Entraron en los lavabos.
– Tu primera meada en la Innombrable… Es probablemente, lo más serio que hagas en esta empresa.
– ¿Qué dices?. Ésta es una casa importante y seguro que se trabaja bien aquí. Me alegro de que la Innombrable haya comprado mi empresa.
– No es una compra. Es una abducción. Pronto preferirás haber sido abducido por una nave extraterrestre.
– ¡Ala!. Que dramático te pones. No será tanto.
– El tiempo me irá dando la razón, desgraciadamente. Cuando me enteré de que habíais sido abducidos, me entristecí. Pensar que va a haber otro grupo de personas cuya iniciativa e ilusión por el trabajo van a ser coartados, me hiela la sangre. Poco a poco os irán convirtiendo en un puñado de funcionarios que os limitaréis a repetir miles de veces lo mismo. Y lo que es peor, dejaréis de ser vosotros mismos. Cuando entréis en este edificio deberéis dejar vuestra personalidad en la calle. Aquí tendréis que ser dóciles y sumisos, dejando a un lado vuestro yo. En esta casa el único ego que se admite es el del director general y te puedo garantizar que su ego parece la suma del de todos los empleados de la casa.
– No puedo creerlo.
– Llevo demasiados años en esta empresa y he sido testigo de muchas abducciones. Todas las víctimas han acabado destrozadas. Y mejor salimos del lavabo, no sea que venga alguien y pueda pensar mal de lo que estábamos haciendo aquí tanto rato.
Se lavaron las manos y salieron del aseo.
– Por cierto, ¿siempre llevas calzoncillos de color morado?.
– ¡No me digas que me estabas mirando de reojo en el meadero!.
– Hombre, no exactamente, pero me lo has puesto a tiro.
…
Dos minutos más tarde se oyó el ruido de una cisterna y el director general salió del lavabo. No solía ir a los aseos del personal pero aquella había sido una emergencia. Le había dado una apretura estando lejos de su «lugar íntimo de uso exclusivo».
Y había oído la conversación. Estuvo incluso tentado de salir, arrastrando los pantalones, cuando oyó el comentario acerca de su ego. Afortunadamente no había reconocido las voces de las dos personas cuya conversación había escuchado.
Rojo de cólera fue a su despacho.
Se sentó y descolgó el teléfono. Al momento oyó la voz de su secretaria.
– Dígame Don Eduardo.
– Llame al señor Luis Enrique Martín Alcántara.
– Ahora mismo.
Treinta segundos después de colgar sonó el teléfono. Lo descolgó.
– Le paso al señor Martín Alcántara – se oyó un clic.
– ¿Luis Enrique?.
– Si, dime Eduardo. ¿Cómo estás?.
– Bien, bien. Tengo una cosa para ti. Una sorpresa.
– ¿Para mi?.
– Si. Para ti. Nunca he olvidado lo mucho que ayudaste a mi empresa, cuando fuiste ministro. Si no hubiera sido por ti, tendríamos verdaderos problemas con hacienda.
– ¡Ya será menos!. Lo cierto es que fue una llamada únicamente.
– Bueno, pero la llamada de un ministro no es una llamada cualquiera. Ahora te voy a devolver el favor.
– Dime, Eduardo.
– Mañana firmo la compra de una empresa de la que me gustaría hacerte presidente del consejo. Ya sabes. Diez reuniones al año y unos honorarios que, con las dietas, es un buen pico.
– ¿De qué empresa se trata?.
– Se llama Inka. ¿Te suena?.
– ¡Y tanto que si!. Desde que tiene al actor Henry Mar en sus anuncios, es la primera empresa cosmética del mundo. Toda la línea de productos lleva el nombre del actor.
– Exacto. Pues cuenta con tu nuevo cargo.
– Hombre, no sabes cuanto te lo agradezco…
Sin embargo las cosas no siempre funcionan como uno pretende. En otro extremo de la oficina, «alguien» envió un tweet a la cuenta de Henry Mar, el actor.
Aquella noche, Luis Enrique Martín, el ex-ministro llamó al móvil de Don Eduardo.
– ¿Estás cerca de un televisor? – le preguntó muy excitado.
– Si.
– Pues pon la CNN internacional.
– Ahora mismo, ¿qué pasa?.
– El actor de Inka está dando una rueda de prensa.
Cuando el director sintonizó la emisora pudo escucharse la voz del actor.
«- Y, en vista de las informaciones que me han llegado acerca de la compra de Inka por la Innombrable, he decidido rescindir mi contrato que, por cierto tiene una cláusula que deja muy claro que puedo dar este paso, en caso de que la empresa cambie de manos.
– Pero las razones de su acción… – preguntó un periodista.
– Las razones son obvias. Me niego a asociar mi nombre al de una empresa que explota a niños, elude el pago de impuestos y en definitiva, carece de valores éticos. Cualquiera de los que me escuchan ahora, podrá recordar cualquiera de las muchas maniobras sucias que ha llevado a cabo esta empresa en muchos países.»
Don Eduardo apagó la televisión.
– ¿Estás ahí, Luis Enrique?.
– Si.
– Pues me acaban de chafar la compra. Después de esta declaración lo único que puedo hacer es lanzar un desmentido y no firmar la compra. Si compráramos, las ventas de Inka se vendrían abajo.
– Tienes razón. Mejor no compres.
– Lo siento, Luis Enrique. Habrá que dejar lo de tu cargo para otra ocasión.
Don Eduardo no pegó ojo en toda la noche. La compra era secreta y las únicas personas que sabían algo eran los diez ejecutivos que había llevado a la Innombrable para concretar algunos flecos de la transacción.
Seguro, el que se había ido de la boca era uno de ellos, ó el tío de la Innombrable que le acompañaba en el aseo, el de los calzoncillos morados. El muy cabrón lo había humillado y eso era algo que su ego no podía consentir.
Tenía que encontrar al culpable. Y cuando lo hallara lo iba a destrozar sin misericordia.
Fue al día siguiente cuando, a última hora de la tarde, sentado en su despacho, maquinó un plan. Justo después de que le dijeran desde el departamento de Informática que el Twitt no se podía localizar, dado que se había enviado desde un ordenador, móvil o tablet que no estaba conectado a la red de la empresa. Además, localizado el mensaje, descubrieron que el usuario se acababa de dar de alta en twitter, dando una dirección temporal de correo y desde la red Tor, por lo cual su dirección IP original era ilocalizable.
Desde aquel día, el servicio de medicina de empresa montó una campaña dedicada a hacer electrocardiogramas a todos los empleados de las oficinas. Sin previo aviso, cualquier empleado podía recibir llamada del servicio médico para que acudiera de inmediato. El comité protestó por la discriminación de las mujeres en esa revisión médica.
Quizás porqué ignoraban que el médico era la única persona que sabía la verdadera razón de ello:
Tenía que encontrar a una persona que llevara calzoncillos de color morado.
Desgraciadamente, como ocurre en las grandes empresas, corrió la voz acerca de la verdadera causa de aquella revisión médica. Desde entonces, ningún hombre se presentó a la revisión llevando ropa interior.
En menos de una semana dejaron de hacerse los controles médicos.
La secretaria del director ha cambiado de perfume. Sobre su mesa de oficina, puede verse la botella de su nueva adquisición. Se trata de «Eau de Mar», de la empresa Inka.
Cuando su jefe tiene un ataque de vanidad, ella toma de la mesa el frasco de perfume y se lo aplica al cuello.
Entonces el director recuerda…
…y su vanidad de esfuma como por arte de magia.