El traslado

Un automóvil paró al lado de la garita de entrada.

– Vaya. El guarda está dormido – bajó del coche y entró en la garita -. ¡Eh, oiga! – le dijo mientras agitaba sus hombros.

– Si, si – despertó el guarda – Ya estoy despierto.

– Simplemente quería visitar el Valle de los Caídos – dijo el hombre.

– Espere. Algo va mal – dijo mirando un panel en el que aparecían muchas luces rojas. Descolgó el teléfono y llamó al monasterio -. Oiga. Le llamo desde la garita. ¿Han celebrado ya la misa de maitines?. ¿No?. Vaya a ver la basílica para ver si está todo en orden. No cuelgue. Espero.

Se dirigió al hombre del coche.

– Por favor, espere unos minutos. Sospecho que algo ha pasado ahí. Quédese en el coche, por favor.

El hombre salió de la garita y entró en el coche. Bajó el cristal de la ventanilla de su lado, a tiempo para escuchar:

– Si. Dígame. ¿Qué?. ¿Cómo?. Ahora mismo llamo a la policía. Pero, ¿cómo han conseguido levantar la losa, si pesa… Ah. Un gato hidráulico. Cuelgue. Voy a llamar a la policía – abrió la ventanilla y se dirigió al hombre del coche – Mejor se vaya, señor. Ha habido un robo. Voy a llamar a la policía.

No le hizo falta hacer esa llamada. Con sus sirenas aullando, aparecieron cuatro coches de la policía, que entraron por la izquierda de la garita, por el carril de salida, cuya barrera había levantado precipitadamente el guarda. A toda velocidad se dirigieron hacia la basílica.

La noticia se expandió como la pólvora y en minutos apareció en todas las cadenas de televisión:

– Esta noche han robado el féretro del “Caudillo”. La tumba de su “Excelencia” el Jefe del Estado Francisco Franco ha sido profanada – decían los medios de derechas.

– De madrugada han robado el féretro del dictador y genocida Francisco Franco – decían los medios de izquierdas, y ambos ampliaban la noticia:

– Por el momento se desconoce la autoría de este hecho. La policía se ha personado en la basílica del Valle de los Caídos donde ha encontrado desplazada la losa de varias toneladas que cubría la tumba del dictador. Al parecer consiguieron mover esa losa mediante un gato hidráulico de gran tamaño y a continuación, se llevaron el ataúd de Franco, al parecer cargándolo en un camión. Lo sorprendente es que nadie en el monasterio ni en la abadía oyera nada, por lo que la policía baraja la posibilidad de que previamente hubieran introducido algún tipo de narcótico en el monasterio. Ningún grupo ha reivindicado esta acción, aunque la policía piensa se trata de personas muy organizadas, ya que han actuado muy minuciosamente.

Todas las tertulias radiofónicas y televisivas recogieron la noticia, a la que dedicaron horas y horas de comentarios de todo tipo: unos jocosos, otros amargos, la mayoría intrascendentes, ya que si este país destaca por algo, es por su capacidad para dedicar horas y mas horas en sacarle punta a cualquier cosa.

Evidentemente, los herederos políticos del dictador convocaron varias manifestaciones, algunas de las cuales terminaron con enfrentamientos y agresiones, como siempre, ante la mirada cómplice de la policía.

El presidente del gobierno fue preguntado por la prensa.

– Desde luego, vamos a recuperar el féretro y a detener a los que han perpetrado ese ultraje con intención de socavar los pilares de nuestra democracia, amparada por la constitución que nos hemos dado todos. En este momento hay cientos de policías y miembros de la benemérita investigando varios frentes.

Pasaron los días sin avance alguno aunque, eso si, los medios elaboraron miles de teorías al respecto, todas ellas sin fundamento.

Al cabo de dos semanas toda la prensa recibió un comunicado anónimo reivindicando la autoría:

   Comunicamos a los españoles que hemos sido nosotros los hemos llevado a cabo el traslado de los restos mortales de Franco a otro lugar, en vista del escaso interés de nuestros políticos por cumplir con la ley de la memoria histórica.

