Conversaciones en el hoyo 19: imbéciles

— Ya estamos otra vez con las putas elecciones—soltó Santiago.
— Y volveremos a votar a esos imbéciles—contestó Pascual—. Parece que no hay manera de salir del laberinto de los partidos políticos, respaldados por el poder económico y la prensa.
— En realidad si se puede salir de esa dinámica. Sobre todo en las elecciones municipales—explicó Juan—. El problema es que todos somos imbéciles y además gandules y no queremos involucrarnos en política. Incluso vemos que nuestros políticos roban, prevarican y les seguimos votando. Vemos que se presentan con un triste eslogan, sin un programa de lo que quieren hacer, que se dedican a crear debates estúpidos y aún así les votaremos. Estamos en un país de imbéciles y nadie se da cuenta.


— La verdad es que el ser humano es un verdadero desastre. Somos unos parásitos—dijo Inés—. Y no me refiero al monarca y a los parásitos de la justicia, que lo son. En realidad todos somos unos parásitos y así nos va con el cambio climático. Anoche empecé a ver una serie en la que los animales del mar empiezan a atacar a los seres humanos, que son los verdaderos depredadores del planeta.
— El problema es que no sólo son imbéciles los millonarios de nuestro planeta. Todos lo somos—aclaró Pascual—. Los unos por aprovecharse de su condición privilegiada y los otros por permitirlo, optando por inhibirse de ello y dedicarse a ver por televisión programas basura para admirar a una serie de tarados que viven de contar sus muchas taras.

— Decías Juan que hay una forma de salir de la dinámica de partidos—apuntó Santiago.
—Desde luego que la hay—explicó Juan—. Es tan sencillo como crear asociaciones de vecinos que se presenten a las elecciones como independientes y que ganen la alcaldía. Imaginaros la cara que pondrían los políticos al ver que en el resultado de las elecciones no obtuvieran un solo pueblo en todo el país y que observaran como, con el tiempo se fueran llevando a cabo todas las propuestas prometidas en la campaña.
— Eso es imposible, precisamente por lo que hemos dicho antes: somos imbéciles—aclaró Inés—. Si algo ha observado es que en toda reunión de vecinos, invariablemente, hay siempre uno ó dos vecinos más imbéciles que los demás y que se dedican a fastidiar las reuniones. Imagínate eso en un ayuntamiento.
— Tienes razón, Inés—contestó Juan—. Quizás sería necesario incluir a un grupo de psicólogos, a la hora de seleccionar a los futuros candidatos a la alcaldía.
— Psicólogos sobornables, por cierto—dijo Inés riendo—. El mundo es así. Nadie ha protestado acerca de la guerra de Ucrania. Nuestros políticos deciden que hay que enviar armas a aquel país y nadie rechista. Los rusos son obligados a ingresar en el ejército para ir a la guerra y apenas nadie protesta. El mundo es así. No se puede romper una cadena que lleva miles de años atando a la humanidad. Luego nos sorprendemos al enterarnos de la cantidad de suicidios que se cometen ó de las muchas enfermedades mentales que van proliferando. Hoy en día lees la prensa y no ves más que fechorías y estupideces que hacemos los hombre y las mujeres.
— Siempre he pensado que incluso Einstein, todos teníamos nuestras áreas de imbecilidad—añadió Pascual—. Quizás la física era lo que dominaba dicho genio, pero estoy seguro de que en otras facetas de la vida era un perfecto imbécil. Al fin y al cabo nuestra sociedad está creada para generar imbéciles.

Conversaciones en el hoyo 19: Semana santa

— ¡Al fin se han acabado las vacaciones de semana santa!—dijo Santiago—. Me jode pagar el doble por jugar a golf.
— Es curioso lo que hacen los clubs: tienen dos tarifas. Una para los días laborables y otra para los festivos—añadió Inés.
—Incluso cuando es festivo únicamente en Barcelona, todos los campos de la comunidad suben los precios—dijo riendo Pascual—. Como si no tuviéramos suficiente con pagar la ortodoncia de la hija del parásito que tenemos de monarca.
—¿Le han arreglado los dientes?—preguntó Inés.
—Al parecer, en la genética de esos parásitos, además de hemofilia, tienen los colmillos de un vampiro y han tenido que acortárselos, no sea que les dé también por beber la sangre de sus súbditos—rio Pascual—. Cambiando de tema, estoy sorprendido de cómo están las carreteras en nuestro país. Un verdadero desastre. Ya sabéis que he ido a Santander. Ninguna carretera estaba en condiciones. No sé para qué pagamos impuestos si luego no utilizan nuestro dinero para mejorar las infraestructuras.
—Piensa que estamos pagando la escuela inglesa de las hijas del rey—repuso Santiago—, además de la ortodoncia. Y los hijos de una de sus hermanas tampoco nos salen gratis, ya que su tren de vida es altísimo. ¿A quién se le ocurrió ponernos un rey?. Toda una familia de vagos, viviendo a todo trapo. Y todas sus juergas, pagadas por nosotros.


