El adoctrinamiento

– Pase, señor Arcadas – el director de la agencia de asesoría de imagen, señor Duaso, estrechó la mano de su visitante y le hizo un gesto para que tomara asiento.

Tras cerrar la puerta de su despacho, se sentó en una butaca que estaba al lado del señor Arcadas, director de comunicación de la Innombrable.

– Usted dirá señor Arcadas, aunque a simple vista tengo la sospecha de que mi empresa podría hacer mucho por mejorar su imagen.
– No. No se trata de mi. Soy director de Comunicación de la Innombrable y quería encargarle una campaña de concienciación hacia los empleados.

– A ver, a ver. ¿La Innombrable no es esa multinacional que gasta al año millones en comunicados internos y que incluso tiene una revista que envía a sus trabajadores?, revista, por cierto que utilizo en mis clases como ejemplo de exceso de triunfalismo e intento de adoctrinamiento.
– Hombre, no es precisamente eso lo que hacemos. Nunca hemos intentado adoctrinar a nadie. Respecto al exceso de triunfalismo, es cuestión de puntos de vista.
– Y, ¿para que necesita su empresa los servicios de nuestra agencia? – preguntó Duaso.

– Queremos hacer una campaña explicando la importancia que damos en la empresa al recurso humano. En los últimos años hemos invertido mucho dinero en la formación de nuestros empleados.
– Por lo que me dice, sus empleados ya saben la importancia que les da la empresa. ¿Para qué es necesaria la campaña?.

– Siempre hay un porcentaje de empleados que están disconformes con los cursos que impartimos…
– ¿Quiere decir que los vendedores no están de acuerdo en asistir a un curso de ventas, que un mecánico no está de acuerdo con asistir a un curso de mecánica, que un químico no considera bueno un curso de química?.

– Los cursos no son, precisamente, sobre sus profesiones en concreto. Se trata de enseñarle lo que es el compromiso, la alineación, la priorización, el liderazgo, la responsabilidad…
– Vamos, adoctrinamiento.
– No es adoctrinamiento. Son actitudes que ayudan al profesional a hacer mejor su trabajo.
– Empiezo a entender un poco la necesidad de la campaña que quiere encargarme – dijo Duaso con una sonrisa.

– ¿Por qué dice eso?.
– Mire señor Arcadas. Su tiempo y el mío no nos permite estar mareando la perdiz, en una conversación como ésta. ¿Quiere que le sea franco?.
– Desde luego, señor Duaso – repuso Arcadas.
– Hablando claro, están ustedes insultando a sus empleados con los cursos que les están impartiendo.
– ¿Cómo?, ¿está usted loco? – saltó Arcadas.

– Deje que me explique – dijo con calma Duaso -. Cualquier profesional razonablemente bueno, ya tiene todas esas las actitudes que están ustedes enseñando en sus cursos. Precisamente, la selección de personal y el período de prueba de un nuevo empleado, tienen por objeto determinar si una persona tiene esas actitudes. El hecho de que a una persona se le haga asistir a esos cursos puede interpretarse como que la empresa duda de su buena profesionalidad. Y eso explica la razón de que haya empleados descontentos con la empresa.

– Bueno. ¿Pero se va a hacer usted cargo de la campaña?.
– Verá, señor Arcadas. Soy enemigo de las causas perdidas. Y lo que me pide es una causa perdida. Por muy buena campaña que le haga, no serviría para nada. Hace un año llevé a cabo la campaña de otra multinacional acerca de la importancia que le daban a mejorar la sociedad y poco después salió la noticia de que esa empresa explota a niños en África. Se fue todo mi trabajo al garete.

– ¿No estaría dispuesto si le pagáramos el doble de su tarifa normal?.
– No. Precisamente por uno de los principios que intenta inculcar a sus empleados: responsabilidad. Lo que tiene que hacer con este dinero que me ofrece es hacer un stage en Google ó en Apple e intentar averiguar cómo consiguen esas empresas que sus empleados estén orgullosos de trabajar en ellas. Quizás han sido capaces de eliminar el adoctrinamiento…

El señor Arcadas se levantó y fue a la puerta. Duaso se levantó, fue a él y le estrechó la mano.
– Siento no haber podido ayudarle, señor Arcadas.
– Yo también.
– Por cierto, pase por la mesa de mi secretaria que le dará hora para el dentista.
– ¿Cómo?. ¿Qué me está diciendo?. ¿Dentista?.
– Invita la casa, señor Arcadas. Tiene una limpieza bucal gratuita para eliminar su halitosis.
– ¿Halitosis?.
– Si – el señor Arcadas se puso como una grana. Duaso puso cara de sorpresa -. ¿Nadie se lo ha dicho?.

Cuando Duaso se sentó en su sillón, detrás de la mesa, descolgó el teléfono y marcó un número.
– ¿Ramona?. Hola, soy Duaso. Ya se lo he dicho.
– ¡Oh!. Gracias. No sabes el favor que nos has hecho. Llegamos a convocar un comité de dirección para ver como le decíamos a Arcadas lo de su halitosis y no fuimos capaces de encontrar quien se lo dijera. ¡Muchísimas gracias!.
– Tranquila, Ramona. Te enviaré factura de mis servicios y los del dentista.

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