El alegato del fiscal

– Tiene la palabra el fiscal – dijo el juez.

– Con la venia, Señoría – empezó su alegato el fiscal -. Aquí estamos juzgando a un hombre que abusó del poder que la empresa le otorgó al hacerle jefe de un departamento. Las pruebas ya han demostrado la culpabilidad del acusado. Sin embargo, creo, la justicia no de ha de limitarse a condenar a este hombre. Pienso que cuando un hombre acosa a un subordinado, llevándole, primero a la depresión y luego al suicidio, alguien más tuvo que darse cuenta de estos hechos. No puedo creer que en un departamento en el que trabajan treinta personas, apenas nadie se diera cuenta de lo que ocurría. Por aquí han pasado esas treinta personas y de todos ellos, únicamente dos han tenido los arrestos suficientes para contar lo que pasó. Está claro y sus declaraciones así lo han confirmado, que el acoso se hacía abiertamente, lo cual deja en entredicho los lapsus de memoria de los veintiocho testigos restantes.

El fiscal dejó vagar su mirada sobre los testigos, ninguno de ellos fue capaz de sostenerla.

– Acepto el hecho de que en una empresa existen unos condicionamientos especiales. En una época de crisis como la actual, cualquier empleado hará lo posible por conservar su empleo y así poder mantener la capacidad para afrontar la manutención de su familia y el pago de las deudas. Ese vivir permanentemente en la cuerda floja, produce muchos miedos que en casos como el que se está viendo en este juicio, son capaces de justificar este silencio cómplice por parte de los testigos. Cuando digo que hay justificación, quiero dejar muy claro que se trata de una justificación parcial, ya que de ninguna manera puede el miedo a perder el empleo, ser la causa para no denunciar un delito.

– Señor fiscal – interrumpió el juez -. No estamos juzgando a los testigos.
– Es cierto, Señoría. Sin embargo existen muchas personas que tienen un grado de participación en los hechos. El callar y no denunciar implica complicidad, que en casos, siguiendo las directrices del acosador, consistió también en ningunear, en aislar a la víctima. Por otro lado, muchos de los testigos han declarado bajo juramento «no recordar nada» y ha quedado demostrado que asistieron a muchas de las vejaciones que el acusado infringió a la víctima y ello añade al delito de complicidad, el de perjurio.

– Aún así este juicio es para juzgar al acusado.
– Lo sé, Señoría. Sin embargo quiero dejar constancia en la responsabilidad que tuvieron los compañeros de la víctima sobre los hechos que terminaron de forma trágica. Quizás ellos no sean juzgados por ello, aunque me gustaría que así fuera, pero no está de más que yo les diga que su complicidad ayudó al suicidio de su compañero.

Un murmullo de indignación recorrió la sala. El fiscal esperó a que callaran las voces.

– ¿Ustedes creen que si desde el principio ustedes hubieran denunciado las prácticas del acusado, habría muerto su compañero?.

Un silencio sepulcral fue la respuesta que obtuvo.
– La justicia castigará al autor de acoso, pero ustedes, sus compañeros, tendrán que vivir el resto de sus vidas con la culpa de no haberlo evitado.

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