En el bar de Santiago, Pascual se dirigió a una mesa, en la que un hombre estaba comiendo unas tapas.
– Si. Tengo un hijo con ese nombre.
– ¿Le importa que me siente un momento?. De él quiero hablarle.
– Y usted, ¿quién es?.
– Me llamo Pascual. Soy psicólogo.
– Encantado de conocerle. Me llamo Julián – dijo el hombre, alargando el brazo para estrecharle la mano -. ¿Qué ha hecho mi hijo esta vez?. Siéntese, por favor, Pascual.
Pascual estrechó la mano de Julián y se sentó. Miró hacia la barra y le hizo un gesto a Santiago.
– En realidad tu hijo no ha hecho nada malo. No te importará que te tutee… – Pascual esperó la respuesta de Julián y continuó cuando éste le hizo un gesto de asentimiento -. El domingo pasado lo conocí en la jornada de puertas abiertas de la Innombrable.
– Ese día se me perdió algo así como una hora, allí dentro. Al fin, lo encontré en el auditorio.
– Puedo contarte lo que hizo esa hora en la que estuvo perdido – dijo Pascual. Santiago dejó una caña sobre la mesa y volvió a la barra.
– ¿No haría nada malo?.
– No. Me lo encontré y se ofreció a mostrarme la Innombrable. Supongo que tu ya le habías enseñado todo, porqué no titubeó un momento en todo el recorrido.
– Y, ¿cuál es el problema?.
– El problema fueron los comentarios que iba haciendo Juanito respecto a los lugares y a las personas. Tiene cinco años, ¿verdad?.
– Si.
– Me dejó asombrado. Me señaló a un montón de gente, indicando el apodo que tienen en la empresa. Cuando me señaló al arribista le pregunté qué es un arribista y me lo explicó de forma impecable. Y lo mismo con Terminator, la Quilla, el Picoleto, el Cararrata, el Wisconsin man, la Prieta, el abuelo Cebolleta, Houdini, el Manchado, el Lenguado, la Lentejas, el Caraja, el Bisagra, el Estribo, el Chicle, la Timbre y muchos más. He de reconocer que me reí mucho a medida que me explicaba las razones de los motes. Me encantó que llamara al auditorio la «sala de las vanidades» y a las salas de reuniones las «endosa-marrones».
Pascual dio un trago a su cerveza.
– Lo bueno es que tuviste la suerte de que tu hijo estuviera conmigo. ¿Qué hubiera pasado si lo que me contó se lo hubiera dicho a otra persona?. A uno de tus jefes, a un compañero, a alguien de RRHH. Posiblemente ya no estarías trabajando en la Innombrable.
Julián palideció.
– Me parece muy lógico que pienses como piensas sobre la Innombrable. Entre nosotros, pienso lo mismo que tu y mis relaciones con otras empresas me han demostrado que en todas partes cuecen habas. La estupidez es general en toda aquella asociación de hombres cuyo objetivo es ganar dinero, ya sea en empresa privada ó pública. Si te contara…
– Bueno – se escusó Julián -. Mi intención es preparar a mi hijo para que pueda desenvolverse en ese mundo.
– Tiene solamente cinco años. Con esa edad son muy sinceros ya que no conocen a sus interlocutores. Hazme caso, Julián. La próxima vez no lleves a tu hijo a la empresa. Cualquier persona con algo de poder le oye decir a tu Juanito lo que me contó a mi y despide a su padre. Piensa que lo peor que puede pasarles a esas personas que sueltan discursos en la sala de las vanidades, es pensar que hay mucha gente en el auditorio que se tome a broma sus palabras. Piensa en un jefe de gobierno en una rueda de prensa, si supiera que a los periodistas les importa un rábano sus palabras y que solamente buscan gestos y muletillas para mofarse. Para su vanidad, lo peor que les pueden hacer, es la burla ó ser ignorados. Por suerte para ellos, el poder y el miedo son lo que llena las salas en las que alimentan su vanidad.
– Tienes razón, Pascal. Te haré caso.
– Y enseña a tu hijo una cosa más: a no mostrar nunca todas sus cartas. Para sobrevivir, lo mejor es que los demás no sepan lo que piensa uno.