La última oportunidad (1)

Cuando Pascual el psicólogo, llegó al asilo, como hacía cada miércoles, notó un cierto grado de nerviosismo entre el personal.

Hacía ya tiempo que estaba observando en el centro un cierto desasosiego entre los ancianos. En parte tenía su explicación ya que tenía que tratar con personas que, a los ojos de la sociedad, se habían convertido en un estorbo para la población activa.

Las personas a las que trataba eran conscientes del nulo papel al que habían sido relegados y eso no facilitaba demasiado su trabajo como psicólogo del centro. En los últimos años había aumentado de forma significativa las muertes de los residentes, en su mayoría por haber perdido el deseo de vivir.

La directora se le acercó.
– ¿Pascual, ¿sabes que el señor Zaforteza ha intentado suicidarse?.
– Pues si él, precisamente, intenta suicidarse…

Zaforteza era el viejecillo más animoso del centro. Se hizo famoso en el centro, por publicar en Internet, en Facebook, el código de conducta empresarial de la que había sido durante casi cincuenta años, su empresa. Basándose en su cumplimiento, se dedicó a suprimir los artículos que la empresa no cumplía y cuando publicó los resultados, éstos fueron una auténtica bomba en Facebook. Su código de conducta «arreglado» no era otra cosa que un índice y un montón de hojas en blanco.

Cuando llegó a la habitación de Zaforteza, Pascual llamó a la puerta y entró en la habitación.
Con vendas en las muñecas el señor Zaforteza saludó a su psicólogo.
Pascual miró aquellos ojos cálidos, enmarcados por tupidas cejas blancas. Luego su mirada vagó por la pared y releyó el email impreso que Attac le había enviado para agradecer su denuncia a la que había sido su empresa.

– ¿Que ha pasado, Zaforteza?.
– Estoy cansado, Pascual. Cansado de vivir en este mundo que es como un basurero. Estoy harto de vegetar aquí sin poder aportar algo a la sociedad, una sociedad que además es hipócrita. Llevo toda la vida queriendo cambiar una sociedad que no me gusta y quizás esa es la razón de mi desasosiego. Nunca he conseguido hacer nada significativo. Durante años he sido cómplice por haber tenido mi boca cerrada en la empresa en la que trabajaba, a sabiendas de lo que hacían. Mi excusa era una familia, una hipoteca… No podía permitirme perder mi trabajo. No sabe cuanto lamento haber dejado a mis hijos en un estercolero como el actual. Y aquí estoy, recluido en este centro, sin poder hacer nada.

– Estoy seguro de que ha hecho muchas cosas por la sociedad.
– Claro. He aportado dinero a muchas ONG, he pagado mis impuestos y he permitido que un montón de políticos vivieran como reyes con mi dinero.
– Y su artículo en Facebook…
– Quizás eso último, ha sido lo único importante de mi vida…
– Vamos – dijo Pascual -. Que ya no le queda nada por hacer y por ello, decide suicidarse.
– Pues si. Precisamente.

– Pues no estoy de acuerdo con usted. Si sigue vivo será por algo… Quizás algo dentro suyo le impide irse al otro barrio, sin haber aquello que usted quiere hacer por la sociedad.
– Y ¿qué puedo hacer?.
– Así, a bote pronto – dijo Pascual – se me ocurre alguna cosa… ¿De qué vive ahora?.
– De una miserable pensión, como todos los viejos.
– Y, ¿quien se la paga?.
– El estado.
– Entonces podríamos decir que usted trabaja para la administración, ¿no?.
– Si. Pero ellos me pagan para, precisamente, no hacer nada.
– Es cuestión de como interpretemos eso, ¿no?.
– Bueno, si.

– Entonces, trabaje para su país, Zaforteza – dijo Pascual.
– ¿En qué?.
– Hace un momento, ha dicho que los políticos viven como pachás, gracias a los impuestos. Yo lo interpreto como que están robando a los que trabajamos. Luego, ayude a desenmascarar a los que roban…
– ¿Cómo?.
– De la misma forma que hizo con su empresa…
– Pero yo llevaba un montón de años allí y la conocía.
– Bueno. Pues ahora hay que empezar de nuevo.
– ¿Cómo?. No sabría por dónde empezar.
– De momento sería cuestión de buscar a gente del asilo cuya profesión pueda ayudar a lo que quiere hacer. Abogados, fiscales, informáticos, políticos, jueces…
– Y, ¿qué hago con ellos?.
– Yo montaría una ONG dedicada a la investigación, incluso con una página en Internet para que cualquiera pueda aportar datos.
– Nadie lo hará. Nadie aportará datos.

– Lo veo negativo, Zaforteza. Deje volar a su mente. Si empieza a buscar pegas, nunca llegará a intentarlo. Lo que le digo, puede hacerse. Estoy seguro de que en la administración habrá muchos funcionarios con ganas de descargar su conciencia, aportarán datos. Si conseguimos llevar adelante un único caso, lo demás vendrá solo. ¿Está dispuesto?.
– Si, claro.

Cuando Pascual llegó al despacho de la directora del centro, tras explicarle su conversación le dijo:

– Tengo la sospecha de que acabo de abrir la caja de Pandora para inculcarle ganas de vivir a Zaforteza.
– El tiempo nos lo dirá, Pascual. De momento veo que hay mucho movimiento por aquí. Muchos grupitos, muchas conversaciones y mucha risas…
– Veremos…

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Cornelivs
14 años ago

Lo he leido varias veces, Luis. Si te digo la verdad, es uno de los relatos tuyos que más me ha gustado, porque en algun momento me he sentido identificado con el Sr. Zaforzeta, y lo he entendido muy bien.

Y tambien a ti, como narrador, y comprendo perfectamente lo que quieres decir.

Quizas sea verdad aquello de: «si tuvierais fe como un gran de mostaza…»

Un fuerte abrazo.

SUSANA
14 años ago

Es uno de tus más poderosos relatos, Luis. Ya desde el título propone…¿Por qué no? ¿Por qué no pelear hasta el final por el cambio que deseamos?

Buena parte de nuestra vida la pasamos haciendo concesiones. En la recta final, cuando hemos criado o no hijos y hemos arribado a algunas metas personales, es una maravillosa y seductora idea, no bajar los brazos. Quizás estén más fuertes y sólidos que nunca para dar un buen golpe a la fatalidad.

Excelente Trabajo Amigo! Mi Abrazo desde la alegre y fastuosa monarquía argentina!

Cornelivs
14 años ago

Acabo de imprimirlo, amigo, para leerlo esta noche. Sabes que me encantan tus historias, que siempre tienen moraleja, y de la buena, ademas.

(Contestación a tu comentario sobre piolin: llevas razón, hubo cierta malignidad en mi «apatia», jejej, aunque te juro que no hice nada, me limite a no impedir nada)

😉

Un abrazo, amigo.