La Soledad

¿Por qué se rehuye la soledad?. Porqué son muy pocos los que se encuentran en buena compañía consigo mismos.
(Carlo Dossi)

Se trataba de una mujer fuera de lo común.

Morena, delgada, de ojos grandes, tenía todo aquello que un hombre podría desear de su pareja.
Podías hablar con ella de cualquier tema. Se expresaba con una riqueza de vocabulario impresionante, dada la cantidad de libros que devoraba sin parar. Le gustaba la historia, la música con mayúsculas, la ciencia, la filosofía, la cultura oriental…
Astuta, irónica, sacrástica, imaginativa, con un gran sentido de humor, siempre te sorprendía con su conversación.
Era coqueta, muy coqueta, de esas mujeres que saben que una mirada, un gesto, puede volver loco a un hombre y lo sabía utilizar a la perfección, por cierto.

La conocí cuando su vida no estaba yendo demasiado bien. Por lo menos como ella quería.
Acababa de salir de un matrimonio de veinte largos años, con un hombre que no había sido otra cosa que el fiel reflejo de su madre, una persona dominante, exaltada y bastante histérica, de ideas muy firmes, demasiado firmes, que le impedían siquiera concebir otros puntos de vista diferentes al suyo.

Lo que más me sorprendió, cuando la conocí, fue su incapacidad para estar sola. Al ganar su confianza, me contó que el día que su marido se marchó de casa, esperó media hora y salió a la conquista de otro hombre.

Su concepto del amor estaba muy ligado a los celos. Le gustaba provocar a otros hombres para medir los celos de su pareja. En función del tamaño de su reacción, se sentía más ó menos amada.
Debido a ello, discutía frecuentemente con su pareja y eso la hacía sentirse viva, amada.
Nunca tomaba decisiones abiertamente, pero tenía una capacidad innata para hacer que su pareja hiciera lo que ella quería, de manera que pareciera que era él quien quien tomaba la decisión.

Necesitaba estabilidad, salir de aquella soledad para siempre y pronto, encontró un hombre que respondía a sus necesidades.

Se trataba de un solterón bien situado, tranquilo, manejable y con muy poca confianza en si mismo, lo cual lo convertía en un ser terriblemente celoso. Era totalmente opuesto a ella. En su vida había leído otra cosa que la prensa deportiva, era fanático de su equipo de fútbol, le encantaban los programas basura de televisión y bebía como una esponja.

Salieron durante años. Realmente salir con una mujer como aquella, era una aventura continua.
Solían quedar los fines de semana, que pasaban juntos en el piso de él ó el de ella y ocasionalmente, se veían algún día entre semana.
De esta manera, él seguía manteniendo su vida tranquila, sin romper los hábitos de toda su vida de soltero.

Sin embargo, ella me confesó, aquello no era lo que quería. Necesitaba más. Buscaba el matrimonio.
Estaba harta de seguir estando sola durante toda la semana, hasta el viernes.

Un día descubrió que su pareja, entre semana, se dedicaba a chatear con otras mujeres e incluso, ocasionalmente, quedaba con ellas.
Lo sospechó, cuando le oyó decir – estaba él charlando por teléfono con un amigo, pensando que no era escuchado – el nombre de uno de esos foros a los que se conectaba. La tarde siguiente desde su casa, entró en el foro y se dio de alta. Esa misma tarde estuvo chateando con él, ya que lo reconoció sin problemas por su reducido vocabulario. Ella ocultó su identidad, quizás reduciendo también al mínimo, su rico vocabulario.
Acabó el chateo, quedando con él la noche siguiente, en un bar. Desde luego, no se presentó a la cita.

Aún así, ella quería retenerlo. Quería vivir con él. Era su pasaporte para huir de la soledad.

Hablé mucho con ella. Intenté convencerla de que antes de dar este paso, tenía que aprender a ser dueña de su vida, a tomar sus decisiones, a analizar y superar su pasado y sobre todo, salir de esa angustia que la soledad le producía, para poder amar a alguien sin condicionamientos.

No conseguí hiciera caso de mis palabras.
Comprendió que la única manera que tenía de estar con su hombre, era dándole un hijo.
Pero no consiguió quedar embarazada. Siguió un tratamiento de fertilidad bastante molesto, en vano.
Hubo de someterse a fecundación “in vitro” para conseguirlo.
Por fin lo consiguió: seis meses antes del parto, se casó con él.
A los nueve meses nació una hermosa niña.

Con su boda nos alejamos el uno del otro. Hubo un único encuentro y ella me contó que seguía sintiéndose sola. Tenía a su preciosa niña, pero su marido se había distanciado.

Tal vez aquel hombre descubrió que su matrimonio no era otra cosa que la manera que había tenido ella para superar la angustia de su soledad.
El siempre viviría con la duda de saber si su esposa lo amaba realmente ó simplemente lo necesitaba.
¡Que duro es sentirse solo cuando estás con otras personas!.

Mi opinión, si te apetece conocerla, amigo lector, es que lo amaba. Ella lo amaba de verdad.
¿Que cómo lo sé?.
Simplemente porqué la conocía y lo leí en sus ojos muchas veces.

Lo duro es pensar que ella, casada y con una hija, nunca dejará de sentir la soledad.
Simplemente ha cambiado el tipo de soledad.

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Ludwig
17 años ago

No hay problema, Piulet.Me llevo muy bien conmigo mismo.

Piulet
17 años ago

Aunque veo que no hay comentarios no has de sentir soledad. Seguro que muchos lo han leido e incluso alguno sentido celos de tu blog (yo por lo menos). Saludos.