Después de considerarlo a fondo hemos decidido enterrar al dictador en el lugar que merece: en alguna cuneta de nuestra geografía, al igual que todos aquellos que fueron asesinados durante su mandato. Lo hemos puesto en una de las muchas fosas comunes que hay a lo largo del país y que por falta de fondos, todavía mantienen los huesos de cientos de españoles represaliados después de la guerra.

Actualmente hay registros de los cientos de fosas comunes, por lo que no les será difícil dar con el cuerpo del dictador.

– Presidente, presidente. ¿Van a buscar el cuerpo de Franco?.

– Desde luego. Acabo de dar orden a nuestro ejército para que lo busque en todas las fosas comunes del país. Yo siempre cumplo lo que prometo – contestó haciendo que el periodista tuviera que contener una carcajada.

Tardaron dos años en encontrarlo y la operación costó un montón  de millones.

Supongo, los millones que los diferentes gobiernos se negaron a aportar para la ley de la memoria histórica.

Y lo mejor: ya no quedan españoles enterrados en las cunetas. Están todos en los distintos laboratorios, creados por voluntarios, para identificarlos y darles sepultura posteriormente, cerca de sus familiares.

Reminiscencias del pasado

– ¡Vuelve a fibrilar!. ¡Apartaros! – dijo el doctor mientras aplicaba las palas del desfibrilador – No hay manera de que recupere…

– Haga lo que sea necesario – ordenó su jefe se servicio.

– Llevamos mas de cinco minutos intentando reanimar un cadáver.

– Insista. Su corazón aún late…

                                                          * * *

– ¿Donde estoy?.

– Acabas de morir, Claudia – le dijo una voz, a su lado.

La mujer miró hacia el origen de la voz y vio a otra mujer poco mayor que ella, vestida con una túnica blanca.

– ¿Quién eres? – preguntó.

– ¿Seguro que quieres saberlo?. Quizás mi respuesta te cree un cierto conflicto anímico.

– Venga ya. Lo soportaré. ¿Quién eres?.

– Soy tu madre.

– Y yo soy la reina de Inglaterra. No me digas que cuando uno se muere los otros muertos se dedican a gastarle bromas.

– Te digo la verdad, hija. Nunca te conocí, pero soy tu madre.

– ¿Nunca me conociste?. ¿Cómo se consigue eso?. Por si no lo sabías, soy hija de una marquesa. Vamos. Que conozco a mis padres de toda la vida y a ti no te he visto nunca.

– Tal vez debería contarte una historia. La historia de lo que ocurrió con tu nacimiento.

– Oh, si. Me encantan las historias. Cuenta, cuenta.

– Casi un año antes de que tu nacieras, Claudia, fui detenida en la universidad por la brigada social. En la época de la dictadura, esta rama de la policía se dedicaba a perseguir a toda persona que no estuviera de acuerdo con el régimen. Y lo peor es que tenían carta blanca para hacer lo que quisieran con sus detenidos. Era frecuente enterarte de que un detenido había “caído” por una ventana o que se había ahorcado en su celda. La cuestión es que una vez te detenían, desaparecías del mapa y era imposible que tu familia pudiera enterarse de tu paradero.

– Algo de eso he oído alguna vez pero nunca me lo he creído.

– Yo era una chica alocada como todas las de mi edad, romántica, idealista y al llegar a la universidad encontré a un montón de gente que luchaba contra la dictadura. A medida que iba conociendo gente, me fui involucrando con la lucha y, en una manifestación, fui detenida. Tras llevarme a una casa, desconocida, me condujeron a los sótanos y me encerraron en una habitación de apenas tres metros, donde pasé varios días, aislada por completo.

– Supongo que te lo merecías. Mi madre siempre me ha dicho que los rojos sois unos malnacidos. Ella no me deja ir a según que barrios y me relaciono solamente con los de mi nivel social.

