Rafael y la obediencia debida

Rafael miró su reloj.

Las once de la noche y Tomás no había regresado a casa.
Estaba viendo la televisión con su esposa.
Las noticias eran espeluznantes. Las imágenes de la policía autonómica golpeando a los estudiantes, aparecían en todas las cadenas de televisión.

– ¿Cómo pueden atacar con esta saña? -preguntó ella.
– Es lógico que actuen así. Les están provocando los estudiantes.
– Pues me recuerda a la época del dictador – repuso su esposa -. ¿Cuál es la diferencia entre aquellos policías y los actuales?.
– Estos policías están bajo mis órdenes. Por algo soy el jefe de la policía.

– ¡Mira!, ¡mira! – exclamó la esposa, señalando hacia la televisión -. ¡Están sacudiendo a unos periodistas!. Pero, ¿te parece normal que golpeen con esta mala leche?. ¡Son unos psicópatas!. ¿De dónde los habéis sacado?.
– No son psicópatas. Son personas normales y todos han pasado un test psicológico – repuso Rafael.
– Antes, cuando nuestra policía era estatal, decíamos de ellos que no eran otra cosa que delincuentes con trabajo. ¿Lo recuerdas?. En aquellos tiempos tu y yo participábamos en manifestaciones contra la dictadura y alguna vez nos sacudieron. Pero lo de ahora no lo había visto nunca.

– Esos estudiantes son unos cabrones – dijo Rafael.
– Y esos policías unos delincuentes que disfrutan sacudiendo. ¿Los habéis sacado de la cárcel para hacerlos policías?.
– ¡Claro que no!. Sin embargo, desde que se creó la policía autonómica, los políticos fueron muy tajantes. Mano dura, para hacerse respetar.
– Y será por eso que ahora la gente añora a la policía estatal…

– Piensa que no tenemos un presupuesto decente. Tenemos que contratar a gente que se conforme con un sueldo bajo. Y los estudios que tienen tampoco son una maravilla.
– Vamos – dijo ella – que estáis contratando chusma. Y luego los políticos se sacan de la manga una ley que hace que la palabra de esos delincuentes valga más que la de un ciudadano normal…
– Yo cumplo órdenes.
– Y nunca las has cuestionado, ¿verdad?.

– Tengo un trabajo y a una familia que mantener. No estoy por andar cuestionando lo que se me ordena. Existe algo que se llama «obediencia debida».
– Pues si he de elegir, prefiero al Rafael que conocí, luchando por sus ideales en la Universidad y luego en el bufete en el que trabajaba. Lo de la obediencia debida es una forma de traspasar la culpa, de eludir la responsabilidad. Que lo dijera un nazi ó un policía de la dictadura de Videla lo puedo entender. Pero estamos en el siglo ventiuno y ya va siendo hora de que cuestionemos las órdenes.

– ¿Por qué te pones así cada vez que Tomás llega tarde? – preguntó Rafael irritado.
– Porqué Tomás es joven. Es un idealista y lucha por lo que cree. Y, sabiendo que tus policías son unos psicópatas no estoy tranquila. Prefiero que le asalte un ladrón a que le pille la policía autonómica. Con lo fácil que hubiera sido organizar una policía autonómica que se ocupara de los ciudadanos, en lugar de machacarlos…
– No hay policía en el mundo que actúe de esta forma.

– Quizás los policías ingleses. Y si no existiera policía en el mundo que se ocupara de los ciudadanos, hubiera sido la oportunidad de que la nuestra fuera así y creara un estilo propio. Lo de ahora, no es más que una policía tercermundista, entendida como un cuerpo represor de los ciudadanos…
Sonó el teléfono. Rafael contestó:

– Rafael Pinos, Dígame. Si. ¿Cómo?. ¿Dónde?. ¿A dónde lo han llevado?. Ahora mismo vamos para allá.

Colgó el teléfono. Con un nudo en la garganta y lágrimas en los ojos le dijo a su esposa:

– Vamos. Tomás está en la clínica con una fuerte contusión en la cabeza. Al parecer estaba en una manifestación de estudiantes.

Al salir de casa, ella iba diciendo:
– Tenía que pasar, tenía que pasar…