Una vez mas, sentados en la terraza de la casa club del golf. Esta vez eran cuatro. Acababan de jugar un pro-am y los tres amigos habían decidido invitar a una cerveza a su contrincante profesional. Como su nombre indica, un pro-am es una salida al campo en la que juegan amateurs junto a un profesional. En este caso, el profesional era Ernesto Padilla, la gran promesa del golf, campeón de varios campeonatos internacionales, entre ellos dos Masters.
—Muchas gracias por jugar con nosotros—agradeció Bronchales—. Sobre todo, por tu paciencia.
—No hay de qué—respondió Ernesto—. Me lo he pasado muy bien. Sois muy buena gente.
—¿Puedo hacerte una pregunta?—dijo Pascual.
—Sospecho cual será. Adelante. Dispara.
—¿Por qué dejaste de competir?.
—He acertado con la pregunta—repuso Ernesto—. Sabía que sería ésta. La versión resumida de la respuesta es porqué ya había ganado dinero suficiente para el resto de mi vida.
—¿Y la respuesta extendida?—preguntó Santiago.
—Esa te va a costar otra cerveza—contestó haciéndole un guiño a Santiago, que se giró hacia la barra del bar e hizo una señal al camarero—. La verdad es que estaba harto. No sabéis lo jodido que es tener que jugar casi todas las semanas del año. Tu físico se resiente, has de viajar sin parar, has de acceder a todas las entrevistas que quieran hacerte, con una sonrisa. Eso durante años y mas años. Con el tiempo pierdes la afición ya que cada swing que haces tiene un precio. Quizás por eso me lo he pasado tan bien con vosotros: porqué hemos charlado, nos hemos reído. En un Máster no puedes hablar con la persona que juega contigo, ya que éste está concentradísimo y tu has de concentrarte también. Sabes que si en un campeonato no sales en la televisión, vas a perder dinero y eso significa que has de estar entre los diez primeros si quieres que las cámaras se fijen en ti y así tus sponsors sigan pagando. Eso no es golf. ¿Os canso con lo que os cuento?.
—En absoluto. Sigue.
—También estaba harto de tener que llevar mi ropa llena de escudos y logotipos de marcas diferentes, de tener que jugar con el material que me hacían llevar. Con lo a gusto que estaba con mis palos de siempre que, por cierto son los que he llevado hoy. Resumiendo: estoy harto de tener que ser el mejor.
—Estoy de acuerdo contigo—dijo Pascual—. Nuestra sociedad quiere únicamente triunfadores. Son las únicas personas a las que valora. Yo todavía me sorprendo cuando veo a Nadal en una pista de tenis. Va de lesión en lesión, debido al machaque de todos los años que lleva jugando y el tío sigue jugando. Y que pena de tenis el de ahora. Ahora gana quien tiene el saque mas potente y poco mas. Antes había jugadas bonitas. Quizás por eso sólo veo partidos femeninos en los que juega mas el cerebro que lo físico.
—Pues te habrás dado cuenta—añadió Bronchales—de que las mujeres tenistas se pintan los ojos para jugar los partidos.
—Imposición de las marcas e incluso de los organizadores de los torneos—dijo Ernesto—así como todo ese lenguaje no verbal que los entrenadores obligan a hacer a los jugadores: esos puños cerrados tras ganar un punto con expresión de ser el mas macho o la mejor hembra de la manada…
—Hace años, los jugadores aplaudían las jugadas buenas de sus contrincantes. Ahora todo es espectáculo. Ya no es ni deporte—añadió Ernesto—. Fijaros en Jon Rahm. Es un buen jugador de golf y sin embargo no le dejan ser tal como es. Ya no puede cagarse en todo cuando falla un tiro, o tirar el palo al suelo. Ha de ser tal como los demás quieren que sea: nosotros te pagamos, tú haces lo que te digamos.
—Ya ves, Ernesto que estamos de acuerdo contigo.
—Eso merece otra jornada en la que podamos jugar de nuevo los cuatro. Propongo juguemos los cuatro una vez al mes—propuso Ernesto y además añadió—sin pagar un euro por jugar conmigo.
—¿Lo dices en serio?—preguntó Pascual, emocionado.
—Desde luego. Tengo unas inmensas ganas de disfrutar de la sensación de un buen swing, de un buen aproach, de un buen putt, sin importarme para nada si gano o pierdo. El deporte es eso: un conjunto de movimientos que te provocan una buena sensación, independientemente de si ganas o pierdes. Me encanta cometer un error para luego ponerme a prueba con el siguiente golpe: el reto de solucionar el error. Y eso no lo he experimentado hasta hoy— sonrió—. Bueno, también antes de ser profesional jugaba así. Pero ni me acordaba.
—Por mi parte no hay problema. Al contrario—dijo Pascual.
—Ni por el mío. Me encantará—añadió Santiago.
—¿Dónde hay que firmar?—preguntó riendo Bronchales.