– Luego vinieron los interrogatorios. Si no tienes inconveniente, intentaré no entrar en detalles escabrosos. Fue allí donde conocí al inspector Alfonso Santos, el mas sádico de todos los inspectores de la brigada social. Durante días y noches se dedicó a torturarme sin descanso. Tras desnudarme se dedicaba a explorar los puntos que consideraba más dolorosos de mi cuerpo. No quería sonsacarme nada. En realidad estaba disfrutando y notaba que mi dolor le excitaba sexualmente. Me violó varias veces durante esos días. Un buen día, sin darme explicación alguna me devolvieron mis objetos personales, me hicieron firmar un papel y me soltaron.

– Sigue contando – dijo Claudia muy seria.

– A los quince días me llegó una multa del Gobernador Civil de un importe enorme. Tuve que trabajar mucho para poder pagarla. Y poco después descubrí que estaba embarazada de aquel policía asqueroso llamado Alfonso Santos. Después de pagar la multa no tenía dinero para ir al extranjero a abortar así que dejé que mi hijo fuera creciendo en mi vientre y poco a poco me fui encariñando con él. Y, a los nueve meses, cuando llegaron las contracciones, un compañero me llevó a una clínica. Lo sorprendente fue que nada mas llegar, despacharon a mi compañero y me pusieron anestesia general. Cuando desperté en una habitación, ya no tenía a mi hijo en el vientre. Pregunté a una monja cómo había ido el parto y me contestó que había sido difícil y que mi hijo había nacido muerto. Dos días después me despacharon a casa.

– Bueno. ¿Y qué tiene eso que ver conmigo?.

– Espera. Es obvio que no acepté lo que me había explicado aquella monja y, durante un mes fui cada día a la clínica a preguntar por mi hijo. Nadie me había dado su certificado de defunción y todas las monjas contestaban con evasivas. Pregunté al médico que me dijeron me había intervenido y me contó la misma historia que aquella monja. Luego pregunté a varios pacientes y alguno me insinuó que en aquella clínica ocurrían cosas raras. Que había un porcentaje altísimo de mujeres cuyos hijos nacían muertos. Al fin encontré a una monja que tenía conciencia y me explicó que había tenido una hija y que la había recogido una marquesa, que había pagado mucho dinero por ella.

– ¡Joder!.

– Fui a casa de la marquesa, que no me quiso abrir la puerta. Me puse a gritar desde la calle y al poco rato apareció un coche. Se bajó un policía: Alfonso Santos. Me esposó, me subió al coche y salió de la ciudad. Paró el coche en un descampado y me hizo salir. Me quitó las esposas y me disparó en la cabeza. Y eso es todo, Claudia. Saca tus conclusiones.

– No puedo creerte y sin embargo te creo – dijo Claudia. De pronto notó una sacudida -. ¿Qué me está pasando?. Noto unas sacudidas.

– Allá abajo están haciendo lo imposible para traerte de vuelta. Y creo que lo están consiguiendo.

– ¡No quiero volver!. ¡No dejes que me lleven!.

– No puedo hacer nada, hija. Ya me gustaría.

Claudia se arrojó en los brazos de su madre y la abrazó con fuerza.

– Por lo menos nos quedará este abrazo – dijo con los ojos llenos de lágrimas.

– Te quiero hija.

Claudia desapareció.

                                                                                * * *

– ¿Ves?. Te dije que aún la podías salvar.

– Ya se está estabilizando. Creo que lo hemos conseguido. Si no llega a ser la hija de esa marquesa, hace rato que estaría en manos del forense…

Un año mas tarde un suceso acaparó los titulares de la prensa del corazón: la casa de la marquesa había ardido por los cuatro costados, muriendo ella y su marido. Afortunadamente, su hija había ido con un amigo a un restaurante y gracias a ello había salvado su vida.

De lo que no se hizo eco la prensa fue del viejo que encontraron muerto en una cloaca y que a pesar de que el forense lo identificó como el comisario Alfonso Santos y también – recalcó – que había muerto envenenado, nadie se preocupó por él y ningún policía quiso abrir una investigación.

Al fin y al cabo, ¿a quién le importa que envenenen a un mal nacido?.