– Supongo que tu predilección por la música clásica no es mas que una fachada para captar el interés de la gente – me dijo el psicópata.
– No lo creas – le contesté -. Se trata de una forma rápida de recuperar la fé en el ser humano, tras una conversación con alguien como tú.
– Estás muerto. Yo soy una de tus víctimas – repuso la única persona que estaba allí, junto al psicópata. – ¿Acaso no me recuerdas?.
– Desde luego que te recuerdo. ¿Cómo no voy a reconocer a mis subordinados?. Te recuerdo como una persona débil, con muchos problemas y una gran incapacidad para enfrentarte a ellos. Fue un verdadero placer destrozarte psíquicamente – lo miró pensativo – ¿no habrás venido a vengarte de mi?.
– Pues ya ves que no es así – contestó airado el psicópata.- No me arrepiento de nada de lo que he hecho en esta vida.
– Has hecho mucho daño…
– Tengo las ideas claras. El mundo se divide en dos grupos: la gente como yo, que intentamos abrirnos camino a base de machacar a los demás sin el menor cargo de conciencia y el otro grupo que se distingue por su bondad. Se trata de esa gente que cede el control a su conciencia e intenta vivir de acuerdo con sus convicciones. Eso si, sin exponerse demasiado ya que el miedo manda sobre sus vidas. Durante siglos, mi grupo ha ido inculcando ese miedo en esa gentuza para evitar su insubordinación.
– Es gentuza. Gente inculta, gente pobre, por carecer del carácter necesario para mejorar en su escala social – soltó una carcajada y añadió – de esa falta de cultura mi grupo es el responsable. Gente manipulable, gente capaz de creer en religiones basadas en mitologías ancestrales. No deja de ser curioso que los que menos tienen sean los más solidarios. ¡Estúpidos!.
– Pues, la verdad es que tu no has llegado muy lejos en esta sociedad…
– No demasiado. Pero me lo he pasado bien. Entrar en una multinacional sin escrúpulos como la Innombrable, me dio alas. Me sentía en mi salsa ya que esa empresa no es otra cosa que un psicópata gigantesco que se maneja con la misma gracia con la que yo mismo jugaba con mis subordinados: jodiendo a los ganaderos al pactar los precios de compra de la leche con otras empresas, deforestando bosques para conseguir aceite barato, mirando a otro lado cuando veía que su política comercial hacía morir a niños en África, comprando a proveedores que explotan niños en sus plantaciones, espiando a ONG…
– Exacto. Mi jefa es la típica persona que, aún perteneciendo a mi grupo, es una incapaz, quizás por tener menos inteligencia que una ameba. Es la típica pija inútil que lo único que quiere es aparentar buena posición sin hacer nada. Creo que ahora la llaman Ana Mato, por la ex-ministra de sanidad, prácticamente con el mismo perfil que ella.
– Y aprovechaste.
– Si. Me hice con el poder del departamento y pude campar a mis anchas. Y cuando hacía algo reprochable, mi jefa hacía como que no se enteraba.
– Y tus subordinados, sufriendo tus decisiones.
– Lógico. Quería gente como yo mismo. Y me encontré a una pandilla de pusilánimes que se limitaban a hacer su trabajo, sin ambición, sin demasiada energía…
– Pero ¿hacían bien su trabajo?.
– En realidad si, pero no me gustaba su actitud. Se dejaban manipular. No luchaban por nada. A nadie se le ocurrió siquiera denunciar las barbaridades que yo hacía con ellos: conseguía pelear a los unos con otros, les hacía trabajar gratis los fines de semana, utilizaba las confidencias que me hacían para menoscabar su autoestima. Eran borregos. Por cierto, ¿cómo me he muerto?.
– Accidente de coche. Y lo mejor que te ha podido pasar ha sido tu muerte, ya que tu cuerpo ha quedado destrozado.
– Bueno. Es una buena forma de terminar. ¿Y ahora que toca?. ¿Cielo?, ¿infierno?, ¿reencarnación?.
– Nada de eso. Desaparecerás y ahí se acaba todo.
– ¿Qué me pasa?. ¡Noto una fuerte atracción!, ¡como si algo me arrastrara!. ¡La luz se desvanece!. ¡Vuelvo a ver el túnel de luz!.
– Sospecho que me equivocaba con tu muerte. Creo que te han devuelto a la vida.
– Doctor. ¡Parece que recupera el pulso! – la enfermera miraba el monitor – ¡el pulso es débil pero constante!.
– Me alegro. Ya me parecía que conseguiría salvarlo – contestó el doctor Morales .- Su corazón es fuerte.
Su ayudante, el doctor Vilar se lo quedó mirando fijamente.
– ¿Crees que ha valido la pena salvar a este hombre, que va a quedar en estado vegetativo para el resto de sus días? – le preguntó.
– Si quieres que te sea sincero, hubiera dejado morir a cualquier persona en su estado – contestó.
– No tienes idea de quien es este tipo, ¿verdad?. Se trata de un malnacido que ha dedicado toda su vida a destrozar a sus semejantes. Es un psicópata de los de manual. He tratado a muchas de sus víctimas y nuestro colega, el doctor Pascual a muchas mas – quedó pensativo un momento y añadió .- Yo creo en la reencarnación y pienso que el mundo no se merece que este hijo de puta se reencarne y vuelva a hacer de las suyas.
Se acercó a la cabecera de la cama, miró al paciente por unos instantes. Luego observó las agujas que saltaban sobre el papel del electroencefalograma.
Reflejaban actividad cerebral. Se dirigió al paciente:
– Escucha cabrón. Voy a dedicar el resto de mis días a retrasar tu reencarnación, manteniéndote con vida. El mundo, aunque sea por veinte ó treinta años, vivirá mas feliz sin tu asquerosa presencia – miró como las agujas subían con mas fuerza debido a sus palabras y sonrió al constatar que le estaba escuchando .- Tu cuerpo, debido al accidente, es incapaz de obedecerte. Lo único que puedes hacer es respirar, oír y pensar. Vete mentalizando de que es eso lo que vas a hacer en los próximos años. Quizás te sirva para recapacitar, aunque dudo que tu egocentrismo te lo permita. ¡Disfruta de tus pensamientos!.
El doctor Morales se quitó los guantes ensangrentados y se dirigió a la puerta. La abrió y dejó pasar a la enfermera.
– Sospecho que acabas de fastidiar a sus antiguos subordinados – susurró el doctor Vilar mientras salía del quirófano.
– ¿Cómo?.
– Estoy seguro de que debe haber cola para ir a escupir a su tumba.
En el quirófano quedó el psicópata luchando infructuosamente por acallar sus pensamientos, para reducir el ruido que hacían las agujas del electroencefalograma al saltar histéricamente de un extremo al otro del papel.