El ocaso del vampiro

– ¡Al fin!. ¡Las ganas que tenía! – el conde estaba eufórico en aquel recinto todo iluminado. Delante suyo una mujer lo miraba sorprendida.

– No es posible. ¿Desde cuando puede morir un vampiro, si es un ser eterno?.

– No tanto. Ya sabes que una estaca o un rayo se sol pueden acabar con nosotros. Y en este caso, he de indicar que mi muerte ha sido provocada por mi mismo. Ya estaba harto de vivir tantos siglos en ese estercolero.

– ¿Y cómo es eso?. ¿Harto de qué?.

– El mundo ya no es lo que era. Antes, durante los primeros siglos, un vampiro era la encarnación del mal. Todos nos temían. Ahora un vampiro es uno más de entre la mucha gente de este mundo. Ahora, lo que está de moda es el asesinato, las guerras, la corrupción… ¿Cómo puede destacar un vampiro entre toda esa gentuza que es peor que nosotros mismos?. Por un lado tenemos a esos psicópatas bestias y por el otro a gente que intenta sobrevivir al margen de esos lobos, intentando complicarse la vida lo menos posible. No cuestionan. Aceptan todo lo que les viene de los lobos depredadores.

– Tal vez exageras un poco – insinuó la mujer.

– No lo creas. Mi descripción se queda corta. Estos últimos siglos no paraba de preguntarme cómo podía evitar vivir toda la eternidad. Incluso recurrí al suicidio varias veces.

– Sin éxito hasta ahora.

– Siempre había algún imbécil que me quitaba la estaca de mi corazón o derramaba su sangre sobre mis restos. No sabes el daño que me hizo la casa Hammer con sus películas de vampiros. Consiguieron que la gente aprendiera revivir a un vampiro. Y los muy cabrones querían vivir eternamente y para eso te resucitaban, suplicando ser convertidos en vampiros. Si supieran lo horrible que es vivir tantos años como he vivido yo, abandonarían esas  estúpidas ideas de eternidad. Por eso he tenido que ir al desierto por la noche, para que al amanecer, los primeros rayos solares, me convirtieran en cenizas, que mezcladas con la arena de allí, me hacían ilocalizable…

Miró a la mujer y notó como crecía su hambre de sangre.

Ella, como leyendo sus pensamientos, le dijo:

– Aquí somos incorpóreos. Tus ganas de beber sangre no son algo físico.

– Otra de las cosas atroces del mundo: ya no había forma de encontrar sangre no contaminada. La gente bebe, bebe y no para de beber. Es casi imposible encontrar a alguien que no lleve algo de alcohol en la sangre. El cine norteamericano lo promueve sin cesar. Rara es la película en la que el protagonista no se sirva un vaso de vino, nada mas llegar a casa. Y lo peor es que el vino que se elabora hoy en día ni es vino ni es nada. Vamos, que la uva brilla por su ausencia. Capítulo aparte son las drogas. Quien no lleva cocaína, se ha pegado un chute de heroína, un porro de marihuana o cualquier droga de diseño, cuando no todas a la vez. Y cuando encuentras a un individuo que no ha bebido y no se droga, descubres que come las porquerías que elaboran las multinacionales y tiene en su sangre todos los elementos de la tabla periódica, conservantes asquerosos y componentes transgénicos. Y eso por no decir que cuando tienes la suerte de encontrar a alguien cuya sangre parece pura, resulta que tiene un cáncer, el sida o cualquier otra enfermedad.

– Pero eso no te afecta, ¿verdad?. Y siempre te quedaban los niños, cuya sangre aún no está contaminada.