—Bueno. Lo importante es que for fin se han acabado las putas procesiones, los cofrades, las saetas, las pasiones…—dijo Juan—. Parece mentira que en pleno siglo veintiuno sigamos sufriendo semejante anacronismo.
—Yo soy de la teoría de que cuando quieres saber el grado de cultura de un país, la religión es un índice muy exacto—apuntó Pascual—. A mayor religiosidad menor cultura y a menor religiosidad mayor cultura.
—Eso me recuerda aquella serie española, “ciudad K” que narraba lo que ocurría en una ciudad en la que todos tenían un coeficiente intelectual altísimo—explicó Juan—. Era curioso ver al cura oficiando misa con la iglesia vacía, salvo por una mujer que se dedicaba a cuestionarle todas sus lecturas.
—La recuerdo. Me gustaba esa serie—repuso Pascual—. Lo curioso es que en la historia de la humanidad, en todas las culturas, han aparecido siempre los hechiceros, los druidas, los sacerdotes. Cada tribu, en cualquier continente, tenía su hechicero, que no era más que el típico oportunista que quería vivir del cuento. Y, con el cristianismo, descubrieron que podía ser un buen negocio y otra forma de hacerse con el poder. Luego surgieron los imitadores, otras religiones que intentaron ganar dinero donde el cristianismo no llegaba. Vamos. Lo de toda la vida. Unos cuantos cabrones aprovechándose de los demás.


—Quizás por todo eso, si tuviera que elegir una religión, elegiría el budismo—dijo Inés—. A pesar de sus muchos defectos, es la que tiene una concepción diferente del hombre. Me gustan los conceptos del Karma y el Dharma.
—Y el concepto de reencarnación—añadió Pascual—. Vamos. Que si no has sido bueno y tu Karma sale negativo, te mueres y vuelves a nacer para que lo limpies.
—Y si has sido muy malo y tu Karma es penoso, te reencarnas en un ser inferior—dijo Juan.
—Tengo la sospecha de que nuestro Karma debía ser penoso, ya que todos nosotros nos hemos reencarnado en seres inferiores: el ser humano, el peor ser de este planeta—añadió Pascual.

Conversaciones en el hoyo 19: la Innombrable

— ¡Mirad!—dijo Santiago, inclinando la cabeza hacia la derecha para señalar a un hombre sentado en una mesa, al fondo del bar—. Este es ó era el director de la Innombrable en España.
—No sé por qué lo dejan entrar en este golf—contestó Inés—. Lo está desprestigiando con su sola presencia.
—Hombre. En nuestro país manda el dinero—dijo Pascual—. Si pagas el green fee puedes jugar. Aunque yo diría que ese tipo es socio del club, previo pago de una entrada astronómica. Aquí no está reservado el derecho de admisión.
—Pues deberían impedirle la entrada—protestó Juan—, Un tío que compra cacao a empresas que explotan niños no tiene derecho a estar aquí.
—Si sólo fuera eso—añadió Pascual—. En muchos países siguen embotellando y vendiendo agua en zonas en las que la población tiene restricciones debido a la sequía.
—Añado otra cosa: esas misteriosas desapariciones de sindicalistas de la empresa en Sudamérica—explicó Santiago—. Luego encuentran sus cadáveres por la zona.


—O el aceite de palma que estuvo usando en sus productos, lo que provocó la desaparición de selvas en países asiáticos—añadió Inés—. Y también ese ocultismo que hacen no indicando que están utilizando transgénicos en sus productos, o esa diferencia que hay entre la composición que aparece en sus etiquetas y la realidad del producto.
—Y también el comportamiento sectario con sus empleados, obligándoles a asistir a actividades en los fines de semana, reuniones fuera del horario laboral y cursos en los que intentan convencerlos de las bondades de la empresa—terció Santiago—. Bondades ficticias, por cierto, ya que gastan un pastón en conseguir que muchas asociaciones hablen bien de la Innombrable.


—Ya puestos, mencionar también los problemas creados en Africa con sus leches maternizadas que causaron muchas muertes de bebés—explicó Pascual—, debido a que el agua no era salubre y a la publicidad que le dieron a su leche en polvo, diciendo que era mejor a la leche de la madre. Debido a la incultura de esos países, la publicidad funcionó y ocurrió lo que ocurrió.
—Creo recordar que en Noruega organizaron un boicot a la marca, debido a eso—añadió Inés.
—Si. Es cierto, pero la empresa reaccionó rápido—contestó Juan—. Cogió sus leches maternizadas y les puso otra marca. Vamos, que siguió vendiendo lo mismo cambiando las etiquetas. Lo que viene a demostrar el gran poder de esa empresa y el escaso poder de un boicot parcial.


—¿Boicot parcial?—preguntó Pascual.
—Yo lo veo así—aclaró Juan—. Un boicot contra una empresa no se debería reducir a dejar de comprar sus productos. Para que ese boicot funcione debería funcionar a todos los niveles. Si los usuarios dejaran de comprar la prensa que publica sus anuncios o de ver aquellos programas de televisión patrocinados por esa empresa, en poco tiempo la Innombrable dejaría de existir.
—Creo que tienes razón—contestó Inés—. Aunque yo añadiría impedir que sus directivos pudieran ir a lugares de prestigio. Simplemente no dejarles entrar en esos lugares, tales como este golf.


—Eso me recuerda una historia que me contaron acerca del presidente de esa multinacional—explicó Santiago—. Al parecer la secretaria hizo una reserva en el restaurante que tenía Ferran Adrià en la cala Montjoy.
—El Bulli, se llamaba el restaurante—aclaró Inés.
—Exacto. En aquellos tiempos una reserva tenía que hacerse con dos años de anticipación y no sé como, pero la secretaria la consiguió para un mes—continuó Santiago—. Al parecer el presidente aterrizó en su avión privado en Barcelona, donde le esperaba un helicóptero que lo llevó al Bulli.
—Hubiera estado bien que Ferran Adrià lo esperara en la entrada y le dijera que lo sentía pero que no podía desprestigiar el local con su presencia—dijo riendo Juan.
—O tal vez le permitiera entrar y los clientes, al verlo, abandonaran el restaurante—añadió Pascual.
—Eso si sería un boicot.