Conversaciones en el hoyo 19: normas

— Vaya manera de jugar—dijo riendo Juan—. Hemos puntuado quince sobre par. ¡Menudo desastre!.
—Es lo que tiene la modalidad “Wisconsin scramble”(*)—contestó Inés—aunque nos ha servido para repasar el juego corto. Y me he maravillado con los chips de Pascual, a la pata coja. Has embocado dos bolas y el resto han quedado a menos de un palmo de la bandera.
—Lo de la pata coja es una técnica que te asegura tener el peso en la pierna izquierda en el chip—aclaró Pascual—. La técnica es de un tal Harrington y la explica en la red. En realidad no juegas con la pata coja. Lo único que haces es retrasar la pierna derecha para cargar el peso en la izquierda.
—Este Harrington, ¿es profesional?—preguntó Inés.
—Si, pero está por debajo de los cien primeros—contestó Pascual—. Aunque me sorprendió saber que un jugador que ocupa el puesto ciento y pico, gane más de un millón de dólares. Ya sabéis que en este deporte la prensa indica lo que ha ganado cualquier jugador.
—Es sorprendente la cantidad de dinero que ganan—observó Juan—. Supongo está relacionado con la ropa que les hacen llevar, los relojes que han de ponerse, el material que utilizan y el sinfín de rituales que les toca hacer, tales como entrevistas, cenas, homenajes, etc.
—Es curioso—dijo Pascual tras un largo sorbo de su cerveza—. Antes este deporte y cualquier otro estaba dentro de las normas sociales. Ahora se rige por las normas económicas.
—Explícate, Pascual—pidió Santiago.


—Me explico. En la vida tenemos dos tipos de normas. Las normas sociales son las que regulan nuestro comportamiento con la familia, los amigos, los conocidos, todos aquellos con los que nos relacionamos. Las normas mercantiles son las que rigen en el mundo de la empresa. Son normas claramente definidas: salarios intereses, precios, etc. El secreto está en mantener los dos tipos de norma separados. En cuanto mezclamos ambas es cuando aparecen los problemas. Una persona que ha estudiado este tema es Dan Ariely. Recuerdo que hace tiempo me explicaron una anécdota sobre un matrimonio: por lo visto el marido, cada vez que tenía sexo con su esposa, dejaba en el cajón de su mesita de noche unos cuantos billetes. ¿Qué había hecho el marido?. Había cambiado una norma social por una norma mercantil. A saber lo que debía pensar la esposa cuando encontraba el dinero al día siguiente. Probablemente pensaría que su esposo la consideraba una prostituta. Afortunadamente la sangre no llegó al río y la mujer no rechistó, quizás debido a la inmensa fortuna de su marido. Pasa lo mismo cuando un chico, tras cuatro noches saliendo con una chica, pagándole todo, sin haber conseguido un triste beso de la chica (quizás esperaba algo más que el beso), le deja caer el dineral que se ha gastado en las cenas. La reacción de la chica está clara. Le llama de todo y se marcha enfadada. Lo que ha hecho su pretendiente ha sido cambiar la norma social por la económica. Y la ha cagado.
—Es curioso, desde luego—dijo Inés—. Aunque en mi profesión quizás la norma social prevalecía. La medicina ha de tener mucho de empatía para que sea buena.
—Eso será posible con personas como tú misma—dijo Santiago—. Pero yo he tratado con médicos y enfermeras que… tela…


—La cuestión es que hay estudios que dejan claro que la norma social es más motivadora que la económica—prosiguió Pascual—. Si le pides ayuda a un vecino, éste estará encantado en ayudarte. Eso si: no se te ocurra ofrecerle dinero por esa ayuda, porqué te mandará a la porra. La relación con un vecino está dentro de la norma social. Cuando le ofreces dinero estás cambiando a la norma mercantil. Quizás acepte un regalo, a posteriori. Y las empresas se están dando cuenta de que intentar implantar entre sus empleados y clientes la norma social les es muy efectivo. Les motiva mucho más. Aunque pocas de ellas son capaces de hacerlo bien. Organizan actividades lúdicas fuera de la empresa, para crear un ambiente mas social entre sus empleados. Pero la mayoría de las veces la pifian. Un ejemplo: si tienes un descubierto en el banco, la norma económica consistiría en cobrarte una comisión y la imposición de intereses diarios. La norma social se reduciría a una llamada amistosa del director del banco para indicarte el descubierto y quizás algún consejo. Lo que hacen los bancos es darte un trato de acuerdo con las normas sociales y cuando se produce el descubierto, te aplican las normas económicas. Y eso no sirve, por mucho dinero que gaste el banco en publicidad. Si aplican normas sociales ha de ser en todos los ámbitos del negocio. Lo que me recuerda a la Innombrable, que en su afán por ser “colegui” reparte a todos sus empleados, jubilados incluidos, una caja de bombones por navidad. Pero en esa empresa nadie se ha preocupado en averiguar si esas cajas llegaban a sus destinatarios. Hace años que no me llega y por lo que tengo entendido no soy el único. Supongo que la empresa de transportes se come los bombones, ya que nadie debe controlar las entregas. Si vas de colegui, que sea de verdad. Los empleados son nuestra mayor prioridad, dicen. Pues demostrarlo y controlar los envíos a vuestros empleados de la misma forma que lo hacéis con vuestros clientes.
—Y eso explica el declive de los deportes, que antes seguían la norma social y ahora la norma mercantil—apuntó Juan—. Antes eran deportistas y ahora son empleados de las grandes firmas, eso si, muy bien pagados.

