Alí Babá cuenta lo que realmente ocurrió

Una de las cosas que más le gustaban a Alí eran aquellas cenas familiares en las que su esposa, sus hijos y amigos hablaban por los codos.

Se notaba un ambiente muy distendido y Alí se levantó de la mesa para salir al balcón.

Metiendo la mano en un bolsillo, extrajo una pipa que comenzó a fumar.
Feliz, miró las estrellas del firmamento mientras escuchaba las voces y las risas que le llegaban desde el interior de su casa. Algunas veces – y aquella era una – necesitaba alejarse de sus seres queridos para dejar caer disimuladamente alguna lágrima de felicidad.

Desde la mesa, su esposa le miraba y casi era capaz de leer sus pensamientos. Vio como Alí secaba una lágrima con la mano y esbozó una sonrisa.
Recordó los primeros años de su matrimonio. Ella, la hija de un zapatero, se había enamorado de un leñador y tras la boda vivieron varios años en aquella cabaña de troncos.

Fueron tiempos duros. Pero la fuerza y el optimismo de la juventud les permitió ir saliendo adelante. Luego vino el hallazgo de su marido: aquella cueva que utilizaban los ladrones para guardar sus tesoros. Casi de inmediato se complicaron las cosas. Apareció el hermano rico de Alí y le sonsacó la ubicación de aquella cueva. Cuando Alí vio que su hermano no regresaba fue hasta la cueva y dentro, descubrió el cadáver de su hermano, que había sido decapitado por los ladrones. Recordó la noche que, ocultos por la oscuridad, enterraron al hermano de Alí.

Levantándose de la mesa, salió al balcón y besó a su esposo.
– ¿Me encontrabas a faltar? – preguntó Alí.
– Si, esposo mío – contestó ella -. Estaba recordando lo de la cueva…
– Fueron unos tiempos difíciles y muy peligrosos – contestó él.

– Lo que nunca entendí es cómo te pudiste deshacer de los ladrones – dijo la esposa -. La verdad es que no puedo creerme aquello de que nuestra doncella echó aceite hirviendo en las tinajas en las que estaban escondidos los ladrones. Básicamente porqué entonces no teníamos doncella…
– Sabes, amor, que yo soy pacifista – dijo Alí -. Nunca hubiera sido capaz de cargar con cuarenta muertes durante toda la vida.

– ¿A pesar de que mataron a tu hermano?.
– A pesar de que mataron a mi hermano. En realidad fue él quien se lo buscó. Yo mismo no me atreví a entrar en la cueva hasta que no estuve seguro de que los ladrones iban a ir muy lejos. Mi hermano fue a la cueva a la buena de Alá y así le fue. Yo nunca regresé a la cueva después de llevarme el cadáver de mi hermano. Aproveché el escaso tesoro que traje y lo hice crecer. Fundé una empresa y pude aumentar nuestra fortuna. Y, ya ves. Ahora vivimos en un palacio, tenemos sirvientas e incluso nuestros camellos son la envidia de nuestros vecinos al consumir diez litros de agua por cada cien quilómetros.

– Pero los ladrones te buscaron, ¿no? – preguntó ella.
– Desde luego. Pero conseguí engañarlos. Ahora ya no me buscan.
– Y, ¿cómo lo hiciste?.
– Trabé amistad con el jefe de la banda y le regalé un curso de alta dirección de empresa. Lo cierto es que lo aprovechó. Ahora ya no es el jefe de la banda. Ahora es el director general de la sociedad anónima de ladrones «Sesamo, S.A.».

– Pero, ¿qué tiene que ver eso con que ahora no te sigan?.
– Desde aquel curso, el jefe se dedica a convocar reuniones y más reuniones para analizar el estado del negocio. Todos los antiguos ladrones, ahora empleados, se dedican únicamente a elaborar estudios, gráficos, análisis y balances que han de presentar en las frecuentísimas reuniones que convoca el director general. Ahora ya no tienen tiempo de robar, ni falta que les hace, ya que su tesoro es enorme. Tan enorme que hay casi treinta ladrones que se dedican a inventariarlo. ¡Y aún no han terminado de contar lo que tienen!. Ya no se acuerdan de nada de su vida anterior. Ni siquiera llevan las espadas que antes hacían temblar a medio mundo…

– Sorprendente – dijo ella -. Pero, cómo estaremos seguros de que no volverán a las andadas?.
– No te preocupes por ello. He convencido al director general para que lleve su empresa a un país más rico y más corrupto que el nuestro. Hace ya tres meses que partieron hacia el Mediterráneo. Allí se embarcarán en dirección a un país que está en el otro extremo, que es famoso por algo que llaman «la cultura del pelotazo». Con el botín que llevan, es posible incluso que abran un banco…
– Cada día te quiero y te admiro más, Alí – dijo ella, dándole un beso.

Luego él le pasó el brazo por la cintura y regresaron a la mesa para reunirse de nuevo con los comensales.

Carta a un arribista

Algunas veces ciertos artículos producen efectos inesperados y éste ha provocado una cierta marejadilla.
De ahí que me sienta obligado a hacer unas puntualizaciones:

Por último añado una frase de un email recibido a raíz de mi escrito: Quien se pica, ajos come, es un refrán que nos advierte que el que, por susceptible, se ofende o resiente por lo que oye, es porque tiene motivos para darse por aludido.

La verdad es que entraste como todos hemos entrado en un nuevo trabajo.