– El alcohol y las drogas y cualquier añadido en la sangre no me matan, pero me dejan hecho un asco durante días. Dolor de estómago y mareos… Respecto a los niños, yo tengo principios. Me niego y me he negado siempre a joderle la vida a un ser que acaba de llegar al mundo y que tiene el contador a cero. Lo único que tiene es inocencia, ilusiones, cariño… ¿Cómo voy a quitarle eso a un niño, si es el único ser capaz de disfrutar, aunque sólo sea por unos pocos años, del mundo?. Y eso si no lo pilla algún sacerdote pederasta. Durante años me dediqué a la persecución de esos hijos de puta con sotana que son incapaces de controlar su libido y respetar la inocencia de un niño.

– Pero las cruces te afectan…

– Eso es una leyenda urbana. Como lo del ajo. La de curas que me he cargado mientras intentaban alejarme mostrándome una cruz…

– Ah.

– Con lo bien que estaba al principio, hará ya unos ochocientos años. Mi única preocupación era poner en mi ataúd tierra de Transilvania cuando emprendía mis viajes.

– ¿Tierra?. ¿Para qué?.

– Me ayudaba a dormir mejor. Y a estar mas sano, porqué siempre se colaba alguna rata entre la tierra y su sangre era deliciosa. En fin. He dado varias vueltas al mundo y conozco todos los países. Pero el mundo ya no es lo que era – miró a la mujer -. Bueno. ¿Y ahora qué?. ¿Vamos a seguir estando en este lugar para siempre?.

– No. Ahora se apagará la luz y nosotros con ella.

– Ah. Me gusta. Por cierto, no te he contado que cuando estuve en España me secuestró una familia, me ataron a una silla y me cortaron los brazos. Con ello consiguieron que un tribunal médico me diera la invalidez permanente.

La luz empezó a reducir su intensidad.

– ¿Para qué? – Preguntó la mujer.

– Para cobrar una pensión del estado. Vivieron a mi costa sesenta años, que fueron los que me tuvieron en aquella casa.

Ambos soltaron una carcajada mientras se desvanecían en la oscuridad.

Genio y figura…

Cruzar toda la ciudad en el coche para llegar a la Innombrable era toda una hazaña. Cada mañana, Julian tenía que sortear multitud de obstáculos para recorrer los diez quilómetros que separaban su casa de la empresa: la infinidad de taxis y autobuses que campaban a sus anchas, entrando y saliendo del carril bus en función de sus necesidades; los cientos de coches conducidos por madres, llevando a sus hijos al colegio; el sinfín de motos y bicis que aparecían en tromba y que pugnaban por llegar los primeros al semáforo en rojo, pasando entre los coches a velocidades suicidas; todos los demás coches que circulaban en su misma dirección, la mayoría con un único ocupante, por regla general histéricos por ir a sus respectivos trabajos a los que, seguro llegaban tarde, ya que invariablemente tocaban la bocina en el preciso momento en que la luz del semáforo se ponía verde.

Y de toda esa fiesta, Julian disfrutaba cada mañana en su coche de gama alta. A su lado, medio dormitaba su secretaria, con el pelo aún mojado de la ducha que habían compartido, tras una noche de desenfreno sexual. La miró de reojo.

– La verdad es que esta tía es fantástica – pensó -. Llevamos años juntos y sigo deseándola como el primer día. ¡Que buena es en la cama!. Y, lo mejor, piensa como yo y no tiene ningún escrúpulo en joderle la vida a quien sea con tal de facilitarme el camino hacia la cúspide. Esa perrita es mi alma gemela: ambición desmesurada,  ética propia y cambiante en función de las necesidades del momento, es inteligente y hace todo lo que le pido. Es todo un tesoro.

Bajó la ventana e inició un sonido gutural. Ella abrió los ojos y le dijo:

– Espera – miró hacia la parte posterior, esperó a que apareciera alguna moto por detrás y cuando la vio aparecer, contó hacia atrás – tres, dos, uno, ¡ya!.

Julián escupió por la ventana, justo a tiempo para acertar en el depósito de la moto que pasó a su lado como una exhalación. El motorista no se percató de aquella mancha verdosa que ahora llevaba al lado de su rodilla derecha, capaz de hacer gritar de alegría a cualquier departamento de policía científica del país.

