Conversaciones en el hoyo 19: fake news

— El pueblo en el que vivo—explicó Pascual—es como cualquier otro. Al igual que las personas, los pueblos intentan encontrar algo que los distinga de los demás: un político de renombre que haya nacido allí, un artista, un escritor, un deportista destacado… cualquiera del que los vecinos puedan sentirse orgullosos. Y en según que casos, alguien que atraiga turismo para visitar la vivienda en la que nació, vivió ó murió esa persona relevante—bebió un largo trago de su cerveza y continuó—. En mi pueblo tuvieron trabajo para encontrar a esa persona que pudiera merecer ser destacado pero tras una búsqueda exhaustiva dieron con esa persona: un farmacéutico que nació a finales del año mil setecientos y que murió a mediados de mil ochocientos. No hace falta decir que los sucesivos políticos que accedieron a la alcaldía se dedicaron a resaltar la figura de aquel hombre, creando un museo con los muebles y el material donado por la familia e incluso crearon un premio que lleva su nombre.


—Me recuerda un poco a Llivia, el pueblo español que está en territorio francés—dijo Santiago—. Tiene una de las farmacias más antiguas de Europa. Creo que es del siglo quince. Ahora es un museo.
—Continúo con la explicación—dijo Pascual—. No hace mucho me enteré de una rara movida. Una mujer había pegado una pegatina debajo del nombre de la calle del farmacéutico. Ponía “el pez”, debajo de su nombre. De inmediato el ayuntamiento le envió un escrito certificado en el que le decían a la mujer que tenía que retirar esa pegatina si no quería ser demandada. Evidentemente, la retiró. Pero, yo decidí investigar un poco este tema. No tenía idea de quién era esa mujer a la que el ayuntamiento había hecho retirar el letrero. Pero hablando con gente del pueblo me fui haciendo una idea de lo que había detrás.


—Bravo, Sherlock—le animó Inés—. Continúa.
—Resulta que “el pez” es como llamaban al boticario—continuó Pascual—. Al parecer, cuando un niño iba a la farmacia, el boticario le decía: “¿quieres ver el pez?”. Lo llevaba al interior de la farmacia y le enseñaba el pez.
—Bueno. Cuando de niña iba a la farmacia me daban caramelos—dijo Inés, riendo.
—En realidad he ocultado un pequeño detalle—dijo Pascual, riendo—. No había ningún pez en la farmacia.
—Entonces, ¿qué le enseñaba?—pensó Inés en voz alta—. No… no puede ser—miró a Pascual que le estaba asintiendo con la cabeza—. ¿No le enseñaría…?. ¡Era un puto pederasta!.
—Presunto pederasta—aclaró Juan, riendo.


—Ojito. Todo son rumores—aclaró Pascual—. En Internet no hay mención de ello. Han pasado más de ciento cincuenta años y lo único que tenemos son rumores y ninguna certeza. Puede ser una fake new y esos rumores no son otra cosa que gente malpensante que lo ha hecho público sin aportar una sola prueba.
—Hombre. No deja de ser curioso pensar que los malpensantes elaboraran una historia tan curiosa—dijo Juan, pensativo—. Si os fijáis todas las fake news tienen un denominador común: son historias burdas, simples. Lo del pez, tiene un cierto grado de imaginación, de originalidad, que lo hace diferente.


—En cualquier caso, dado que no hay forma de demostrar nada a favor ni en contra—concluyó Pascual—las cosas han de dejarse como están. Lo que, por cierto salva el tinglado que han montado los ayuntamientos alrededor de aquel ilustre sujeto. Imaginad por un momento que aparece una prueba de que el tío era un pederasta. La familia no lo pasaría demasiado bien sabiendo que el abuelo ó bisabuelo era un pederasta y no veas el ayuntamiento teniendo que deshacer el museo, el premio y la calle que lleva su nombre, todo ello teniendo que dar explicaciones a sus vecinos.

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