El ascensor

Cuando Hilario salió de la planta en la que trabajaba, dando soporte informático a los mil usuarios de la Innombrable se sentía agotado, tras una jornada plagada de reuniones, con apenas tiempo para la elaboración de los informes y estadísticas que tenía que presentar en las reuniones siguientes.

– Otro día perdido – pensó mientras bajaba por las escaleras. Encontraba a faltar cada vez más aquella época anterior en la que podía dedicarse a solucionar los problemas de los usuarios. Ahora lo tenía prohibido y quien tenía fallos en su ordenador, que se las arreglara solo, eso si, con la ayuda de algún compañero más avezado ó intentando encontrar la solución a su problema buscándolo en una base de datos. Los únicos usuarios que se salvaban de esta norma eran los directores, a quienes había que darles asistencia inmediata, fuera la hora que fuera. Hilario añoraba la relación que había tenido con los usuarios. Aquel trato humano con los compañeros de otros departamentos era lo que más le gustaba de su trabajo y ahora lo había perdido para verse relegado a estar todo el día redactando estudios, gráficas y asistiendo a reuniones que apenas le aportaban nada en lo humano, ya que únicamente servían para aumentar el grado de vanidad de los convocantes a esos actos.

Hilario aceleró el paso, alegrándose de ser tan previsor como para haberse creado un recorrido en el que era dudoso cruzarse con su jefe.

Minutos antes, cuando estaba trabajando en su mesa, oyó contestar el teléfono a Robledo, su jefe, dos mamparas más allá y las pocas frases que oyó, le sirvieron para pasar a «DEFCON 1*»: un director tenía problemas. Afortunadamente eran ya las siete de la tarde, no quedaba nadie más que él y su jefe, por lo que podía irse ya a casa. Cerró sus programas, dejó el ordenador apagándose y cogiendo su chaqueta se dirigió sigilosamente a la puerta de salida. Tuvo suerte. Su jefe aún no había colgado el teléfono cuando salió.
Un par de plantas abajo, buscó un reloj y marcó su salida del trabajo. Después se dirigió al aparcamiento, subió a su coche y salió.

Cuando Robledo colgó el teléfono se levantó y recorrió la planta buscando a alguien que se hiciera cargo de solucionar el problema del director, cuya secretaria le había pasado.
– Vaya. Hilario ya se ha marchado – pensó al ver que su mesa estaba recogida, el ordenador parado y que su chaqueta ya no colgaba de la silla -. Voy a tener que ir yo…

Se dirigió al ascensor y pulsó el botón de llamada. Cuando se abrieron las puertas entró e hizo el saludo de «alineado», golpeando el canto de su mano contra la parte central de su pecho a las tres personas que había dentro, quienes le devolvieron el saludo. Dos mujeres y un hombre. Pulsó el botón de la planta a la que tenía que ir y cruzó los brazos.

El ascensor cerró sus puertas y empezó a subir. Dos pisos más arriba se paró. Las puertas permanecieron cerradas.
Nadie dijo nada. Todos estaban esperando a que el ascensor reanudara su ascenso.

Medio minuto más tarde una de las mujeres dijo:
– Me parece que se ha estropeado el ascensor.
– ¡Joder!. Eso es perspicacia – Robledo no pudo evitar el sarcasmo.
– Bueno. Como nadie decía nada… – contestó la mujer enojada.
– Perdona. Es que me está esperando un director y esta avería del ascensor me ha puesto nervioso.

Robledo se acercó a las puertas e intentó separarlas un poco.
– Estamos entre dos pisos. Quizás podríamos intentar salir – dijo.
– Ni hablar de intentar salir. Lo mejor es usar el teléfono y esperar a que nos saquen de aquí – dijo la otra mujer.
– Tienes razón – dijo Robledo descolgando el teléfono del ascensor.

– Cuerpo de Guardia, dígame…
– Hola. soy el señor Robledo y nos hemos quedado encerrados en el ascensor.
– Por favor, dígame cual de los tres ascensores. ¿El A, el B ó el C?.
– El central, el B.
– De acuerdo. Ahora enviamos a alguien. Sobre todo no se les ocurra para nada abrir las puertas e intentar salir.
– Muy bien. Por favor, dense prisa.

-Ahora vienen a sacarnos – comunicó Robledo a sus compañeros del ascensor. El calor se empezaba a notar y las caras de todos estaban congestionadas. Estaban callados mientras transcurrían los minutos.

Un cuarto de hora más tarde, Robledo estaba cercano al ataque de histeria.
– ¿Cómo se lo pueden tomar con esa tranquilidad? – dijo -. El director me está esperando. Voy a salir como sea de aquí.

Se acercó a las puertas y haciendo toda la fuerza de la que fue capaz, las separó quedando éstas abiertas. Hasta medio metro de altura había pared y a continuación, se podía ver la tercera planta.
– Ni se te ocurra salir, Robledo – se interpuso el hombre.
– Déjame en paz, Gómez. No sabes la mala leche que tiene el director.
– Se trata de un caso de fuerza mayor y no podemos hacer nada hasta que nos saquen de aquí…

Sonó el teléfono. Gómez lo descolgó. Robledo aprovechó la distracción para encaramarse a la pared para así saltar a la tercera planta.
– Hola. Soy el Guarda Jurado. Voy a pulsar el botón de reset del ascensor. No se muevan. Ya está.
El ascensor, hizo reset y empezó a bajar. Descendió hasta la planta más baja del edificio. Luego se quedó ahí.

Cuando llegó el Guardia Jurado, encontró ahí a tres personas, dos mujeres y un hombre. Todos ellos en estado de shock.
La moqueta estaba llena de sangre.
También había una pierna.

* DEFCON: es un acrónimo para «DEFense CONdition», condición o estado de defensa.

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