– ¡Le he dado!.

– Pues pisa el acelerador, que se te va a colar un taxi. Julián lo pisó a tiempo y el taxi no pudo cambiar de carril. Le hizo una peineta al taxista.

– Hoy voy a tener que “arrimarme” al director de producción, si queremos que apoye tu proyecto – dijo ella -. Es el único que se opone al mismo.

– Eso explica tu generoso escote de hoy – repuso Julián -. ¿Sala de reuniones tres?.

– Claro. Allí es donde tenemos la cámara. También tenemos pendiente echar a Miguel. Nos está investigando.

– ¿Ha conseguido algo? – preguntó Julian.

– No, pero se acerca.

– Y, supongo que con un polvo no basta.

– Ya sabes que no me acuesto con la tropa. Pero le he dicho a Felisa que lo trabaje a conciencia.

– Ah, Pobre Felisa, con esa cara de pasa. En fin. Esa traga con todo. Es una “todoterreno”. 

– ¡Acelera!.

Otro taxi se quedó con las ganas de salir del carril bus.

– ¡Cielos!. El director dice que los valores de nuestra empresa se han mantenido invariables desde hace ciento cincuenta años – leyó ella de la revista de propaganda de la Innombrable que estaba hojeando.

– Bien. Ya sólo falta que se los lean y apliquen alguno de ellos, por variar un poco. Calculo otros ciento cincuenta años más para que lo consigan. Menos mal que a pesar de ello, hay multitud de premios que le otorgan a la empresa. Premios de organizaciones, por cierto, que no conoce nadie. ¿Se jugarán al poker esos premios entre los directores de las principales multinacionales?. “Oye Martín, te veo el proyecto de full que dices tener si me das el premio del medio ambiente”. “Vale, si me otorgas el de empresa que más cuida la seguridad de sus trabajadores”. “Ala, que cabrón, Martín. Si se os han muerto este año mas de cien personas, sin contar a esos sindicalistas que extermináis en América”.  “OK. te subo la apuesta otro millón y me lo das”…   

– ¡Otro taxi!.

Julián aceleró para evitar se le colara el taxi. Sin embargo al tratar de impedir que se colara, ambos coches se golpearon. Julian bajó de coche hecho una furia y fue hacia el taxi. El taxista bajó de su automóvil.

– ¿Dónde cojones te enseñaron a conducir?, maldito cabrón. Seguro que la zorra de tu madre tuvo que hacer horas extras para que consiguieras el carnet – el taxista empezó a enrojecer de cólera -. ¿O fue tu hermana la que te lo consiguió?. Seguro que…

Todo sucedió en un momento. El taxista sacó de su bolsillo un cuchillo y se lo clavó en el pecho. Julián cayó al suelo, cerrando los ojos.

– Joder, cómo duele… – pensó. Abrió de nuevo los ojos y vio un corrillo de gente a su alrededor, muchos de ellos filmando con sus móviles. Notaba que estaba muriendo y aún así se esforzó por decir bien alto al taxista:

– ¡Joder!. Sabes que te pagaré lo que te debo. Siento el retraso.

Ella estaba a su lado. Le cogió la mano.

– Tranquilo. He llamado a una ambulancia.

– No será necesario. Me muero. 

– Encontraré a faltar eso que tienes entre las piernas.

– Por cierto. Gutierrez podría ser un buen sustituto mío. Es un alma gemela. Y me consta que le gustas. Cuídate, morena.

Cerró los ojos, tosió una vez y dejó de respirar. La policía que ya había llegado, la apartó del cadáver. El taxista fue esposado e introducido en el coche policial. Luego se dedicaron a tomar la declaración y los datos de la gente que había visto y filmado la escena.

Uno de los agentes se quedó con ella e intentó calmar su llanto mientras tomaba su declaración.

Lo cierto es que la puesta en escena de «viuda desconsolada» le estaba saliendo muy bien a la mujer.

