El rey mujeriego

– ¿Cómo no he sabido nada?.

Blancanieves, la reina, estaba enfurecida.

El presidente del gobierno la miraba, atemorizado. Hacía años que el rey tenía una aventura con una mediocre actriz, cuyo único mérito en las tablas había sido mostrar su anatomía en público.

La semana anterior, tras la ruptura del rey con su amante, ésta había acudido a la prensa para comunicar que tenía unas fotos comprometedoras del monarca en su dormitorio. Y, a pesar de que en el reino la constitución prohibía la publicación de cualquier artículo contra la corona, varios periódicos habían publicado la noticia.
La fiscalía demandó a los periódicos pero ello sólo sirvió para que la noticia se propagara aún más.

A pesar del mal trago que estaba pasando, el presidente del gobierno no pudo dejar de maravillarse por lo hermosa que estaba la reina cuando se encolerizaba. Sus mejillas, ya de por si rosadas adquirían un tinte rojizo; sus ojos se agrandaban y mostraban un brillo verdoso; sus dientes, perfectos mostraban una blancura deslumbrante; su respiración agitada hacía subir y bajar sus pechos bajo aquel vestido ajustado…

– Cielos – pensó, notando como algo en él se endurecía -, ¡que guapa es!.

– ¿Cuánto le ha costado al erario público esta aventura de mi marido? – preguntó Blancanieves.
– Bueno… Unas trescientas mil monedas de oro…
– Lo cual explica – dijo la reina – esa obsesión que tiene el rey por declarar la guerra al país vecino. Quiere recuperar el dinero como sea y tapar sus dispendios. ¿Cómo ha podido gastar tanto dinero en una mujer?.
– Supongo que la mayor parte del gasto se debe al castillo que le hizo construir. También en pagar la gran cantidad de personas que tiene a su servicio, a las carrozas que le regaló, a los muchos vestidos que le compró, a las fiestas…

– Pues hemos de hacer algo al respecto, señor presidente. Me niego a dejar que los súbditos se embarquen en una guerra por culpa de la prodigalidad del rey. De momento, lo que tiene que hacerse es retirar la demanda que ha puesto la fiscalía a la prensa. Si el rey no se comporta como merece su rango, no tiene que ocultarse al pueblo. ¿Se encargará de ello?.
– Desde luego majestad.
– Bien. Esta noche cenará conmigo y decidiremos lo que vamos a hacer.
– Como quiera, majestad.

El presidente del gobierno no acababa de creérselo. La cena había sido perfecta. Los manjares exquisitos. El vino, único. La conversación excelente. Nunca hubiera pensado que la reina fuera tan buena conversadora. Su inteligencia aparecía con cada una de sus frases. Su mirada era cautivadora, su sonrisa deliciosa. ¿Cómo podía ser que el rey tuviera amantes mediocres con una esposa tan maravillosa?.

Allí, en el lecho real, tras dos horas de amor, el presidente del gobierno, acariciando la espalda desnuda de la reina, se preguntaba si estaba viviendo un sueño ó era realidad aquel instante. Pasó la mano por la espalda de Blancanieves y sintió sus vértebras bajo aquella piel suave como el melocotón.

Ella, medio dormida, le abrazó.
– Si eres tan bueno en tu trabajo como en la cama, el país tiene la prosperidad asegurada.
– Gracias majestad.
– Acuérdate de lo que hemos hablado durante la cena. Quiero que lo hagas rápido.
– Ahora mismo me pongo…
La reina acarició su pecho. Luego bajó la mano hasta el ombligo y continuó bajándola hasta su entrepierna.
– Creo que el decreto tendrá que esperar un poco – dijo Blancanieves con una sonrisa pícara -. Acabo de descubrir un gran tesoro…

Cuando se promulgó la ley, el rey estaba de cacería por los montes de un país vecino. Llevaba horas persiguiendo a un oso que corría tambaleándose y dejando atrás un fuerte olor a aguardiente.

El castillo construido para la actriz fue transformado en un centro cultural que organizaba frecuentes congresos.
La amante del rey tuvo que malvender todos los regalos del rey para devolver el dinero a las arcas del estado y aún así su deuda era astronómica.

Fue a vivir a una casa en el bosque, lejos de las miradas rencorosas de la gente.

El rey no tuvo más remedio que aceptar los hechos consumados. Lo cierto es que sigue intentando volar de flor en flor, sin conseguir los resultados esperados. Quizás por el castigo ejemplar de la actriz…

El presidente sigue al mando del país. Y nadie sabe cómo, pero la reina está informada de todo.
Ella es ahora muy feliz. A pesar de que ya no duerme con el rey.

En dos años -nadie sabe cómo ha conseguido el dinero- la actriz ha devuelto toda la deuda.

Quizás los más beneficiados sean siete mineros enanos que viven también en la casa del bosque.
Por cierto, han cambiado sus hábitos.
Cada día van a trabajar seis de ellos.
Uno -siempre es uno diferente- , se queda en casa durmiendo.
Está demasiado cansado, tras su noche con la actriz.