Santiago juega al poker

En dos ocasiones no debería jugar el hombre; cuando no tiene dinero y cuando lo tiene.
Mark Twain (1835-1910)

– Pascual: Necesito tu ayuda.

– ¿De qué se trata, Santiago?. ¿Necesitas al psicólogo ó al amigo?.
– Al amigo. Quizás a ambos. No lo sé.
– Cuenta con los dos, Santiago. Cuenta. ¿Qué pasa?.

– Estoy a punto de perder todo por lo que he luchado estos años. Sabes que me dedico a ayudar a chicas explotadas por bandas que se dedican a la trata de blancas. Mi último objetivo es una chica rusa, explotada por un mafioso que se hace llamar señor Vladimir. El hombre va siempre con dos gorilas y tiene algo así como treinta pisos dedicados a la prostitución y otros diez al juego. Hace como dos meses que lo voy siguiendo, yendo a jugar cada noche a uno de esos pisos. Con el tiempo y mucho dinero me he ido creando una cierta fama de buen jugador de poker. Cuando le llegó la voz de mis méritos a Vladimir, éste me citó en el local en el que suele jugar, ya que se trata de un buen jugador, que además hace trampas. Estuve jugando dos semanas con él. Descubrí que juega con cartas marcadas, por lo que a duras penas, pude evitar que me desplumara al completo.

– ¿A qué modalidad de poker jugáis?.
– Hold’em. Es fácil. Te dan dos cartas, que sólo tú puedes ver y luego se ponen sobre la mesa cinco cartas descubiertas que se llaman “comunitarias”. Con tus dos cartas y las tres que tu elijas de las comunitarias, has de crear la jugada más alta. Las apuestas se van haciendo, a medida que van mostrándose las comunitarias. Primero se muestran tres (flop), luego una (turn) y la última (river).
– Parece sencillo – dijo Pascual.

– El problema lo tuve ayer. La verdad es que me indigné. Estaba Beatriz, la chica que quiero rescatar de las garras de Vladimir, sirviendo las bebidas. Tenías que haberla visto. Estaba drogada hasta las cejas. Parecía un zombie. En una ocasión, al servir a Vladimir, se le derramó un poco de whisky sobre el tapete. Este le dio tal puñetazo en la cara, que la mandó al suelo inconsciente, con la nariz sangrando, tal vez rota. Me indigné y le levanté la voz. Lo llamé de todo, mientras él se reía. Por último lo reté a una partida de poker: mi dinero contra el suyo, con Beatriz incluida. Aceptó y mañana es la partida. Si le gano cien mil euros, me ha de entregar a la chica también. Sin embargo, ya te he dicho que tiene las cartas marcadas. Mis posibilidades son nulas. Las chicas de mi piso me han dado todos sus ahorros, para ayudarme a rescatar a Beatriz, pero lo perderé. Estoy en inferioridad.
– Deja que piense algo, Santiago.

Llevaba ya doscientos mil euros perdidos. Aquella era la última mano, tras las veintitrés horas que llevábamos jugando. En la habitación estaban Beatriz, con la cara vendada; los dos guardaespaldas; Pascual, sensiblemente nervioso; tres jugadores más, que ya se habían retirado de la partida, pero que querían ver el final; Vladimir y yo.
Sobre la mesa únicamente las cartas, el dinero y los dos vasos con whisky que estábamos bebiendo.

Mis dos cartas cubiertas eran desastrosas. Junto a las cuatro comunitarias descubiertas en el centro de la mesa, ligaban una pareja de nueves. Y solamente quedaba por salir una carta comunitaria que, como mucho me podía dar el trío de nueves.

Vladimir estaba eufórico. Beatriz le llenó el vaso con whisky y le puso dos trozos de hielo.
– No ha mirado sus cartas, Vladimir – le dije mientras alargaba mi mano al vaso de whisky sin hielo que estaba bebiendo.
– No creo que haga falta hacerlo – me contestó riendo.
– Hay un bote de medio millón de euros en la mesa. Creo que debería mirar sus cartas.
– ¡Déjalo, Santiago!. ¡Ya has perdido demasiado! – me gritó Pascual.
– ¿Qué le pasa a éste? – preguntó Vladimir – ¿Se ha vuelto loco?.

