Tobías hace un brindis al vacío

– Menudo marrón me ha caído – pensó Tobías -. Tener que hacerle el discurso de despedida de ese parásito…

Se sentó delante del ordenador, puso en marcha el programa de textos y dejó que sus ideas fluyeran en el teclado.

“ Elevo mi copa para brindar por una persona que ha dejado huella durante los años que ha estado trabajando en nuestra empresa”.

– ¡Y vaya mierda de huella, por cierto!. Campeona en mirar a otro lado cuando le convenía. Lo único que era capaz de ver era su ombligo. En su vida le preocupó algo que no fuera ella misma. Sus subordinados no éramos otra cosa que basura, para ella. Lo único que quería era tener mando, un buen coche y dedicar su tiempo libre a viajar, para luego contarnos sus viajes.

“ Los que hemos trabajado mano a mano con ella, conocemos sus aptitudes y su dedicación al trabajo”.

– Bueno. Hasta ahora no he puesto ninguna mentira. Supongo tendré que omitir que nos puso a un psicópata como jefe y que hizo caso omiso a nuestras protestas por sus continuas vejaciones – pasó a tuteo -. Te convenía tenerlo, porqué era él quien tomaba las decisiones que tu no querías tomar. Tú figurabas como jefa y él ejercía el mando. Así podías vivir sin pegar ni golpe. Miraste a otro lado cuando el acoso del psicópata empezó a dejar secuelas en el departamento. Depresiones, mal ambiente, falta de motivación… Afortunadamente para ti, pasaron muchos años antes de que empezara a ser evidente.

“ Tu jefe, Don Paulino, fue algo así como tu tutor, tu segundo padre. De alguna manera te enseñó a regir tu departamento, durante los años que lo tuviste al mando”.

– No veas la de veces que salvó tu cuello, cuando era evidente en todas las reuniones, quién llevaba las riendas del departamento. Nunca diste a nadie, en todos estos años, la oportunidad de mejorar, de aspirar a algo más, de cambiar siquiera de departamento. Al igual que Don Paulino, pensabas que tus subordinados no eran otra cosa que instrumentos para ascender. Te daba lo mismo la vida de tus subordinados salvo para explicárselo a tu jefe y conseguir que éste viera tu gran interés por los demás. Don Paulino te enseñó los eufemismos que empleabas con frecuencia con tus subordinados para negarles el ascenso, una buena valoración y el consiguiente aumento ó el traslado: la actitud negativa, la falta de implicación…

“Con tu marcha podemos decir que se cierra un pasado que será muy difícil de igualar, por no decir de mejorar, ya que tu presencia ha dejado una marca indeleble que los años no podrán borrar”.

– Y yo me quedaré con tu sonrisa cínica de cuando te aportaba las pruebas de que mi jefe, tu subordinado, estaba abusando de su autoridad y se dedicaba a amargar la vida a los demás. También me quedaré con la imagen de aquella persona con problemas de relación, que vivía para aparentar un cierto nivel social y que carecía de una mínima dosis de humanidad. Tu me enseñaste que el silencio, la inactividad, la dejadez, pueden hacer mucho daño. ¡Que desperdicio de vida, la tuya!.

“ Termino. Brindo por mi jefa, que lo ha sido durante muchos años, para que el resto de su vida lo dedique al descanso, que bien merecido lo tiene. ¡Salud!”.

– Bueno. Y ahora viene lo difícil, que es leer este escrito sin reírme.

Dos días más tarde, en un restaurante céntrico de la ciudad, nuestro protagonista, tras los postres, se levantó y leyó el discurso con su copa de cava en la mano.

Le costó hacerlo. Entre frase y frase lanzaba un enorme suspiro y al terminar, tenía los ojos llenos de lágrimas.

Sus compañeros lo abordaron más tarde.
– ¿ Te emocionaste con el brindis?.
– Si. Un poco. Estas cosas me suelen emocionar.

Luego, a solas con Carmen, su compañera de confianza le dijo:
– En mi vida había oído tanta ambigüedad. No has dicho una sola mentira. Y no entiendo cómo pudiste emocionarte.
– No me emocioné. Las lágrimas era de contener la risa. Y también por esto – le enseñó los zapatos.
– ¿Qué pasa con tus zapatos?.
– Tienen cuatro tallas menos que mis pies… Por favor, Carmen. No me saques a bailar esta noche.