Beatriz y los cuatro minutos

– Cuatro minutos, solemne estupidez – pensó Beatriz mientras andaba por la calle en dirección a su casa.

Acababa de perder su empleo de teleoperadora en una compañía de móviles, precisamente por dedicar a los clientes más tiempo de los cuatro minutos estipulados por su jefe para atenderlos.

La verdad es que con su último cliente había rebasado de largo aquellos cuatro minutos. Casi dos horas, le había dedicado. De nada sirvió explicar a su encargado que le había llamado una persona que quería poner fin a su vida y que – ironías de la vida – no se le había ocurrido otra cosa que llamar al servicio para dar de baja su línea porqué no la iba a utilizar más. Beatriz no recordaba haber vivido nunca dos horas tan intensas como aquellas que le había dedicado a aquel desconocido.

Al final el encargado le cortó la comunicación y la llamó al despacho para despedirla. Ella lamentaba más no saber lo que había hecho aquel hombre, que la pérdida de su empleo.

Entró en el bar de Santiago y se sentó en una mesa del rincón. Santiago le llevó una cerveza y unas almendras tostadas. Al mirarla descubrió que sus ojos estaban llenos de lágrimas. Se sentó a su lado y le preguntó:

– ¿Que pasa, Beatriz?.

Ella se puso a llorar con amargura mientras él ponía su mano sobre la de ella. Santiago esperó a que se calmara y le hizo una seña al camarero para que atendiera a los clientes.
Cuando Beatriz se calmó, le contó todo lo que había pasado.

Al final de la explicación, el móvil que ella había dejado sobre la mesa, iluminó su pantalla y emitió un sonido. Ella lo cogió y pulsó unas teclas.

– Es un SMS – dijo, mientras lo leía. Luego exclamó -. ¡Alucinante!.
– «Enhorabuena Beatriz. Hemos decidido readmitirte. Pásate lo antes posible por la oficina» – leyó en voz alta.

Santiago se puso en pie y le dijo:
– No te muevas de aquí. Voy a hacer averiguaciones. Dame la dirección exacta de tu trabajo.
En cuanto ella se la dio, Santiago salió del bar.

Tardó casi una hora en regresar acompañado de un joven. Llevaba un periódico vespertino bajo el brazo, que arrojó sobre la mesa. Quedaron a la vista los titulares:

«TELEOPERADORA EVITA UN SUICIDIO«.

– No puedes hacerte una idea de la cantidad de gente que había en tu trabajo – le explicó Santiago -. Estaban aparcadas las camionetas de las principales cadenas de televisión y de radio. Todos te están buscando. Tu ex-jefe ha aprovechado para explicar a la prensa la gran humanidad del servicio de atención al cliente de su empresa.

– ¡Cabrón! – dijo ella encendida.

– Bueno. Eso explica lo de tu readmisión – dijo Santiago -. Ahora tienes dos opciones. Sigues el juego, regresas a tu trabajo, declaras a la prensa lo que ellos quieran que declares…

– ¡Nunca! – dijo Beatriz.

– La otra opción es que le cuentes a este joven lo que me has contado a mi. Es periodista independiente y de los buenos, por cierto. Otra cosa. No vayas a casa esta noche. Hay como doscientos periodistas esperándote allí. Si quieres, tengo una habitación en un piso en el que viven unas chicas encantadoras. Bueno. Voy a trabajar un rato. Os dejo solos.

El periodista se sentó al frente de Beatriz, sacó una grabadora del bolsillo y la dejó en el centro de la mesa.

Estuvieron hablando casi dos horas.

Cuando el encargado del SAC recibió el SMS de Beatriz, las cámaras estaban filmando. Todas reflejaron el cambio en su expresión cuando leía el escueto mensaje: «QUE TE ZURZAN«.
Luego presentó su dimisión.

Al publicarse la entrevista de Beatriz, la empresa de móviles perdió a todos aquellos clientes que no tenían contrato de permanencia. Para intentar remediar la situación contrataron a Beatriz para que se hiciera cargo del servicio de atención al cliente, aceptando las condiciones que ella propuso.

Las llamadas ya no tienen una duración de cuatro minutos y los clientes están encantados con la atención que se les da.

Beatriz está casada con un periodista independiente y una vez por semana visita a unas chicas con las que convivió durante unos días, cuando la prensa la estaba buscando.

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Nandín
13 años ago

Ese «dimitió» debería ir así, entrecomillado. Ya sabe usted D. Luís que en este país no dimite ni Dios, sino que «los dimiten» y con palanqueta…
Un abrazo

Yo
Yo
13 años ago

No dejes nunca de escribir…

Me encanta la calidad humana de tus escritos… y espero que las «coacciones» no te hagan desistir…

Me alegré de tu vuelta! No nos entristezcas con una nueva partida 😉