Esteban y el desconocido

Cuando se paró en el semáforo entró el hombre.

Durante unos segundos Esteban no pudo reaccionar.
– ¡Baje del coche! – gritó en cuanto recobró el habla.

El hombre sacó una pistola de su bolsillo y apuntó a Esteban, diciendo.
– El semáforo se ha puesto verde. Arranque el coche. No haga tonterías y no tendrá problemas conmigo.

Esteban arrancó el coche y siguió la calle.
– Si quiere dinero, aquí tiene mi cartera – dijo sacando su cartera y tirándola al hombre.

El hombre cogió la cartera y la abrió.
– Apenas hay diez euros – le dijo enfadado.
– Si hubiera sabido que iba usted a venir, hubiera pasado por un cajero.
– No se me ponga estúpido que puede pasar algo malo…
– ¿Malo?. ¿Y usted cree que me importa?. Posiblemente si pasa algo malo como usted dice, será lo mejor que me pase hoy.
– ¿Qué me está diciendo?.
– Que me hagas un favor y apuntes bien, antes de disparar. No quiero salir de esta, si disparas. Procura que sea en el corazón.

Esteban paró el coche en un semáforo rojo. Mientras esperaba dijo:
– ¿Quieres que vayamos a un lugar tranquilo para que me puedas matar tranquilamente?.
El hombre miraba asombrado a Esteban.
– ¿Qué coño me está diciendo?. ¿Cree que he subido a su coche para matarlo?.
– Si llevas una pistola se supone que es para usarla.
– Arranca. La luz está verde.

Esteban arrancó el coche y giró en la primera travesía.
– Estoy yendo hacia las afueras de la ciudad. Luego vamos a a un descampado y allí me despachas.
– ¿Para que quieres que te despache?. ¿Te has vuelto loco?.
– ¿Loco?. No lo sé pero tengo claro que estoy harto. Harto de trabajar como un esclavo. Día tras día dejándome los cuernos por un miserable sueldo. Y sin que nadie haya reconocido ni un ápice lo que he hecho durante años. Con la prohibición de dedicarles más que unos pocos minutos a mis clientes. Ni siquiera a los más necesitados.
– ¿No tienes hijos? – preguntó el hombre.
– Si. Pero ya no están en casa. Se han ido independizando y mi labor ya está terminada. No me necesitan.
– ¿Tu esposa?.
– Murió hace diez años. Ahora estoy solo.

– ¿A qué te dedicas?.
– Soy médico. Por irónico que te parezca me dedico a salvar vidas. Y puedo decirte algo, señor desconocido, todos los años que llevo en esta profesión he visto que la gente realmente no quiere seguir viviendo. En realidad solamente quieren vivir porqué les da miedo la muerte. Y yo, ya ves. Prolongando la vida de aquellos que en realidad no quieren vivir. En ocasiones para seguir viviendo de forma mucho peor que cuando llegaron a mi consulta, incluso con mayor sufrimiento. Así es esto. De ahí que te agradeceré que me despaches. Esta vida ya me ha dado todo lo que podía dar.
– Si un médico es capaz de pensar así, ¿cómo debería pensar yo, un pobre parado?.
– Si eres un poco consecuente, lo que has de hacer es liquidarme y luego meter el cañón de la pistola en tu boca y disparar.
– ¡Estás loco!.

Cuando el semáforo obligó a parar el coche, el hombre guardó su pistola, abrió la puerta y salió corriendo.
– ¡Eh!. ¡Vuelve!. ¡Te olvidas de mi!.

Luego Esteban, riendo a carcajadas, condujo el vehículo hacia su casa, donde le esperaba su único amigo.
Un perro.