– Creo que utilizaré este rol para conquistar a Gutierrez – pensó -. Mal rollo, tener que volver a empezar de nuevo. Por cierto, ¿para qué habrá dicho Julián eso de una deuda al taxista?.

Lo pensó un momento y luego tuvo que ocultar una carcajada.

– ¡Que cabrón!, así condenarán a veinte años al taxista con el agravante de premeditación, en lugar de los diez que le hubieran caído. ¡Que bueno eras, Julián, hijo de puta!. 

El epílogo del psicópata

– Supongo que tu predilección por la música clásica no es mas que una fachada para captar el interés de la gente – me dijo el psicópata.

– No lo creas – le contesté -. Se trata de una forma rápida de recuperar la fé en el ser humano, tras una conversación con alguien como tú.

 

-¿Donde demonios estoy?. ¿y qué haces tú aquí? – preguntó el psicópata al encontrarse súbitamente en un espacio que carecía de límites y que estaba iluminado por una luz blanca uniforme.
– Estás muerto. Yo soy una de tus víctimas – repuso la única persona que estaba allí, junto al psicópata. – ¿Acaso no me recuerdas?.
– Desde luego que te recuerdo. ¿Cómo no voy a reconocer a mis subordinados?. Te recuerdo como una persona débil, con muchos problemas y una gran incapacidad para enfrentarte a ellos. Fue un verdadero placer destrozarte psíquicamente – lo miró pensativo – ¿no habrás venido a vengarte de mi?.
– Cuando uno está muerto, lo último que se plantea es la venganza. Además, en realidad no soy la persona a la que destrozaste. Soy parte de ti, tu subconsciente. He adoptado la forma de Medina, tu víctima, para intentar averiguar si hay en ti algún atisbo de arrepentimiento.
– Pues ya ves que no es así – contestó airado el psicópata.- No me arrepiento de nada de lo que he hecho en esta vida.
– Has hecho mucho daño…
– Tengo las ideas claras. El mundo se divide en dos grupos: la gente como yo, que intentamos abrirnos camino a base de machacar a los demás sin el menor cargo de conciencia y el otro grupo que se distingue por su bondad. Se trata de esa gente que cede el control a su conciencia e intenta vivir de acuerdo con sus convicciones. Eso si, sin exponerse demasiado ya que el miedo manda sobre sus vidas. Durante siglos, mi grupo ha ido inculcando ese miedo en esa gentuza para evitar su insubordinación.
– ¿Gentuza, dices?.
– Es gentuza. Gente inculta, gente pobre, por carecer del carácter necesario para mejorar en su escala social – soltó una carcajada y añadió – de esa falta de cultura mi grupo es el responsable. Gente manipulable, gente capaz de creer en religiones basadas en mitologías ancestrales. No deja de ser curioso que los que menos tienen sean los más solidarios. ¡Estúpidos!.
– Pues, la verdad es que tu no has llegado muy lejos en esta sociedad…
– No demasiado. Pero me lo he pasado bien. Entrar en una multinacional sin escrúpulos como la Innombrable, me dio alas. Me sentía en mi salsa ya que esa empresa no es otra cosa que un psicópata gigantesco que se maneja con la misma gracia con la que yo mismo jugaba con mis subordinados: jodiendo a los ganaderos al pactar los precios de compra de la leche con otras empresas, deforestando bosques para conseguir aceite barato, mirando a otro lado cuando veía que su política comercial hacía morir a niños en África, comprando a proveedores que explotan niños en sus plantaciones, espiando a ONG…
– Vamos. Que estabas en la gloria.
– Exacto. Mi jefa es la típica persona que, aún perteneciendo a mi grupo, es una incapaz, quizás por tener menos inteligencia que una ameba. Es la típica pija inútil que lo único que quiere es aparentar buena posición sin hacer nada. Creo que ahora la llaman Ana Mato, por la ex-ministra de sanidad, prácticamente con el mismo perfil que ella.
– Y aprovechaste.
– Si. Me hice con el poder del departamento y pude campar a mis anchas. Y cuando hacía algo reprochable, mi jefa hacía como que no se enteraba.
– Y tus subordinados, sufriendo tus decisiones.
– Lógico. Quería gente como yo mismo. Y me encontré a una pandilla de pusilánimes que se limitaban a hacer su trabajo, sin ambición, sin demasiada energía…

