La apuesta

– Por la forma que tienen de mirarse, hay rollo – estaban los dos tomando café delante de la máquina expendedora de bebidas calientes.

– Vamos. Tu tienes demasiada imaginación.
– Podríamos hacer una apuesta… – le dijo Gerardo.
– ¿Si?. ¿Y cómo lo comprobamos?. – respondió Óscar – Cuando salen del trabajo, cualquiera sabe lo que hacen…

– Quizás tengan rollo aquí dentro.
– Anda ya. Se trata de nuestra jefa y no es tonta. ¿Dónde van a tener intimidad?.
– Cuando alguien quiere una cosa, bien que se espabila – dijo Gerardo -. ¿Aceptas la apuesta?. ¿Cien euros?.
– Insisto – repuso Óscar -. Esa apuesta no se puede verificar.
– Yo me encargo de la verificación. ¿Aceptas?.
– Está bien. La acepto pero ya me dirás cómo la pillamos.
– Pásate después de comer por mi mesa – le dijo Gerardo -. A esa hora no hay nadie.

Cuando Óscar llegó a la mesa de su compañero, éste ya lo estaba esperando.

– ¿Qué sabes de los chips RFID? – le preguntó.
– Ni puñetera idea.
– Pues llevas uno, colega – rió Gerardo.
– ¿Quién?, ¿yo?. Y una mierda.

– Pues si. Y en tu casa también tienes un chip RFID (1), si te has renovado el pasaporte(2) hace poco. Desde Agosto del 2006 están en todos los pasaportes. Y aquí, lo llevas en tu identificador, en el carnet que nos hacen llevar visible cuando estamos en la Innombrable.
– Ah, bueno. Claro que lleva un chip. Es para que podamos hacer el marcaje cuando entramos ó salimos.
– Exacto. Simplemente, acercando nuestra identificación al reloj de marcar, lo detecta y lee nuestro número de empleado. Yo pensaba como todos, que el chip servía para eso.

– ¿Y no es así?.
– Si. Pero puede hacer mucho más. Hace un mes se averió un disco duro en el servidor que contiene las aplicaciones de seguridad de la empresa. No fue demasiado lío cambiar el disco y recuperarlo todo desde el backup de la noche anterior. Sin embargo…
– Sin embargo, ¿qué?.
– Sin embargo descubrí una aplicación desconocida para mi. Se llama Cerberus y lo que hace es registrar los movimientos de los que trabajamos en la Innombrable. Lo cual significa que en todas las salas de la casa hay ocultos lectores del chip de nuestras tarjetas, que van transmitiendo nuestra posición.
– El Gran Hermano de Orwell…

Gerardo desbloqueó su ordenador y luego se conectó al servidor de seguridad. Después puso en marcha un programa.
En la pantalla aparecieron muchas ventanas en las que aparecían el plano de cada planta del edificio y unos puntos rojos. Acercando el puntero a cada punto rojo aparecía el nombre de una persona. Gerardo maximizó una ventana.

– ¡Cielos!. ¡Esta es nuestra planta! – exclamó Óscar -. Y esos dos puntos debemos ser nosotros.
Gerardo acercó el puntero a los topos rojos indicados por Óscar y aparecieron sus respectivos nombres.
– Alucinante – dijo Óscar -. Y ¿cómo vamos a pillar a la jefa?.
– Este programa registra todos nuestros movimientos – pulsó un botón en el que ponía «trace». Apareció una ventana pidiendo un código y Gerardo escribió un número. Pulsó el botón «accept» y empezaron a aparecer mensajes.

– ¿Qué has hecho, Gerardo?.
– He introducido el número de empleado de la jefa y ha salido el listado de sus movimientos de hoy.
– Me parecen muy crípticos.
– No lo creas. Hora, sala y tiempo que ha estado allí.
– ¿Y esas salas con la letra A?.
– Son los ascensores. Y la P significa aparcamiento. Ahora fíjate bien. A las once de la mañana sale de su despacho, coge un ascensor y se va al aparcamiento. ¡Y se queda allí casi una hora!. ¿Necesitas más pruebas?. Me debes cien euros.

– Quizás ha ido a dormir al coche, tras una noche de insomnio…
– Me temía esta respuesta… – Gerardo pulsó de nuevo el botón «trace». Luego introdujo otro código que leyó del papel que tenía al lado. Apareció otro listado.
– Esos son los movimientos del pájaro sospechoso, el amante – dijo -. Curioso, curioso. Si lo miras bien, verás que a las once de la mañana va al aparcamiento y se queda allí una hora. Supongo que también tuvo una noche dura. Sobre todo teniendo en cuenta que ese tío no puede aparcar en la zona de jefes y su coche no estaba en la planta a la que fue, que casualmente, es donde ella aparca.

– Acepto la prueba. He perdido la apuesta. Mañana te pago. ¿Sabes?. Podríamos hacer maravillas con ese programa…
– Ni lo sueñes, Óscar. Mi entrada al servidor ha quedado registrada y aunque no miran los accesos, es todo un riesgo entrar con frecuencia. No quiero que me pillen.
– Está bien, lástima. La de historias que podríamos descubrir.

Aquella tarde, Gerardo, cuando todos se habían marchado, abrió la caja que se había traído de casa. Dentro había un ratoncito blanco. Lo sacó y lo dejó en el suelo. El ratoncito salió corriendo por el pasillo. Enganchado en una de sus patas traseras llevaba un chip. Ese chip tenía la misma información que el de la jefa.

(1) Radio frequency Identification (identificación mediante radiofrecuencias).
(2) La introducción de la RFID en documentos oficiales es mucho más alarmante que cualquier otro chip RFID que pueda encontrarse y se está extendiendo a toda prisa porque los gobiernos, sabedores del rechazo que genera, quieren asegurarse de que el debate no llegue al gran público hasta que la red RFID esté ya bien asentada.

Para ahondar en el tema vale la pena leer el libro «La Sociedad de Control«, de Jose F. Alcántara.