La cena del equinocio

– Estoy destrozado, Santiago – explicó Paco -. Acabo de estar en la casa de una amiga…

– ¿Qué le pasa a tu amiga?.
– Está intentando ayudar a un hombre que ha perdido el deseo de vivir. Ella lo ama y él es incapaz de aceptar tanto como ella le está dando. Incluso el hombre le ha pedido que desaparezca de su vida, porqué no quiere hacerle daño. Ella está destrozada.

– ¿Cómo estás tu, Paco?.
– ¿Cómo voy a estar?. La quiero y me destroza pensar que ella está sufriendo. No se merece eso. Ella es un ángel. Desgraciadamente tiene la mala suerte de haber elegido el club de las causas perdidas.
– Yo elegí el mismo club y ya ves… Pero hay una terapia…
– ¿Cual es, Santiago?. Necesito saberlo.
– Tengo previsto organizar una cena, aquí en el bar, el día de Nochevieja.
– ¿Tu?. ¡Pero si no eres creyente!.

– Y ¿qué tiene que ver ser ó no creyente?. Una cosa está muy clara, Paco. La única manera de salir adelante con los problemas propios es enfrentarse a los ajenos. He decidido invitar a cenar a gente que no tendrá con quien cenar esa noche. Me encantaría que vinieras con tu esposa y con tus hijos.

La cena fue un verdadero éxito.
Paco fue al bar un par de horas antes, con su esposa y con sus hijos.
Justo al acabar de preparar las mesas empezó a llegar la gente.
Venían de distintos lugares del barrio. En pocos minutos llegaron prácticamente la mayoría de ellos. Paco se asombró de la gran diversidad de razas que había en el bar. La mayoría eran inmigrantes y de diversos países.

Al dar comienzo la cena se fueron sentando, agrupándose por su procedencia. Paco observó que había mesas ocupadas por ecuatorianos, por cubanos, por marroquíes, por argentinos, guineanos, mozambiqueños…
Santiago, se iba sentando en todas las mesas para charlar con todos ellos. Les agradecía su presencia en su local y les preguntaba acerca de sus vidas.

Paco y su esposa empezaron a hacer como Santiago. Poco a poco supieron lo dura que estaba siendo la crisis para los comensales. El peligro que se cernía sobre ellos de perder el permiso de inmigración y ser devueltos a sus países, por no tener trabajo.

La música y quizás el cava, iban haciendo su trabajo. La cena se fue haciendo más distendida y empezaron a mezclarse los distintos comensales de las diferentes mesas.
Tras los postres, Santiago empezó a hacer levantar a los comensales y apartó las mesas que ocupaban el centro del bar. Luego subió el volumen de la música y sacó a bailar a la esposa de Paco. Bailaron solos, siendo el centro de todas las miradas. Luego empezaron a salir otras parejas a la improvisada pista de baile.

Paco se admiró al ver las curiosas mezclas de parejas que estaban bailando. Ya no existía aquella diversidad inicial. Todos bailaban con todos. No importaban razas, creencias, religiones, culturas…

El último baile fue el colofón.
Entró en el bar una mujer rubia, menuda, delgada, de pelo corto, con unos ojos grandes y azules. Tras dar dos besos a Santiago, se acercó a Paco y le susurró algo al oído. Esperaron a que terminara la música.
Luego salieron ambos a la pista. Al oírse los primeros compases de un tango, empezaron a bailar. Idonia, que es como se llamaba la chica, era quien llevaba a Paco.

Todos miraban asombrados aquel baile. Paco pasó apuros al principio, intentando recordar los pasos de aquel tango. Sin embargo, Idonia le dijo en voz baja:
– Déjate llevar. Tu cuerpo conoce el tango.
Cuando Paco dejó de intentar recordar los pasos, se soltó completamente.
Al terminar, la ovación fue espectacular.

Luego Idonia se acercó a Paco y, tras darle un par de besos, señaló hacia la barra.
Allí estaba la amiga de Paco, con su cara sonriente.
Notó como los ojos se llenaban de lágrimas mientras iba hacia ella para abrazarla.

Dedicado a todos los integrantes del club de las causas perdidas.
Quizás los de este club somos los que más vivimos.
Aunque seamos los que más sufrimos.