Con unas ganas inmensas de comerte el mundo, de sobresalir, de demostrar que eres un fuera de serie y que estás capacitado para ascender a los lugares más elevados de la empresa.

Tu primer objetivo no era otro que captar la atención de tu jefe. No te costó demasiado ya que tuviste suerte. Tu jefe era persona fácil. Una carrera, unos cuantos masters y estancias en universidades norteamericanas…
Presa fácil. Simplemente tenías que explotar su vanidad.

Pronto, aquel se fijó en ti ya que su engreimiento le impedía ver tus verdaderas intenciones (ó quizás te estaba utilizando). No tardó en incorporarte a su grupo de personas que querían medrar a su costa.
Fue una época grata, debes reconocerlo. Tu «solicitud» hacia cualquier trabajo que él insinuara, hizo que fueras ganando puntos y más puntos.
Se te contagió su vanidad y empezaste a mirar de forma diferente a tus compañeros.

Sabías que eras distinto. Tenías claro que tus compañeros no eran más que obstáculos para tu carrera y empezaste a criticarlos cuando el jefe estaba cerca. Aún así te permitías pequeñas «concesiones» con ellos. Una palmadita al hombro, una frase ingeniosa…
Tus compañeros ignoraban que hablabas mal de ellos, a sus espaldas.
Todo para lograr tus objetivos.

Luego vino la reestructuración. A tu jefe lo destinaron a otro centro y fue sustituido por dos personas.

El primer nuevo jefe, formaba parte del grupo de amistades de tu ex-jefe y era para tí muy sencillo ganarte su confianza. Una mujer con problemas para relacionarse con los demás, siguió con la misma política que su predecesor. Incapaz de abrirse a nuevas relaciones, se limitó a mantener la confianza en las personas con las que había trabajado los últimos años.
Y tú eras una de aquellas personas con las que trabajaba.
¡Que suerte!, ¿no?.

Tu otro jefe ya era de otra forma. Aquí si que tenías que ganarte su confianza. Insensible a la vanidad únicamente valoraba el trabajo bien hecho. Aún así, tampoco te preocupó demasiado. La mayor parte de tu trabajo dependía de tu jefa y amiga.

Luego vino el nuevo proyecto y para realizarlo se creó un grupo formado por seis personas. Allí quedó en evidencia tu poco respeto al trabajo de tus compañeros. Solamente te involucrabas en aquello que te encargaba tu jefa. Cuando uno de tus compañeros tenía problemas, tú desaparecías. Empezaste a asumir únicamente aquellos trabajos que suponían quedar bien con alguien y lo demás lo despreciabas e incluso se lo «colabas» a algún compañero.

Nunca te manchaste las manos con tu trabajo. Siempre aceptabas los encargos de aquello que dominabas y así podías lucirte.
En las reuniones aparentabas compañerismo…
Luego, a espaldas de tus compañeros, los masacrabas con tus comentarios.

En realidad eres un parásito.
Eres producto de otra época, de cuando únicamente los pelotas conseguían medrar en la empresa, por delante de los verdaderos currantes.
Pero el mundo ha cambiado en el siglo XXI.
Ya no se valora al arribista como antaño. Ahora las personas son valoradas en función de su capacidad para integrarse en un grupo de trabajo.
Que no es tu caso, por cierto.
He de reconocer que tienes la suerte de estar en uno de los últimos reductos de esas inercias de épocas pasadas.

Recuerdo que en la mili, le pregunté a una persona de las que estaban haciendo «novatadas» a un recién llegado:
– ¿Por qué le haces esto a este chico?.
– Porqué me lo hicieron a mi también – me contestó él.

Que pena de respuesta, ¿no?. Por estúpido que sea, antes había que repetir una y otra vez los mismos hechos, sin cuestionarlos.

Por eso, te veo mal, chico. El mundo cambia y tu sigues como antaño.
Aunque no lo creas, la vida es una escuela. Aquí aprendemos a relacionarnos con nuestros semejantes, a confiar, a superar todas nuestras carencias, que los años nos ponen de manifiesto…

Y lo importante para poder sacar una buena nota en esta escuela tan especial es ser honrado con uno mismo y con los demás.
Es decir, aceptar que en esta sociedad todo trabajo es importante, ya que son seres humanos los que lo hacen. Personas con sentimientos, emociones, conflictos, debilidades…

Quizás el mayor error de esta sociedad es precisamente motivar a sus trabajadoras con la promesa de que pueden ascender en la empresa. Eso crea expectativas, ambición, lucha, mentira, ocultación…
En fin, saca lo peor que tenemos dentro.

No sería un mal ejercicio para ti intentar hacer tu trabajo, con la mente en blanco en lo que a aspiraciones de futuro se refiere.
Trabajar intentando ser impecable y sin que tengan que importar los resultados.

Es precisamente ese desapego el que te permitirá ser un buen profesional.
Valorando a tus compañeros, confiando en ellos, aceptando su ayuda y prestándo la tuya.

Termino.
Lo más probable es que sigas como hasta ahora. Y quizás consigas ascender a base de codazos, como hasta ahora.
Eso si. Ten muy claro que quien te ascienda no será demasiado diferente a ti mismo y su confianza en ti será interesada y condicionada a lo útil que le puedas ser.
¿No te parece triste una vida el la que lo único que cuenta es la utilización de los demás para tus propósitos?.

La alternativa, por lo menos para mi, es mejor: estar rodeado de gente que te quiere y respeta.
Tu decides.
Pero piensa que la vida laboral dura muchos años…