Conversaciones en el hoyo 19: listillos

Esta vez eran tres los que estaban sentados alrededor de la mesa del bar disfrutando de su aperitivo. Pascual no había jugado con ellos porqué de vez en cuando, necesitaba salir solo al campo y disfrutar del golf centrándose en el juego y aislándose del resto de la humanidad. Cuando se sentía agobiado por la gente de su entorno, necesitaba ese aislamiento voluntario para recuperar la paz mental que necesitaba.
Sus amigos lo aceptaban como algo normal e incluso, algunas veces, hacían lo mismo. Y allí estaban, alrededor de la mesa del bar del club de golf en el que habían jugado.
—¡Menos mal que no ha venido el pájaro a tomar el aperitivo!—Inés se refería al hombre que en el segundo hoyo les había pedido unirse al grupo – les dijo que odiaba jugar solo – y ellos se lo habían permitido.
—La cara que ha puesto cuando le hemos dicho que no llevábamos la anotación del tanteo—dijo Santiago riendo—. Estoy seguro de que si ha jugado tan mal como lo ha hecho, ha sido por el shock que le ha causado saber que no nos podía demostrar su valía con la puntuación.


—Y luego se ha dedicado a aconsejarnos—dijo Juan.
—A mí, en el hoyo doce, después de aquel swing tan bonito que me ha salido—explicó Inés—,se me ha acercado y me ha dicho que el truco estaba en repetirlo en el siguiente hoyo. No lo he mandado a la mierda por educación. Menos mal que tú—miró a Juan—lo has puesto en su sitio.
—¡Hombre!. ¿Qué quieres que haga si cuando vas a patear se pone en el otro lado del green, se agacha y te dice que tiene caída hacia la derecha?—explicó Juan riendo.
—Llevaba varios hoyos haciéndolo y criticándonos cuando no le hacíamos caso—añadió Santiago—. Me ha encantado cómo le has puesto en su lugar, Juan.
—Me he limitado a decirle que en el golf está prohibido dar consejos y criticar a los jugadores—dijo—. Lo mejor es lo que ha hecho Inés cuando el tío se ha puesto a decirle, mientras ella intentaba leer la caída del green, <>, <>, <>. Lo de enviar la bola en dirección contraria ha sido genial. Y lo mejor ha sido que después has metido la bola desde casi quince metros dejando al tío con un palmo de narices. ¡Yo no lo hubiera conseguido!.


—No me gusta que intenten meterme presión—explicó ella—. A cualquiera de nosotros nos importa un bledo hacer ó no un birdie. La gracia del golf no está en puntuar. Se trata de tener sensaciones. De sentir el movimiento de nuestro cuerpo y disfrutar como un enano cuando consigues que la bola haga lo que pretendías. Odio esa moda de querer ganar. Odio tener que demostrar a los demás que soy la mejor. Por eso no compito nunca y no anoto lo que hago en el campo. Lo único que me llevo a casa después de jugar, son las sensaciones que he tenido y recordar un buen chip, swing, putt ó incluso una buena salida de búnker. Y ese tío iba a ganar, a distinguirse ante nosotros, aunque le ha salido el tiro por la culata. Ni ha podido lucirse con la puntuación ni con los “consejitos”.
—Me ha recordado a mi hermano—dijo Juan—. Viviendo para demostrar que es un ser superior.
—Todos los campos de golf tienen al típico “notas” que va para demostrar su valía—explicó Santiago—. Rara es la zona de entrenamiento en la que no haya algún tipo haciendo una exhibición de su dominio del driver. Se pueden tirar la mañana entera tirando bolas sólo para que los miren y admiren.
—Pues hoy hemos tenido a uno de esos “notas” jugando con nosotros—dijo Juan—. Es uno de los males de nuestra sociedad, que promueve la existencia de esos sujetos que solamente viven para demostrar que son los mejores. Una sociedad que ha creado un culto por los ganadores. ¡Con lo hermosa que es la mediocridad!. Tal como estamos jugando últimamente, si compitiéramos, probablemente tendríamos un handicap bajísimo.


—Yo estoy muy bien sin competir—explicó Santiago—. Cuando veo una campeonato de golf en la televisión me maravillo con la seriedad de los jugadores. No hablan entre ellos y sus caras son patéticas cuando no ganan. Supongo que están pensando en los miles de dólares que dejan de ganar cuando su juego no les funciona. Antes, hace muchos años, era un fanático de los campeonatos de tenis. No me perdía ninguno. Ahora no los veo, salvo que sean femeninos. Ya no se trata de hacer buenas jugadas. Se trata de hacer saques demoledores. Incluso tienen pantallas que indican la velocidad de la bola en el saque. Eso ya no es tenis. Antes era más cerebral. Ahora es fuerza física. Incluso los gestos y gritos que hacen los jugadores tras ganar un punto me recuerdan a los que hacen los chimpancés. Las mujeres, aunque no todas, hacen un tenis más cerebral y menos físico.
—Pues no veas los atuendos que llevan las chicas. Se trata de toda una performance. Vestidito corto para mostrar piernas y lo que es peor: salen a la pista pintadas como si fueran a un cóctel—explicó Inés—. El otro día me sorprendió ver a una jugadora vestida con pantalón corto, camiseta y sin pintar. Seguro que es la única y probablemente alguien de la organización del campeonato le dará un toque de atención por no llevar la uniformidad estándar.
—El deporte como negocio. Está claro—puntualizó Juan—. ¿Alguien ha visto algo de las olimpiadas?.
—No.
—No. Lo único que retransmitían era fútbol, natación y poco más—dijo Santiago—. Exactamente los deportes que no me gustan.
—Con la cantidad de deportes que vale la pena ver: esgrima, golf, tiro al arco, tiro de carabina, tenis, vela, escalada…—puntualizó Juan—. Pero no. Tenían que dar por la televisión aquellos deportes que estamos hartos de ver.
—Supongo que los anunciantes, que al fin y al cabo son los que pagan esas retransmisiones, fuerzan a las televisiones para que den solamente los deportes que atraen al público—concluyo Santiago.


—Pero la televisión pública hubiera podido sacar otros deportes…
—Y mejor no hablamos de esas entrevistas que se hacen a los deportistas analfabetos—dijo Juan—. Menuda pérdida de tiempo escucharles.
—Vaya sociedad en la que estamos…—añadió Inés—. Dando culto a analfabetos que simplemente son buenos en su deporte.
—Por no hablar de los “influencers”—dijo Santiago—. Típico del país. Gente que no tiene idea de nada y habla de todo.
—Mejor dejamos este tema para otro día—acabó Juan—. Si hablamos de ellos, acabaremos hablando de los tertulianos de los programas de debate de la televisión. Otros ignorantes que hablan como si supieran de lo que hablan.