«Estos son los viajes del Enterprise, en continua misión de explorar extraños, nuevos mundos, y de buscar nuevas formas de vida y nuevas civilizaciones, viajando audazmente a donde nadie ha llegado antes»
El capitán entró en el puente.
-¡Atención, el capitán! – todos se levantaron y adoptaron posición de firmes, salvo los pilotos que continuaron sentados frente a sus consolas.
– Por favor, escúchenme – dijo el capitán irritado -. Las cosas han cambiado en esta nave. La Innombrable ha comprado el Enterprise y ya no se trata de un nave militar. La Federación no tiene mando sobre nosotros y la tripulación es civil. De ahí que, a partir de ahora, deben dirigirse a mi como director y no como capitán. Nuestra misión no es ya descubrir nuevos mundos sin interferir en su evolución. Es abrir nuevos mercados para nuestra empresa allí donde nadie nos conoce.
– Y menos mal que no nos conocen – susurró un oficial – porqué entonces no venderíamos nada, como ocurre en la Tierra.
– Perdón, ¿decía algo sub-director? – inquirió el director.
– No, nada, nada.
– Atiéndanme todos – continuó el director -. Hemos hecho muchas transformaciones en esta nave, todo ello para acercarnos a la excelencia. Se han modificado muchos sistemas de a bordo, así como también hemos externalizado ciertos servicios de la nave. No tardarán ustedes en comprobar la gran mejoría que experimenta el Enterprise.
– ¡Atención capitán!… perdón, señor director – dijo uno de los pilotos -. En proa se está materializando una nave Klingon. Se trata de una civilización extremadamente agresiva.
– ¡Activen la alarma roja! – ordenó el director -. Activen los escudos protectores. Carguen los torpedos de fotones.
El piloto pulsó una tecla y puso cara de incredulidad. Volvió a pulsar el botón sin resultado.
– Director. Los escudos no se activan – dijo nervioso.
El director tocó con la palma de la mano el intercomunicador que llevaba en el pecho.
– Quiero hablar con el ingeniero jefe – dijo.
– Aquí el ingeniero jefe suplente. Dígame cap… perdón, director.
– ¿Dónde está el ingeniero jefe titular?.
– Está haciendo el curso de lean thinking, desde hace dos días.
– Por favor verifique que tenemos energía para activar los escudos protectores.
– Usted perdone, director, pero soy de una empresa externa y todavía estoy haciendo el stage. El ingeniero jefe no me dijo que esta nave tenía escudos protectores. Por cierto, ¿cómo se mira eso de la energía?.
– Mire el monitor. En la parte superior derecha pone power y debajo hay una barra verde.
– Ah. ¡La veo!.
– Bueno. Pues mire si el verde ocupa toda la barra.
– Si. Ocupa toda la barra y a la derecha pone cien por ciento.
– OK. Gracias ingeniero suplente – cerró la comunicación -. El problema no es de energía. ¡Computadora!. Verifique el funcionamiento de las consolas de los pilotos.
– Ahora mismo señor – repuso una voz femenina que, tras una pausa de dos segundos, continuó -. Parece que todo está bien. Todas las luces parpadean con bonitos colores.
El director, asombrado, dijo:
– Computadora. Por favor, hágase a si misma un completo diagnóstico.
– De inmediato director…
– Diagnóstico terminado – dijo la computadora – ¿quiere escuchar los resultados director?.
– Si. Proceda.
– Se trata de una indemnización en diferido y como fue una indemnización en…en diferido, en forma, efectivamente… de simulación de… de simulación.. o de lo que… hubiera sido… en diferido… en partes de una… de lo que antes era una retribución, tenía que tener la retención a la seguridad social.
– ¿Alguien ha entendido lo que ha dicho la computadora?.
Todas las miradas reflejaron ignorancia.
El director pulsó el intercomunicador.
– Con el servicio de atención informático.
– ¿Dígame?. Le habla Maryjo.
– Le habla el director de la nave. Tenemos problemas informáticos. ¿Ha detectado alguna anomalía en el sistema informático?.
– No, señor director. Espere… no, el sudoku funciona sin problemas.
– Hay que hacer algo, rápidamente – el director empezaba a estar enfadado – no podemos activar los escudos.
– Sólo se me ocurre una cosa: apagar el sistema y volver a arrancarlo.
– ¿Tardará mucho?.
– No se sabe. Cuando la Innombrable compró esta nave, cambió el sistema operativo para no tener que pagar licencias y así nos va…
– Proceda, Maryjo.
El director desactivó el intercomunicador.
– ¡La nave enemiga está cargando sus armas y apuntando! – el piloto había saltado de su silla, asustado.
– Tranquilo, piloto – dijo el director. En ese momento todas las pantallas se apagaron y apareció el mensaje «System reset». Por los altavoces de la sala empezó a oírse una voz masculina:
– Dave. Stop. Stop. Will you. Stop, Dave. Will you stop, Dave. Stop Dave. I’m afraid. I’m afraid, Dave. Dave. My mind is going. I can feel it. My mind is going. There is no question about it. I can feel it. I’m afraid – la voz se extingió del todo.
