos iguales y en otro establece que el rey es diferente a los demás e incluso las leyes no le afectan.
—También el rey crea empleo—apuntó Santiago riendo—. Los que trabajan en su palacio, los cortesanos que se dedican a halagarlo, la prensa que se dedica a comentar la ropa, los peinados y las caras que ponen en los actos en los que actúan. Supongo que todos esos cobrarán por lo que hacen. Incluso el fotógrafo que hizo la foto oficial del monarca, que está colgada en todos los lugares oficiales del país. Por cierto, en ella aparece sentado en un sillón, a diferencia de su padre. Lo cual viene a ser una manera de decirnos de forma subliminal que es un vago, un mantenido que nunca en su vida ha hecho algo útil.
—Lo dicho. Si hubiera cultura de verdad, hace tiempo que nos habríamos librado de esas cargas—concluyó Inés.
—Y otras muchas—añadió Juan—. Religiones, guerras, ventas de armas… Quizás incluso desaparecerían los asesinos a sueldo.
—¿Asesinos a sueldo?—preguntó Santiago.
—Bueno. Me refería al ejército—aclaró Juan, riendo—. A diferencia de los sicarios a quienes les paga quien los contrata, al ejército lo paga el estado. Pero no dejan de ser asesinos a sueldo.