Hacía años que intentaba conseguir hablar con Brian Siegel, considerado gran gurú en lo que a «Filosofía de Empresa» se refiere. Universidades de renombre, grandes multinacionales e incluso gobiernos del mundo, llevan a la práctica las palabras de este estudioso del mundo de la empresa. No me fue fácil obtener unos minutos con el «Gran Hombre».
Tuve que colarme en el hospital donde lo operaron de una hernia discal y ocultarme en la UCI, en que pasó las primeras horas del post operatorio.
Cuando médicos y enfermeras abandonaron la habitación aproveché para salir del armario en el que estaba escondido y me acerqué a su cama. Puse la grabadora sobre su pecho e intenté hablar con él.
– Brian. ¿Me oye?.
– Um, um, um. ¿Quién es usted?- contestó con una voz débil y apenas audible.
– Me llamo John Richardson. Soy periodista, del Times. ¿Cómo se encuentra?.
– Bien. Mucho sueño es lo que tengo. ¿Qué quiere?.
– Solamente hacerle unas preguntas acerca de su trabajo.
– Dese prisa. Quiero dormir.
– Cuénteme cómo lo hace para determinar las directrices que tantas empresas del mundo siguen a rajatabla.
– Bueno – me dijo con voz empalagosa -. En realidad hay que partir de la base de que todos los directivos de esas empresas son bastante cretinos. Hace ya años, descubrí que el coeficiente intelectual del personal en las empresas, es inversamente proporcional al cargo que ocupan. Cuanto más arriba, mayor estupidez he encontrado. De ahí que lo único que he tenido que hacer, ha sido crearme un nombre, a base de relacionarme con los cretinos, quiero decir, directivos de grandes universidades y empresas.
– Me deja de piedra, señor Siegel.
– Luego, es cuestión de buscar cualquier tontería útil y darle una capa de pintura para que se venda bien. Soy fundador de una consultoría que es la que se encarga de divulgar esa tontería. Incluso creamos cursos a precios desorbitados para que el acceso a esa directriz esté únicamente al alcance de la verdadera élite. Eso si, contando con un gran equipo de psicólogos, abogados, filósofos y especialistas para darle a esa chorrada una consistencia que la haga vendible.
– Pero…
– Normalmente se me ocurren esas ideas durante alguna de las fiestas que organizo en casa y casi siempre cuando llevo encima una tajada importante. Por regla general las ideas que tienen mayor éxito son las más estúpidas. No hace mucho se me ocurrió clasificar al personal de la empresa siguiendo las directrices de los comics que había leído durante la infancia. Todos los de la consultoría estuvieron en contra de la idea. Pero yo seguí adelante y la fui desarrollando. El resultado ha sido de los más rentables para mi empresa.
– Vamos, que usted está vendiendo humo.
– Un humo muy rentable, por cierto. Vamos a suponer que usted acaba de ascender a director general de una empresa. Con la crisis, prácticamente todo estará impecable a su llegada. Ya han reducido todos los gastos posibles, a base de despedir empleados, recortar lo que es superfluo y las ventas estarán subiendo de nuevo. Es evidente que usted estará contento con lo que se ha encontrado. Sabe que, no haciendo nada, todo seguirá viento en popa. Sin embargo tiene por encima al consejo de administración. Ellos quieren más de usted. No van a permitirle seguir en el cargo, si usted se limita a dejar que todo siga igual. Entonces tendrá un problema. Sin tocar lo esencial que ya funciona, ha de convencer al consejo que usted está implementando cosas muy útiles, cosas que diferencian su gestión de la de sus predecesores. Y ahí aparezco yo. Le vendo una burrada que no sirve para nada, pero que bien envuelta, convencerá al consejo de que, gracias a su aplicación, la empresa mejorará. De ahí el éxito que tengo.
– Pero, ¿no hay ideas que no sean humo?. Ideas que mejoren de verdad a las empresas.
– Claro que las hay. Pero no pueden aplicarse. Tenga en cuenta que los que hoy son dirigentes son en su mayoría neoliberales, además de cretinos. No puedes decirles que han de cambiar el sistema que ahora medio funciona. No hay que ser una lumbrera para darse cuenta que cualquier empresa puede mejorar aprendiendo a valorar a su personal. O eliminar el miedo al despido que existe entre los empleados y conseguir así que se consideren parte de la empresa.
– Eso último ya se hace.
– Se hace… no. Se dice. La empresa difunde el comentario de que su mejor baza es su personal, pero a la hora de la verdad los empleados ven como cuando se hacen mayores, se les da una patada y a la calle. O cuando la empresa afirma que está abierta a todas las opiniones pero cuando expresas la tuya, eres inmediatamente despedido. Ha de haber un cierto grado de consecuencia entre palabras y hechos y no la tiene. La prueba es que todas las empresas de un cierto nombre se ven obligadas a hacer campañas hacia los empleados para convencerles de su bien hacer. Si fuera verdad lo que dicen, no haría falta las campañas internas. El personal ya lo sabría. Pero bueno. Mejor dejarlo todo como está, porqué vivo de esas carencias…
– ¿Quién es usted – un hombre había entrado en el cubículo. Cogí la grabadora con disimulo y la puse en mi bolsillo.
– Soy amigo suyo…
– No puede estar aquí. ¿Quién le ha autorizado a entrar?.
– Está bien. Ya me voy – contesté -. Adiós, señor Siegel.
El señor Siegel no me contestó. Se había dormido.
Mi periódico se negó a publicar la entrevista. En parte porqué hubiera derribado a un mito de fama internacional. Por otro lado, no había forma de demostrar que la voz grabada fuera de Brian Siegel y no tenía una sola foto que demostrara mi presencia en la cabecera de su cama. Por último, descubrir que como anestésico habían utilizado pentotal.
Por eso me contó lo que me contó