La fuerza de Internet

La mesa del consejo estaba abarrotada, cuando entró el Presidente.

Todas las voces callaron cuando se sentó en la presidencia de la larga mesa.

– Amigos, tengo que daros noticias – les dijo -. Es por ello que he convocado esta reunión urgente.
Cerró los ojos y no los abrió hasta que todos los murmullos se acallaron completamente.

– Nuestro director general actual ha estado haciendo unos cuantos cambios, allá abajo. En realidad él no quería llevarlos a cabo, pero la opinión pública se le estaba echando encima. Estaba perdiendo clientes a mansalva y la empresa empezaba a hacer aguas.

– Pero… ¿Qué ha pasado para que se estén perdiendo tantos clientes? – preguntó Inocencio.

– Creo que el movimiento de protesta comenzó en Internet. Un usuario de Facebook tuvo la peregrina idea de proponer la creación de un código de conducta para nuestra multinacional – dijo el Presidente -. Al principio no obtuvo demasiado eco, pero otro usuario la puso en Digg y empezó a correr la voz. En pocos días había varios millones de clientes exigiendo el código.

– Nunca nos hemos doblegado a la voluntad de nuestros clientes – gritó Gregorio -. Si yo fuera el director hace tiempo que hubiera acallado estas voces…
– Pero ya no lo eres, Gregorio – dijo el Presidente, mirándolo con dureza -. En su día ya lo hicistes. Todavía recuerdo la afluencia de gente que tuvimos gracias a tu gestión.

Gregorio abrió la boca pero el gesto de la mano del Presidente, le hizo volver a cerrarla.

– Continúo – dijo el Presidente -. La cuestión es que en menos de un mes había tantos millones de clientes exigiendo el código, que nuestro director no tuvo más remedio que reunirse con los delegados para hallar solución al problema. Además, los clientes, habían dado un ultimátum. Si no se cumplían las exigencias, iban a pasarse a la competencia, ó lo que es peor, iban a dejar de comprar nuestro producto.

– Pero – dijo Pío -, ya tenemos un código de conducta…
– Si. Lo tenemos. Pero nunca se ha cumplido. Recuerdo que lo tuve que escribir un par de veces. Y era muy claro, por cierto. Lo que siempre me ha sorprendido es que nunca se haya cumplido. Y es sorprendente, ya que nuestra empresa hubiera tenido que dar ejemplo en lugar de convertirse en el principal tergiversador de nuestro código – miró a los asistentes con enfado -. Ninguno de los aquí presentes puede negar que incumplió el código.

– Pero necesitábamos el poder, para captar clientes – dijo Gregorio -. Con nuestra gestión extendimos el negocio a todos los confines del mundo.
– Pero el fin no justifica los medios, colegas. Y en este momento, nuestro director general está tomando medidas para que se cumpla nuestro código. A partir de ahora no se perdonará omisión alguna. Toda la empresa ha de acatar el escrito que entregué en su día a Moisés.

– Estoy totalmente de acuerdo – dijo Inocencio .- Hay que tomar un nuevo giro, como lo demandan los tiempos actuales.
Varias voces se adhirieron a la propuesta.

– Pues así será – dijo el Presidente. Luego esbozó una sonrisa maliciosa -. Por cierto, no os lo he dicho. Se van a aplicar las nuevas directrices en el día de hoy… – soltó una carcajada -. ¡Con carácter retroactivo!.
– ¿Cómo? – dijeron todos.
– Pues tal como lo digo, colegas. Van a revisar la historia de la empresa y van a aplicar las directrices, excomulgando a todo aquel que haya incumplido cualquier punto del código de conducta.

– ¡Lo impugnaremos! – gritó la muchedumbre, puesta en pie.
– Lo siento, pero no puede haber impugnación posible.
– Pero los estatutos… – dijo Pío Nono.
– Precisamente no eres tú, Pío, la persona más indicada para hablar de estatutos – dijo el Presidente -. Recordarás que cuando eras el director ejecutivo, se te ocurrió proponer en el llamado Concilio Vaticano Primero la «infabilidad» del Director, ó Papa, como lo llamais en la Tierra. Te recuerdo que ganasteis la votación con sólo dos votos en contra. Por ello nadie de este Consejo tiene autoridad para revocar las decisiones del Director…

Muchas miradas de odio se concentraron en Pío Nono.
Luego, apareció una nube negra que envolvió la sala.

Cuando se despejó, solamente quedaba el Presidente, a quien llaman en la Tierra, Dios.