Pascual se acercó a mi silla y pasando los brazos por mis sobacos me levantó y me empujó hacia la puerta. Los dos gorilas fueron hacia Pascual, lo apartaron de mi lado y lo inmovilizaron. Vladimir fue hacia él y le dio dos sonoros bofetones. Los tres jugadores fueron hacia Vladimir y le agarraron los brazos.
– Déjelo. No lo golpee – dijo uno de ellos con timidez.
– ¡Echar de aquí a este histérico! – dijo Vladimir a sus gorilas.
– No. Por favor. ¡Ya me callo!. Perdónenme – dijo Pascual.
– Dejarlo que se quede. Pero lo quiero controlado – dijo Vladimir a sus matones.

Volvimos a la mesa. Pascual quedó mirando desde la pared, con los dos guardaespaldas, uno a cada lado.
Por fin se dio la vuelta a la última carta. Un nueve. Me pareció milagroso que saliera. Así ligaba un trío bajo, pero un trío al fin y al cabo.
Vladimir sacó un fajo de billetes de su bolsillo.
– Doscientos mil más.

Mi corazón se aceleró. Mi trío era vergonzoso contra sus cartas marcadas. Seguro que tenía mejores cartas que yo. Él no iba nunca de farol. Sabía que yo tenía un trío.
Le miré a los ojos, mientras pensaba que había perdido el dinero que me habían confiado mis chicas. Pensar que Beatriz iba a seguir con aquel cabrón me revolvía el estómago. Sin mi ayuda le quedaban, como mucho, tres años de vida, enganchada como estaba a la heroína. Ese cerdo la tenía a su merced con esa mierda que le metía en sus venas.

Miré a Pascual, que me guiñó un ojo.
– Sorprendido por el gesto, bebí un trago de whisky.
Estuve a punto de vomitar. ¡Tenía sal!.
– Amarga derrota, ¿no? – me dijo Vladimir -. Se nota en tu cara.
Mi cabeza empezó a pensar. ¿Por qué había sal en mi bebida?. No pensé mucho. Demasiadas cosas inexplicables.
Saqué mi cartera, extraje mis últimos doscientos mil euros y los tiré al centro de la mesa.
– Igualo la apuesta.

Lo que ocurrió luego quedará grabado para siempre en mi memoria. La cara de Vladimir cuando vio mi trío de ases frente a su trío de nueves, el grito de Pascual y los tres jugadores y el llanto de Beatriz abrazándome.
– Esto no puede ser – decía Vladimir.
– ¿Por qué no puede ser, si ni siquiera habías mirado tus cartas? – le dije.

Aquella noche, en el piso con las chicas y con Pascual, lo celebramos con una cena.
– ¿Qué demonios hiciste, Pascual?. ¿Por qué había sal en mi bebida?.
– Solamente cambié la mesa.
– ¿Cambiaste la mesa?. Imposible. Te hubiéramos visto.
– No. La cambié el día anterior a la partida. Afortunadamente el piso está vacío cuando no se juega. Puse una mesa con el tablero giratorio. Luego hablé con Beatriz que es quien lo hizo todo. Mientras todos estabais ocupados con mi ataque de histeria, ella giró la mesa, dejó caer dos cubitos de hielo en tu vaso, ahora en el lado de Vladimir, cambió de lado la última carta comunitaria por descubrir y te puso sal en el whisky para que los dos hielos del vaso de Vladimir, ahora en tu lado, se derritieran rápidamente.
– Vladimir estaba tan seguro de sus cartas que ni las miró – continuó Pascual -. ¿Qué más le daba, si estaban marcadas y ya sabía lo que tenía?. Sin embargo al no haberlas mirado, tampoco podía decir que se las habían cambiado. Se tuvo que callar.

Beatriz ya está completamente recuperada, tras meses de tratamiento y una operación de rinoplastia. Está conmigo, sirviendo en el bar.

Vladimir cayó meses después, abatido por la policía, tratando de escapar con una maleta llena de heroína.

Pascual viene con frecuencia a jugar a cartas al bar. Jugamos al mus, con don Mariano y Paco.

Ahora bebo whisky con hielo, que me sirve Beatriz. Por cierto, alguna vez pone sal a mi bebida, cuando me ve de mal humor. Le encanta oírme gritar ¡Beatriz!, cuando descubro el engaño y escupo el whisky con sal. Entonces viene y me abraza riendo.

Entonces se me pasa el mal humor.