—No pienso volver a este golf—Inés estaba irritada, a pesar de que su juego había sido impecable—.Me niego a jugar en un campo que está al lado de una plantación llena de inmigrantes recolectando yo que sé qué y pasando calor, por unos pocos euros diarios.
—La verdad es que el contraste es deprimente—dijo Santiago—. Los señoritos jugando al golf y los pobres sudando para ganar su jornal. Todo en el mismo lugar. Me apunto a la sugerencia de Inés. Yo tampoco pienso volver a jugar aquí.
—Por cierto—dijo Pascual—. Al chico que te ha devuelto la pelota que habías mandado a la plantación, le has dado algo, ¿verdad?.
—¿Qué más da lo que le haya dado?—repuso Santiago—. Me preocupa más el hecho de que esa bola ha podido dar a uno de los chicos que estaban ahí trabajando. He podido matar a alguien.
—Le ha dado cincuenta euros—susurró Inés a Juan, sentado a su lado.
—Si lo hubieras matado—apuntó Juan—, la familia de la víctima hubiera cobrado quinientos euros, menos de lo que vale un entierro normal. Y sin poder repatriar el cuerpo. Y a la semana, tema olvidado.
—Yo me hubiera hecho cargo de esos gastos—protestó Santiago—. Posiblemente no lo olvidaría nunca. ¡Menuda carga para el resto de mi vida!.
—Mientras no te des a la bebida…
—No, Pascual. No me daría a la bebida—le contestó Santiago—. El hecho de haber regentado un bar me ha hecho ver que el alcohol no es solución de nada. Recuerdo a todos aquellos empleados de la multinacional que venían a comer ó a tomar algo después del trabajo. Necesitaban dos copas para empezar a relacionarse con sus compañeros. Y no veas lo tajados que iban los jefecillos cuando, en una celebración, tenían que soltar un discurso ingenioso. Recuerdo a un director obligando a un empleado a beber cava, a pesar de que éste le había dicho que le sentaba como un tiro. Insistió e insistió, incluso con amenazas, hasta que le vio beber un trago.
—¡Que pena de sociedad es ésta que necesita del alcohol para socializar!—dijo Pascual—. “El hombre es un ser social”, dicen los antropólogos, pero les falta añadir que es imprescindible beber para conseguirlo.
—Quizás no seamos tan sociables como dicen—opinó Juan—. Según parece, tanto la literatura como el cine se dedican a promover el consumo de alcohol. Raro es el guión en el que el ó la protagonista no se beba un vaso de vino al llegar a casa.
—O se vaya de copas con sus compañeros, al acabar la jornada—añadió Inés.
—O se emborrache cuando las cosas le van mal—añadió Santiago—. Lo cual me hace recordar nuestra conversación de la otra semana sobre la publicidad. Decíamos que el ser humano es muy influenciable y los psicólogos lo aprovechan para explotar en los anuncios aquellos puntos débiles que tenemos. Con el alcohol pasa algo parecido. Si quieres socializar, quítate de encima el montón de complejos que cargas. Y para conseguirlo, nada mejor que el alcohol.
—Una sociedad “blandita”, muy manejable es lo que tenemos—dijo Inés—,¿a quién beneficia eso?.
—A los de siempre—respondió Juan—. Leyendo la prensa, la verdad es que dan ganas de pillar una borrachera vitalicia.