A vueltas con la publicidad

 

 Pablo entró a trabajar en la Innombrable después de firmar innumerables papeles. Quizás el documento que menos gracia le hizo firmar era aquel por el que cedía su imagen a la empresa. Intentó oponerse a firmar aquella cesión por considerarla un abuso, pero el encargado de Relaciones Humanas se lo dejó muy claro:

– Si no firmas este papel no podrás trabajar en la Innombrable.

Y no tuvo más remedio que firmar aquel documento.

 

Pasaron los años y Pablo se olvidó de aquel consentimiento que había firmado a regañadientes.

Como veía claro que tenía poco futuro en aquella empresa, en la que solamente promocionaban aquellas personas que nunca cuestionaban las directrices de sus superiores, por muy estúpidas que llegaran a ser, empezó a considerar el trabajo como una obligación que tenía que cumplir durante ocho horas al día.

Cuando salía del trabajo, le quedaban unas cuantas horas para hacer lo que quisiera y realmente le fue bien.

Desde su época de universitario, formaba parte de un grupo de música que solía reunirse los sábados para hacer sus ensayos ó para tocar por las noches en alguna sala.

Un día el empresario de una compañía discográfica fue a verlos al camerino.

– He asistido a vuestra actuación y la verdad es que sois muy buenos. 

– Muchas gracias – le contestaron.

– Me gustaría sacar un disco vuestro. Estoy convencido de que tendrá mucho éxito.

– Déjanos el contrato y ya te diremos algo – repusieron.

Al día siguiente recibieron el borrador del contrato. Lo leyeron al detalle.

– Parece correcto – dijo el guitarra.

– Pues no me gusta demasiado – dijo el batería -. Vamos a cobrar el quince por ciento de nuestra música. El resto se lo lleva la discográfica.

– Además – dijo Pablo, el bajista – durante diez años tienen los derechos de nuestra imagen, al igual que los derechos de nuestra música. Y todo eso a cambio de un quince por ciento…

– Se me ocurre una idea – dijo Cecilia, la vocalista -. Podríamos crear una web con nuestra música y ver si funciona bien. Quizás sea una forma de ganar dinero sin vendernos a una discográfica. Podemos grabar nuestras canciones, subirlas  e intentar venderlas a un precio razonable.

– Por probar no se pierde nada – dijeron los demás.

No tardaron en crear la página del grupo y en ella había un apartado con las canciones, sus letras, sus fotos…

En menos de una semana habían recibido un millón y medio de visitas. Y, a pesar de que las canciones podían descargarse sin pagar – ya que el pago era voluntario – perplejos, vieron como en un mes, llegaban sin problemas al medio millón de euros.

 

Pablo se planteó entonces dejar la Innombrable. Con aquellos ingresos no valía la pena seguir desperdiciando ocho horas diar ias de su vida.

Avisó a su jefa y luego al departamento de RRHH que en quince días abandonaría el trabajo.

Su primera sorpresa fue al día siguiente, al llegar a la entrada de la Innombrable, al ver a un nutrido grupo de fotógrafos y cámaras, esperándole. Se subió el cuello del abrigo, agachó la cabeza y pasó a través de ellos, tapándose la cara con unos papeles, lo mas rápido que pudo y sin contestar a las preguntas que le hacían.

A media mañana lo llamó la jefa.

– Le gente que te esperaba esta mañana cuando has entrado en el trabajo han sido convocados por la Innombrable para que te sacaran fotos y no se lo has permitido hacer.

– Desde luego. Sólo faltaría que la Innombrable se publicitase a mi costa.

– Has de saber que cuando entraste en esta casa, firmaste el consentimiento para que la empresa tuviera los derechos de tu imagen y, mientras sigas aquí, has de permitir que hagamos uso de este derecho.

Fue su novia quien le dio la idea aquella noche. Él prefería dejar de ir a trabajar, aunque luego pudieran darle problemas legales por no haber respetado los quince días de pre-aviso.

– Lo que puedes hacer es mostrarles la imagen que ellos no quieren ver – dijo ella.

– ¿Cómo hago eso?.

– Vístete de presidiario cuando entres ó ponte una camiseta con alguna frase que les joda, contesta a las preguntas de los periodistas diciendo lo que no quiere oír tu empresa – dijo ella, quien era totalmente contraria a la publicidad, ya que la consideraba un insulto a los consumidores y más aún cuando una empresa como la Innombrable pretendía hacerla gratis, a costa de su novio -. Eso lo van a pagar caro. De eso me ocupo yo.

– Ojo, no te vayas a meter en un lío. 

Al día siguiente Pablo entró con una camiseta en la que se veía muy clara la frase “NO A LA EXPLOTACION DE NIÑOS EN AFRICA”.

Todos los periodistas miraron a la directora de comunicación, que estaba entre ellos y cuando ésta negó con la cabeza, se dispersaron.

Ya no le molestaron mas en los días que le quedaban de trabajo. 

Meses mas tarde unos periodistas encontraron a Pablo – ya, toda una celebridad – saliendo de un super.

Tras las preguntas de rigor, uno de ellos miró el contenido de su bolsa de compra.

– ¿Cómo?. ¿Habiendo trabajado en la Innombrable no compras el café en cápsulas?.

– Nunca lo hago. Siempre me ha gustado ver lo que me tomo. Y las cápsulas no lo muestran. Quizás dentro de cada cápsula hay mezclas que no se indican en las cajas, vete tu a saber. Comprar una cápsula es un voto de confianza hacia la empresa que las fabrica, ya que te has de creer lo que te dicen que hay dentro, que lo obtienen de empresas que no explotan a niños… Y, la verdad, sabiendo como funciona la Innombrable, no confío en ellos. Habiendo pillado a esa empresa mintiendo infinidad de veces, ¿cómo podemos saber que ya no lo hace?. Insisto, no me fío de ellos. Prefiero utilizar mi vieja cafetera y el molinillo de toda la vida: café en grano y comercio justo. 

– Me ha sucedido una cosa muy rara en el super – dijo Pablo, al llegar a casa.

– No me digas que no le has reconocido…

– ¿A quién?.

– Al periodista que te ha hecho la pregunta capciosa. Era José Antonio. Ya te lo presenté hace unos meses.

– ¡Joder!. ¡Estaba todo preparado!. Y ¿cómo sabías lo que iba a contestar a su pregunta?.

– Te conozco, Pablo. Por eso te quiero.

– Eres, eres… – la abrazó con fuerza.

Desgraciadamente para la multinacional, la entrevista se publicó. Y eso que la directora de comunicación hizo lo imposible para evitarlo.