Terapia de grupo

– Hola. Me llamo Matías.

– Hola Matías – contestaron todos.

– Quería hablaros de mi. Ya sé que es un poco pedante hablar de uno mismo, pero quiero explicaros mi lado oscuro.

– Te escuchamos, Matías – dijeron todos.

– Soy de una buena familia, de esas que medraron en la época del dictador. Nací y me crié con dos hermanos. El mayor heredó el negocio familiar, el segundo fue un problema para nuestros padres, ya que no tenía muchas luces. Pero, debido a la influencia de nuestra familia, consiguió un futuro muy decente: se ordenó sacerdote y ahora es obispo. En lo que a mi se refiere, al acabar los estudios, mis padres de dieron a elegir entre dos opciones: la carrera militar ó convertirme en político.

Matías sacó un pañuelo del bolsillo y se secó la frente. Era bajito pero muy ancho y su obesidad lo hacía sudar constantemente. Tras guardar el pañuelo continuó.

– La verdad es que la carrera militar me atraía. Como buen psicópata – como todos que todos los que estamos aquí – me hacía ilusión poder participar en una guerra y poder matar gente. Ya desde pequeño sentía esa necesidad. Quizás por ello era un fanático de los juegos de guerra por ordenador. Disfrutaba, sobre todo, con los juegos gore, en los que podías ver sangre y vísceras del enemigo abatido. Sin embargo mi padre me dijo que era mas prudente hacerme político. “Mira”, me dijo, “en una guerra puedes matar a mucha gente pero cabe la posibilidad de que también te maten. En la política podrás matar a gente y tu vida no peligrará. Incluso, si haces algo muy malo y te pillan, el partido te defenderá”.

– Gran consejo – dijeron todos.

– Así que me decanté por la política. Estudié Derecho y mi padre me metió en un partido político, después de dejarme claro que si quería medrar tendría que estar siempre a favor de las ideas del presidente del partido, por muy descabelladas que fueran. Que con el tiempo llegaría mi momento. Y este momento llegó: fui elegido alcalde de una ciudad y a partir de ahí ya pude empezar a ejercer poder. Y el dinero empezó a afluir, primero discretamente y luego a carretadas, gracias a las empresas que fui beneficiando durante mi mandato. Aprendí mucho…

– ¿Qué aprendiste? – preguntaron todos.

– Conceptos políticos y conceptos económicos. Dentro de los conceptos políticos descubrí que la democracia no es más que un concepto que en nada se parece al espíritu de los griegos, sus inventores. Vivimos en un país que carece de separación de poderes. Y los partidos políticos actuales son tan parecidos que, votes a quien votes, siempre votarás lo mismo. Y los políticos seguiremos haciendo lo que nos plazca, independientemente de lo que hayamos dicho durante la campaña. Y eso pasa en todos los países que dicen ser demócratas. Dos, tres o cuatro partidos que hacen lo mismo, aunque su relato sea diferente.

– Y, ¿los conceptos económicos? – preguntaron todos.

– He aprendido que hay que mimar a las grandes empresas y a las multinacionales. Además de darte dinero te lo colocan en paraísos fiscales y te ahorras una pasta en impuestos. Y el negocio importante es privatizar los bienes públicos. Ahora que soy presidente de una comunidad, acabo de privatizar el suministro de agua y eso me ha llenado la cuenta suiza…

Un hombre delgado se puso de pie y le señaló con el dedo.

– Escucha Matías. ¿Quién fue el que te presentó al directivo cuya empresa consiguió la concesión de agua de la comunidad?.

– Tú, Rafa.

– Y, ¿cómo es que no me ha llegado un solo euro de tu tajada?. ¡Sin mi ayuda no hubieras conseguido nada!.

– Eso lo dirás tú, Rafa – contestó Matías airado -. Si no hubiera sido esa empresa, se la habría ofrecido a otra y quizás habría obtenido mas.

– Tu lo que eres es un cabrón egoísta. Si no fuera por el partido, te ponía una querella.

– ¿Alegando qué?. ¿Que no te di comisión?. Venga. No me hagas reír.

La psicóloga se puso de pie.

– Señores. Por favor, no se exalten. Vamos a seguir con la reu…

– ¡Ni reunión ni nada hasta que ese tipejo me pida disculpas! – saltó Rafa.

– ¡Y una mierda que te voy a pedir disculpas! – gritó Matías.

– Señores, por favor. Estamos aquí para solucionar sus problemas psicológicos, no para discutir por nimiedades.

– ¿Llama nimiedades a los cientos de millones que se ha llevado Matías?.

– No, claro. Pero no estamos aquí para discutir sobre eso.

– En este caso, me largo de aquí. Me niego a tener nada que ver con ese desgraciado – Rafa recogió su abrigo y salió de la sala.

Un coro de murmullos se generó entre el resto de asistentes.

– Joder. Si Rafa hubiera cobrado su parte yo también habría cobrado.

– Hostia, y yo.

– Y yo.

– Pues vámonos. Ni un minuto mas con este malnacido.

Todos se levantaron, dejando solos a Matías y a la psicóloga.

– Menuda la que acaba de hacer, Don Matías.

– Si, ¿verdad?. ¡Que envidiosa es la gente!.

– Y, ¿ahora qué hacemos?.

– Suspender la terapia – dijo Matías -. Ya no volverán mas.

– Se ha portado usted muy mal, don Matías. Acabo de perder una buena fuente de ingresos.

– Lo acepto. He sido malo. Merezco un castigo.

– Precisamente – dijo la psicóloga – estaba pensando en el castigo. Acabo de comprar un látigo y quería estrenarlo.

– Pues aceptaré ese castigo. ¿En tu calabozo o en el mío?.

– Mejor en el mío.

– Uf. ¡Ya me estoy poniendo palito!. ¡Vamos!.

Y salieron cogidos del brazo.

 

– ¿Eso es todo?.

– ¿Te parece poco?.

Los dos policías estaban sentados enfrente de un monitor en el que habían visto la terapia de grupo.

– Desde luego, Matías hace toda una confesión.

– Para lo que sirve…

– Bueno. La pondremos con las otras hasta que las podamos utilizar.

– ¿Utilizar?. Nunca se podrán utilizar. Mientras esté su partido en el poder…

– Y aunque no estuvieran en el poder. Todos los partidos tienen trapos sucios. Y si llega otro partido al poder, se guardará mucho de utilizar estas pruebas, ya que, seguro que los otros tienen pruebas contra ellos. No hay nada que hacer.

– Bueno, guardarlas. Quizás dentro de cien años un historiador se interese por ello.