Una larga cola de personas vestidas con túnicas iba a desembocar a una mesa en la que un hombre con una gran barba blanca atendía a quien, tras horas de espera, alcanzaba la mesa.
– El siguiente, por favor – dijo el hombre barbudo; una mujer se sentó delante del hombre – Usted es Margarita, ¿no?.
– Si.
El hombre levantó la mano y se materializó en ella una carpeta que abrió en la primera página.
– Mmm. Veamos. Muerta por accidente de coche, ¡uf!. ¡Menuda vida ha llevado usted!. Presidenta en un país africano, dedicó toda su vida a enriquecerse a costa de sus súbditos, matando a quien protestaba y sin importarle un ápice otra cosa que no fuera el dinero.
– Ayudé a algunas personas…
– A sus amigos, a aquellos que podían enriquecerle aún más – contestó el hombre -. En su próxima reencarnación le va a tocar experimentar lo mismo que sufrieron sus súbditos. Le toca nacer en un pequeño poblado de su país. Es, posiblemente, el poblado más pobre y más torturado por el hambre. Se llama Untuya. Además, una única reencarnación no le permitirá purgar todo el daño que ha hecho. Tendrán que ser dos reencarnaciones en Untuya.
– ¡No!. ¡Untuya no!. No puede hacerme esto – contestó ella -, ¡no quiero volver a nacer!.
– Eso tenía que haberlo pensado antes. Ha tenido toda una vida para elegir sus opciones – levantó la mano y la mujer desapareció – El siguiente.
Se adelantó un hombre que se sentó en la silla.
– Se llama Ramón, ¿verdad?.
– Si.
El hombre de la barba hizo aparecer su carpeta y la miró con detenimiento.
– Mmm. Cantante en su juventud. Por cierto plagió la música a los compañeros de su grupo. Registró las canciones de ellos como propias. Luego se metió en una organización de gestión de derechos de autor y vivió a costa de la misma. Y, según pone aquí, vivió como un rey a base de cobrar un canon por todos los soportes digitales que se vendían en su país.
– Claro. Me copiaban las canciones y las compartían por Internet.
– Pues aquí pone que su música se copió quince veces por Internet. Ni una más, ni una menos. ¿Cree que quince copias dan derecho a ganar la fortuna que cobró a todos los compradores de CD’s, Mp3, móviles y discos duros?.
– Gracias a nuestra gestión, la Sociedad de Gestión de Derechos de Autor consiguió que los músicos cobraran por su trabajo.
– Desgraciadamente los músicos que cobraron fueros aquellos que menos se lo merecían. Gente que vivió a cuerpo de rey por las rentas de uno ó dos discos, que apenas se vendieron. Vamos. Que usted estuvo haciendo el vago y aprovechándose de los demás, prácticamente toda su vida.
– Pero…
– No hay peros. En su siguiente vida usted va a trabajar y de firme. Va a nacer en el seno de una familia de mineros y trabajará en una mina toda su vida. Ah. Y pagará el canon por todo soporte que se compre, cuando quiera escuchar música.
– ¡No!. ¡No me haga eso!.
– Ya está hecho – movió la mano y Ramón desapareció.
Luego miró la carpeta, pasó unas hojas y se paró frente a una que contenía el único CD que Ramón había publicado. Simplemente, pasando la vista por el mismo, oyó su música. Casi de inmediato retiró la mirada del CD.
– ¡Por Dios!. ¡Que castigo de música! – se dijo. Luego sonrió con ironía y se comunicó con su ayudanta, de forma telepática.
– Hola Sandra. Tengo trabajo para tí. Quiero que te encargues de que durante la siguiente vida de Margarita en Untuya, tenga muchas ocasiones de escuchar el disco de Ramón. Eso le servirá para que su penitencia sea mucho más dura. Quizás con ello se ahorre la segunda reencarnación.
– ¿Estás seguro?. Ayer escuché esa música un momento y recordé como si fuera ayer lo que alguna vez sentí cuando era un ser humano y tenía cuerpo. Algo así como unas convulsiones.
– Eso se llama “arcadas”. Es lo que te ocurría cuando tenías ganas de vomitar.
papi que bestia! jajaja!>me he reido mucho! jajajajaja!
¡Genial! 🙂