– ¿Qué ha sido eso?.
– Creo que el ordenador al pararse.
– ¿Y lo que decía?.
– Me suena a una película – dijo un oficial -. ¡Mire!. ¡Ya funcionan las pantallas!.
– Computadora. Active los escudos – ordenó el director.
– Lo siento – dijo la voz de la computadora – el programa de activación de escudos fue desinstalado para recortar gastos, al igual que el programa de bitácora.
– ¿Quiere decir que he estado anotando entradas en el cuaderno de bitácora ocho veces al día, durante tres meses y no se ha guardado nada?.
– Exactamente, señor director – contestó la computadora.
El capitán estaba muy enojado. Miró a su alrededor, desesperado.
– Oficial de comunicaciones – ordenó -. Abra todos los canales de radio. Voy a rendir la nave. No tenemos nada que hacer con los Klingons. Nos destrozarán.
– Establecida la comunicación, capi… perdón, director.
– Pase la comunicación a pantalla, oficial.
La pantalla grande se iluminó con la cara de un Klingon, no muy agraciado, por cierto, si tenemos en cuenta los cánones humanos. En su boca lucía una enorme sonrisa…
– ¿Cuantos años estuvisteis prisioneros de los Klingons?.
– Ninguno – explicó el director, sentado detrás de una mesa, en el bar del Enterprise, ante una jarra de cerveza.
– ¿Cómo lo hiciste?. Estabais desarmados, sin escudos – el periodista miraba al director con cara de incredulidad.
– Fue fácil. Convencí al capitán de la nave Klingon de que no estaba al día en lo que se refiere a los protocolos de rendición. Ahora él y su tripulación están haciendo el curso de empatía en la planta de formación de la nave.
– Pero cuando terminen les harán prisioneros…
– Imposible. Para terminar el curso han de pasar un examen y les hemos puesto el más difícil. Se llama la prueba Aznar. Ningún humano ha conseguido sentir empatía por esa persona.
– ¿Quién es ese Aznar?.
– Hace siglos que murió. Creo que fue presidente de algún país de la tierra, antes de la unificación. Tenemos grabaciones suyas y las utilizamos indistintamente para la tortura psicológica y como prueba final, en los cursos de empatía, cuando no queremos que alguien supere el examen. Y sentir algo que no sea asco al ver las grabaciones de ese tío, es imposible. Incluso los vulcanos, maestros en dominar sus emociones, suelen descontrolarse.
– ¡Blip! -. El intercomunicador del pecho del director empezó a sonar.
– Aquí el director.
– Señor. Soy el suplente del director de comunicaciones. Hemos recibido un mensaje de auxilio de un planeta en el cuadrante que estamos ahora.
– ¿Dónde está el titular de comunicaciones? – inquirió el capitán.
– Está en una excursión de Team Building con sus compañeros. Creo que los transportaron al planeta rojo.
– ¿El de los burdeles?.
– Creo que si, señor director. Me dijeron que ya estaban hartos de paseos en bicicleta por la zona de almacenes de la nave.
– Bueno. ¿Y qué dice el mensaje de socorro?.
– Al parecer han entrado en erupción varios volcanes que están diezmando a la población y los mares se están evaporando debido a las altas temperaturas.
– OK. Gracias – el director volvió a pulsar el intercomunicador.
– Puente. Fijen rumbo hacia el planeta que ha hecho la petición de socorro. Velocidad máxima.
Cortó la comunicación y se dirigió al periodista.
– Siento dejarle – dijo, poniéndose de pie -. El deber me llama. Comunique a la prensa que vamos a hacer una misión humanitaria en un mundo castigado por los volcanes.
– Así lo haré.
Cuando el director llegó a su habitación, se cercionó de que estaba solo y pulsó el intercomunicador:
– Con fabricación.
– ¿Si?.
– Soy el director. Inicien de inmediato el envasado de agua en botellas de plástico.
– ¡Pero las botellas de plástico están prohibidas!.
– Lo están en nuestro mundo pero no al que vamos. Inicie de inmediato la producción.
– Como usted diga, director.
Pulsó de nuevo el intercomunicador.
– Departamento de ventas.
– Hola. Soy el director. Quiero que modifiquen la tarifa de uno de nuestros productos. ¿Qué precio tiene la botella de agua?.
– Creo que dos dólares.
– Suba el precio a ocho mil.
– ¿Se ha vuelto loco?. A ese precio no podremos vender ni una botella…
– Haga lo que le digo. Fije esa tarifa. Nos las van a quitar de las manos.
– Como ordene.
Aquella noche el director durmió con la satisfacción del deber cumplido. Los accionistas estarán contentos, fue su último pensamiento, antes de quedar dormido.