– Pero ¿hacían bien su trabajo?.
– En realidad si, pero no me gustaba su actitud. Se dejaban manipular. No luchaban por nada. A nadie se le ocurrió siquiera denunciar las barbaridades que yo hacía con ellos: conseguía pelear a los unos con otros, les hacía trabajar gratis los fines de semana, utilizaba las confidencias que me hacían para menoscabar su autoestima. Eran borregos. Por cierto, ¿cómo me he muerto?.
– Accidente de coche. Y lo mejor que te ha podido pasar ha sido tu muerte, ya que tu cuerpo ha quedado destrozado.
– Bueno. Es una buena forma de terminar. ¿Y ahora que toca?. ¿Cielo?, ¿infierno?, ¿reencarnación?.
– Nada de eso. Desaparecerás y ahí se acaba todo.
– ¿Qué me pasa?. ¡Noto una fuerte atracción!, ¡como si algo me arrastrara!. ¡La luz se desvanece!. ¡Vuelvo a ver el túnel de luz!.
– Sospecho que me equivocaba con tu muerte. Creo que te han devuelto a la vida.

– Doctor. ¡Parece que recupera el pulso! – la enfermera miraba el monitor – ¡el pulso es débil pero constante!.
– Me alegro. Ya me parecía que conseguiría salvarlo – contestó el doctor Morales .- Su corazón es fuerte.
Su ayudante, el doctor Vilar se lo quedó mirando fijamente.
– ¿Crees que ha valido la pena salvar a este hombre, que va a quedar en estado vegetativo para el resto de sus días? – le preguntó.
– Si quieres que te sea sincero, hubiera dejado morir a cualquier persona en su estado – contestó.

– No lo entiendo.
– No tienes idea de quien es este tipo, ¿verdad?. Se trata de un malnacido que ha dedicado toda su vida a destrozar a sus semejantes. Es un psicópata de los de manual. He tratado a muchas de sus víctimas y nuestro colega, el doctor Pascual a muchas mas – quedó pensativo un momento y añadió .- Yo creo en la reencarnación y pienso que el mundo no se merece que este hijo de puta se reencarne y vuelva a hacer de las suyas.
Se acercó a la cabecera de la cama, miró al paciente por unos instantes. Luego observó las agujas que saltaban sobre el papel del electroencefalograma.

Reflejaban actividad cerebral. Se dirigió al paciente:
– Escucha cabrón. Voy a dedicar el resto de mis días a retrasar tu reencarnación, manteniéndote con vida. El mundo, aunque sea por veinte ó treinta años, vivirá mas feliz sin tu asquerosa presencia – miró como las agujas subían con mas fuerza debido a sus palabras y sonrió al constatar que le estaba escuchando .- Tu cuerpo, debido al accidente, es incapaz de obedecerte. Lo único que puedes hacer es respirar, oír y pensar. Vete mentalizando de que es eso lo que vas a hacer en los próximos años. Quizás te sirva para recapacitar, aunque dudo que tu egocentrismo te lo permita. ¡Disfruta de tus pensamientos!.

El doctor Morales se quitó los guantes ensangrentados y se dirigió a la puerta. La abrió y dejó pasar a la enfermera.
– Sospecho que acabas de fastidiar a sus antiguos subordinados – susurró el doctor Vilar mientras salía del quirófano.
– ¿Cómo?.
– Estoy seguro de que debe haber cola para ir a escupir a su tumba.

En el quirófano quedó el psicópata luchando infructuosamente por acallar sus pensamientos, para reducir el ruido que hacían las agujas del electroencefalograma al saltar histéricamente de un extremo al otro del papel.