(*)Wisconsin Scramble: Modalidad del golf por equipos. Tras salir todos los jugadores del tee, eligen la bola peor colocada y desde ese punto vuelven a jugar todos el siguiente golpe, y así sucesivamente hasta acabar cada hoyo. Esta variante es invento de Pascual, por cierto. En realidad se trata de una variante del Texas scramble en la que se elige la bola mejor colocada.

Beatriz y los cuatro minutos

– Cuatro minutos, solemne estupidez – pensó Beatriz mientras andaba por la calle en dirección a su casa.

Acababa de perder su empleo de teleoperadora en una compañía de móviles, precisamente por dedicar a los clientes más tiempo de los cuatro minutos estipulados por su jefe para atenderlos.

La verdad es que con su último cliente había rebasado de largo aquellos cuatro minutos. Casi dos horas, le había dedicado. De nada sirvió explicar a su encargado que le había llamado una persona que quería poner fin a su vida y que – ironías de la vida – no se le había ocurrido otra cosa que llamar al servicio para dar de baja su línea porqué no la iba a utilizar más. Beatriz no recordaba haber vivido nunca dos horas tan intensas como aquellas que le había dedicado a aquel desconocido.

Al final el encargado le cortó la comunicación y la llamó al despacho para despedirla. Ella lamentaba más no saber lo que había hecho aquel hombre, que la pérdida de su empleo.

Entró en el bar de Santiago y se sentó en una mesa del rincón. Santiago le llevó una cerveza y unas almendras tostadas. Al mirarla descubrió que sus ojos estaban llenos de lágrimas. Se sentó a su lado y le preguntó:

– ¿Que pasa, Beatriz?.

Ella se puso a llorar con amargura mientras él ponía su mano sobre la de ella. Santiago esperó a que se calmara y le hizo una seña al camarero para que atendiera a los clientes.
Cuando Beatriz se calmó, le contó todo lo que había pasado.

Al final de la explicación, el móvil que ella había dejado sobre la mesa, iluminó su pantalla y emitió un sonido. Ella lo cogió y pulsó unas teclas.

– Es un SMS – dijo, mientras lo leía. Luego exclamó -. ¡Alucinante!.
– «Enhorabuena Beatriz. Hemos decidido readmitirte. Pásate lo antes posible por la oficina» – leyó en voz alta.

Santiago se puso en pie y le dijo:
– No te muevas de aquí. Voy a hacer averiguaciones. Dame la dirección exacta de tu trabajo.
En cuanto ella se la dio, Santiago salió del bar.

Tardó casi una hora en regresar acompañado de un joven. Llevaba un periódico vespertino bajo el brazo, que arrojó sobre la mesa. Quedaron a la vista los titulares:

«TELEOPERADORA EVITA UN SUICIDIO«.

– No puedes hacerte una idea de la cantidad de gente que había en tu trabajo – le explicó Santiago -. Estaban aparcadas las camionetas de las principales cadenas de televisión y de radio. Todos te están buscando. Tu ex-jefe ha aprovechado para explicar a la prensa la gran humanidad del servicio de atención al cliente de su empresa.

– ¡Cabrón! – dijo ella encendida.

– Bueno. Eso explica lo de tu readmisión – dijo Santiago -. Ahora tienes dos opciones. Sigues el juego, regresas a tu trabajo, declaras a la prensa lo que ellos quieran que declares…

– ¡Nunca! – dijo Beatriz.

– La otra opción es que le cuentes a este joven lo que me has contado a mi. Es periodista independiente y de los buenos, por cierto. Otra cosa. No vayas a casa esta noche. Hay como doscientos periodistas esperándote allí. Si quieres, tengo una habitación en un piso en el que viven unas chicas encantadoras. Bueno. Voy a trabajar un rato. Os dejo solos.

El periodista se sentó al frente de Beatriz, sacó una grabadora del bolsillo y la dejó en el centro de la mesa.

Estuvieron hablando casi dos horas.

Cuando el encargado del SAC recibió el SMS de Beatriz, las cámaras estaban filmando. Todas reflejaron el cambio en su expresión cuando leía el escueto mensaje: «QUE TE ZURZAN«.
Luego presentó su dimisión.

Al publicarse la entrevista de Beatriz, la empresa de móviles perdió a todos aquellos clientes que no tenían contrato de permanencia. Para intentar remediar la situación contrataron a Beatriz para que se hiciera cargo del servicio de atención al cliente, aceptando las condiciones que ella propuso.

Las llamadas ya no tienen una duración de cuatro minutos y los clientes están encantados con la atención que se les da.

Beatriz está casada con un periodista independiente y una vez por semana visita a unas chicas con las que convivió durante unos días, cuando la prensa la estaba buscando.